La editorial Lastura recopila casi cien microrrelatos que José Luis Morante, poeta, crítico, aforista, enamorado de la poesía, ha ido escribiendo y en gran parte publicando en su blog Puentes de papel. Estas microficciones sirven como juego, en el sentido más cortaziano del término, como experimentación con el lenguaje y la experiencia, el territorio literario como paisaje natural. El autor aprovecha la primera persona para acercarnos más a esos mundos sutiles apenas esbozados entre las páginas. Una atmósfera poética los impregna, de delicado orfebre que enlaza los argumentos con cada término preciso, las elipsis y las pesadillas. José Luis Morante no desaprovecha la ocasión para dar un giro de guion, nunca mejor dicho, y desconcertarnos. O desliza entre líneas una reflexión vital o literaria, o el cuestionamiento de la identidad, uno de los temas favoritos del autor en sus poemas.
Durante el día, las horas se poblaron con una felicidad intensa que se fue calmando cuando supe que no era yo. Lo descubrí unas horas después, frente al espejo. Pregunté al heterónimo por el ímpetu narrativo de mi pasado y no supe qué responderme (El intruso)
Tratar de reducir la realidad a lo meramente comprobable y repetido es un error ya en la vida, pero más aún en un género que aspira a ser más que un ejemplo o un símbolo. En el oficio de detective, y así se califica el propio autor en el Umbral, es esencial atender a los detalles, desenmarañar las pistas, ir más allá de lo evidente. Así, el microrrelato se nutre de la imaginación, de la capacidad de ver más allá, de superponer texturas y niveles a lo que los ojos ven y la mente acepta. Pueden ser meramente sueños, pero siempre contendrán la sospecha de una realidad mucho más profunda. Entre las páginas de Fuera de guion encontraremos dramas, momentos lúdicos y cierta melancolía en ocasiones.
Mientras camina con despaciosa torpeza, bajo el paraguas recordó. De niña buscaba charcos para saltar sobre su transparencia. Una sonrisa se dibuja en la cara. Sigue caminando. Vislumbra un círculo de agua en medio de la calle. No duda, pliega el paraguas y lo deja dormir unos minutos sobre la acera.
Ensaya un primer salto; después otro, y otro y otro, antes de que le falte el aliento… Entre las punzadas de humedad se siente renacida con sus ochenta y cinco. (Charcos)
En el género del microrrelato la concisión es fundamental, como lo es también jugar con las connotaciones y las verdades asumidas para ampliar los horizontes, que si no, quedarían reducidos a unos cuantos párrafos apenas autobiográficos, o sospechosamente oníricos. Ya nos ha demostrado José Luis Morante su capacidad de destilación poética, tanto en sus aforismos como en la labor propiamente lírica.
Su cercanía requiere la actitud vigilante del insomne. Parece una esfinge de sombra. Desde la mirada fluye un río seco, desposeído de su antiguo lenguaje. Tras el equinoccio de la sonrisa refugia un don. Oculta una insólita capacidad para cegar memorias. Borra a solas la pizarra del tiempo. Es su manera de ser feliz, chapoteando en el limo inexistente del olvido. (El don)
El propio autor nos da pista de cuáles son los modelos, o mejor, los maestros a los que homenajea, de Cortázar y Borges a Kafka o Rulfo, Onetti y Arreola, a quienes da explícitamente las gracias como colofón del volumen, también otros, Monterroso, por ejemplo. No es de extrañar que los momentos se nutran de lo maravilloso cotidiano, de lo onírico y lo absurdo y de lo más puramente literario. Es evidente la huella de estos maestros del género, pero es también patente la personalidad original y el tratamiento cuidadosamente variado de los relatos.
Desde hace semanas no estoy. Ignoro si la ausencia es un ocaso momentáneo o una huida impasible hacia los pedregales de ninguna parte. En la oquedad me aplico, ausentes los sentidos todavía, en la tarea de encontrarme. No sé vivir a solas, sin esa voluntad que me despierta en medio de la noche recordando el inventario de asuntos pendientes. (Desapariciones y ocasos)
Fuera de guion, además del amor al cine en cuanto a ficción, que ya recibió su homenaje explícito en su último volumen de aforismos, es un acto de amor a la literatura, como resultado, pero, sobre todo, como proceso. José Luis Morante adora su trabajo, como un artesano que se funde en los materiales con los que labora. En su buhardilla, rodeado de libros de poesía y proyectos, han ido surgiendo estos destellos, estas historias pequeñas como rayos en la noche. Porque, como decía el músico Elvis Costello, los fuegos artificiales de interior también pueden quemar. Por puro placer, por la satisfacción de hallarse escribiendo. Y eso se contagia.
Cada anochecida, el silencio se desintegra todas las huellas en el mismo azar (Caminos)
El poeta como fabulador puede ser un lema para la poesía de la experiencia, pero en este caso, hacemos referencia a un raro momento de cambio de registro. José Luis Morante se ha escapado él mismo de su guion como poeta, crítico o aforista. Y nosotros lo disfrutamos.