miércoles, 8 de abril de 2015

El sufrimiento



A no ser que vivas en una burbuja, e incluso ahí, uno no tarda en darse cuenta de que la condición humana está salpicada de sufrimiento. A veces se trata de grandes tragedias, de inconsolables desgracias que azotan a las personas, pero hay muchas otras que consisten en pequeños contratiempos, en estados de ánimo que tiñen de tristeza la vida entera.
Se hace duro cuando conoces gente que sufre una pérdida, cuando hablas con amigos que no encuentran su sitio en la vida, incluso con niños que tienen en su interior un sufrimiento incierto, difuso, líquido.
Jóvenes que se enamoran de otros jóvenes que están enamorados de otros jóvenes. Y como decía el genio de Aladín, no puedes hacer que alguien se enamore de otro alguien. El amor duele, decía Gram Parsons en una bella canción country. Incluso hay quienes niegan que sea amor si no hay sufrimiento. Y hablamos de algo hermoso, porque el amor es algo hermoso. No son accidentes, no es una enfermedad, no es un contratiempo. Se sufre cuando el amor no es correspondido, se sufre cuando sufre la persona amada, se sufre cuando no es el mismo amor el que se da y el que se recibe.
La aspiración del amor en muchas ocasiones deriva en convivencia. Y la convivencia trae sus conflictos y sus sufrimientos. Luchar por alcanzar los sueños a veces implica un sufrimiento, una impaciencia al menos. Pero mucho más sufrimiento y depresión es no tener sueños que cumplir.
Las dos grandes verdades que nos legó Buda son que la vida es sufrimiento y que la fuente del sufrimiento es el deseo. La vía (en realidad, las vías) que propone el budismo van encaminadas a la eliminación del deseo. Dándole toda la razón a Siddharta en cuanto a la primera parte, creo que una vida sin deseo no es un nirvana, es una depresión clínica.
Escuchas a especialistas decir que la depresión no sólo afecta a personas que han sufrido traumas, que hay muchos jóvenes, incluso niños que la padecen. Jóvenes hastiados, sin enfermedades ni padecimientos de huesos que se arrastran por la vida sin otro sentimiento que el dolor de estar vivo. Rubén Darío prefería ser una piedra por no sentir.  No puede ser sólo cuestión de la edad y las hormonas. Creo firmemente que esta sociedad nos está haciendo enfermar, nos hace sufrir más de lo que otras sociedades, quizás más duras, quizás con menos comodidades o menos medios.
Además de hacernos creer que nunca somos lo demasiado delgados, ni nunca tenemos demasiado de nada, ni nunca debemos pararnos en la loca carrera de desear y desear. A lo mejor son los alimentos que tienen hormonas y nos hacen sufrir. Quizás sea el sistema educativo que hace que una bofetada doliera pero esto que no sé muy bien cómo definir nos tenga completamente devastados.
Por eso no perdono a los que causan dolor a caso hecho, a los que hacen y dicen, y dejan de hacer cosas con el afán de divertirse con las penas de los demás. Los que critican, los que emponzoñan, los que, con sus altos ideales acaban por destrozar la vida de muchos. Algunos serán lejanos y no verán sus rostros abatidos. Otros estarán a la vuelta de la esquina. Y se creerán en la misión de cumplir la recta razón, de hacer lo inevitable, de culparlos encima de lo que les cae sobre los hombros.
¿Y qué hacer si es uno el que causa sufrimiento? No es sólo la vergüenza de haber realizado un acto concreto, es saberse uno responsable de hacer sufrir. No es sólo el remordimiento, ese comezón que te devora por dentro, es ser consciente de que tu acción o tu inacción podría haber aliviado, podía haber evitado un sufrimiento en un mundo que ya trae bastantes penas.
Recuerdas tu niñez y seguro que encuentras cualquier recuerdo en el que protagonizaste un sufrimiento, una pena. Una pedrada, un mal golpe, un insulto, un mal comentario, un susto, una cobardía que causaron el dolor, un dolor que ni siquiera imaginaste, que puede marcar, o contribuir a marcar a alguien a quien querías, o al menos, al que no tenías inquina especial.
Cuando uno se va haciendo mayor, que no necesariamente maduro, tiene que hacer cosas que no endulzan la vida. Uno pasa de ser el que tiene que esperar la digestión a ser el que obliga a esperar los interminables minutos. Educar a otro es coartar su apetito, es postergar sus recompensas, es imponer de vez en cuando tu voluntad sobre la de otro. Dedicarte a enseñar profesionalmente es aún peor, porque no cuentas con el vínculo de afecto que se supone que tienes con tu prole. Mandas callar, das un suspenso, impones un castigo… Dosificas el sufrimiento.
Entonces recuerdo un poema de Pedro Salinas. Es un poema de amor, un poco extraño ese amor, pero yo quiero entender los primeros versos de una forma especial.
Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.

Pero no siempre somos maestros de nadie, y no siempre tenemos misiones, y siempre tenemos que intentar hacer del mundo algo mejor. Con una sonrisa al menos, con algo de belleza que salga de unas palabras torpemente escritas en una pantalla.

2 comentarios:

  1. Javier, me ha encantado tu texto, cuánta verdad en tu reflexión. Un abrazo

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  2. Muchas gracias, Isabel. Me alegro mucho que te haya gustado

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