domingo, 19 de mayo de 2024

Reseña de Mario Obrero, Aula literaria de La Laboral. Plaquette, 2023

 


Es casi un deber comenzar resaltando la insultante juventud de Mario Obrero, quien se ha dado a conocer a un público más amplio gracias a su excelente participación en el programa de televisión española, Un país para leerlo. Más allá de circunstancias anecdóticas, la personalidad de Mario Obrero es arrolladora, un amor hacia las palabras, los lenguajes, reivindicando la riqueza idiomática nacional, mezclando, como otros asumen el mundo anglosajón, el catalán, el euskera o el galego: “non crean vostedes que o poema delira porque ten frio”. Es un amor por la palabra más que por los discursos y así vemos una sorpresa en cada verso: “te llamas poeta o perro o amigo y deambulas haciendo jirones de tela con  conoces la amistad de los espejos y la lluvia sobre las estatuas”; “toda pureza no es pez ni tan siquiera túnel toda pureza es cangrejo bobo en las ruinas de la pérdida”.

El poeta analiza, explora, sugiere con cada hilo del tejido del texto. Una reflexión vital y a la vez metalingüística: “mi tiempo es la lúcida presencia de lo extinguido”; “mi tiempo es sonido y resonancia de lluviosas nieves”. La imaginación poética es, a menudo, onírica, heredera de las enseñanzas de Ullán, Juan Carlos Mestre o Gamoneda, en la que importa más la lógica metafórica sensorial e intuitiva que la lógica gramatical: “amantes del triste y de las que bajo el adobe de la historia dan de mamar a los loros”; “viene el agua hirviendo sobre las carreteras viene y va friega la luna sus nogales friega el pequeño ratón zarza la mujer que si no se moja sus ojos de gato recién parido” (Tiempos mágicos).

Hace gala de un compromiso muy intenso también con la historia como un patrimonio y como una reivindicación, más evidente en los temas de la memoria histórica: “tu país siquiera está en el canto de un pájaro no en las acequias del alfabeto ni en la cifra del alcantarillado tu país apenas está en la paradoja de los huesos”; “mi país llena de banderas las vidrieras de costa en las fosas comunes no hay murciélagos pero sí noche”. Mario Obrero se siente y así nos hace sentir, parte de un tapiz con el resto de la tradición, por eso no extraña cuando intercala citas de Luz Pichel, Lorca, Guadalupe Grande, Teresa Wilma, Francisca Aguirre, V Holens. Un compromiso cívico desde la propia escritura.

Decimos que el amor a la palabra es superior al discurso por sus técnicas de extrañamiento, por las sorpresas verbales, por los cambios de registros (“kebab de la melancolía falafel petrarquista y la nave industrial de los epítetos”) y por la ausencia de puntuación (“de aquella los militares tiraban croisants y cara de paisaje tu risa en las segadas peñas solo el hombre es tan hombre donde el pozo la caspa y la uva perdida lapiceros en el tabaco de la marquesa”). Sin embargo todo ello no enturbia la comprensión intuitiva, más evidente cuando es el autor quien se recita.

Son, en suma, poemas, algunas veces poemas-río, con gran intensidad emocional, con momentos de sorprendente habilidad lírica: “retrato feliz de las victorias”;  “sábado de circo donde las niñas van a lamer la baba de los caracoles”. Con una sabiduría incipiente, pues, como señala en uno de los poemas, “llegué muy joven a un mundo que era muy viejo”. Pocos años todavía y ya sabe que “mi tierra aplaude a los hombres esmeralda que se posan a hacer alfombras”. Como en el goce de la pintura abstracta, con los colores básicos de un Rothko  o la intensidad de Kandinsky, así nos podemos acercar, y este cuadernillo es un ejemplo muy oportuno, a la poesía de Mario Obrero: “la poesía las verdes y ácidas ciruelas / como burros corriendo torpes sobre los dedos de Django Reinhardt”.

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