miércoles, 17 de julio de 2024

Reseña de Antonio Fernández Fernández: ‘El reflejo de los charcos’. Ediciones en Huida. 2024

 


Poeta nacido en Carmona, lleva publicados Versos rotos (2016), Mientras las hormigas duran (2018). Ha obtenido el Primer premio del XIII Certamen de poesía José Mª de la Santa en El Viso del Alcor. Este es su tercer poemario y cuenta con el prólogo de Jesús Cárdenas: “tras la lectura de estos poemas se logra atravesar lo banal sin salir herido” (p. 15). Está dividido en tres secciones: Lamas y rescoldos; Ceniza y silencio y El viento sobre las palabras. En ellas trata temas universales como el paso del tiempo visto desde la madurez, los afectos y la capacidad para admirar la belleza en lo cotidiano y en lo efímero.

Lamas y rescoldos comienza con algunas reflexiones sobre la propia poesía: “A duras penas / de la mano cansada / resurge el verso”; “Aparecen en mí como el verso / que nunca desapareció de mi cabeza” (De la comisura de tus labios). Pero la base de la poesía de Antonio Fernández son los sentimientos, a los que va dedicando a lo largo de su obra, versos acordes a los diversos ánimos: “El abrigo de la soledad / que ahora me cubre / no me resguarda del frío de tu ausencia” (El abrigo de la soledad); “Siempre amanece… Pero nunca es tarde para enamorarse y que anochezca de nuevo” (Anochece).

Si bien algunas veces se resalta el momento presente (“El arder no entiende de pasado / ni de leña mojada”, Rescoldos), otras veces merece la pena volver la vista atrás, al territorio del paraíso: “A lo lejos del paisaje / de una infancia difuminada / en el lienzo roto de sus años más felices (Lienzo roto); “Ya no reconozco la piel que me protege / de los pazos que alimentamos mis días pasados” (Encadenado a la nostalgia); “O tal vez me sentaría junto a la orilla / del río que un día recorrí para volver a disfrutar de todo lo vivido” (En carne propia); “Los años ya pasados / son canciones perdidas que rasgan con sus uñas / la claridad evanescente de la memoria” (Canciones perdidas). Este ir y venir del presente al pasado lleva al poeta a confesar que “Disfrazo mi piel con harapos del día a día, / como un poema elegíaco / vertido por el precipicio de las aceras” (Canciones perdidas).

La segunda parte, Ceniza y silencio, decididamente tiene un tono mucho más elegíaco, con una densidad dramática más potente: “De algún lugar / de la tierra quemada / nace una flor” (La soledad es un arma de destrucción afectiva). La contraposición del silencio con la ceniza (que recuerda a Pizarnik) nos deja en el desamparo: “El silencio escondido en su voz / sello de la verdad absoluta / que guarda la desdicha de su boca” (Óxido); “Se vuelve piedra el verso / de la voz enterrada” (Voz enterrada). Concretamente, anuncia el poeta: “Quien desnuda su corazón / caminará a la intemperie de la boca de otro” (Poesía).

Otras imágenes también retrotraen a poetas como Emily Dickinson, que abren sensaciones  a partir de elementos menos intuitivos, pero muy efectivos: “La felicidad oculta tras la tinta azul de la pluma / que da vida a mi siguiente poema” (Leo); “Bajo el umbral de tu pelo / nada la desesperación de los peces” (Bajo el umbral de tu pelo); “Cae la hoja del árbol de sangre manchada, / se borran las huellas de los pasos en la tierra quebrada” (Tierra quebrada). Plumas y tinta, umbrales para los peces, una hoja manchada de sangre… marcan el sentimiento desgarrado de estos versos que anuncian lo inevitable: “morir para nacer en algún recuerdo” (Mis sueños); “ser ceniza y silencio” (Brindis al sol).

El viento sobre las palabras se vuelca más sobre el amor: “de un cielo que, alguna vez que otra, han recorrido mis ojos” (De todo lo que perdí). Envuelto en la nostalgia (“De pequeño todos los juegos tienen / el sabor del algodón que envuelve a las nubes”, Seguir jugando) o directamente poemas eróticos (Oasis). Sin embargo, después puede continuar una poesía de compromiso (África).

Son más interesantes aquellos que se adentran en la poesía confesional: “Aún no he aprendido a despedirme, / ni siquiera a cerrar del todo la puerta” (Soy sincero); “Hubo un tiempo en el que necesité de un poema / para cercenar en dos el latido de mi corazón” (Añoranza). Aunque el propio poeta desconfíe de la posibilidad de identificar el arte con la vida: “Porque la vida no es un poema / que guarda fidelidad y obediencia, / sino un cruce de caminos, una dentellada o mordisco, / que envenena a la manzana joven de la inexperiencia” (Adolescencia). Como colofón, dedicado a su mujer, un poema tierno y rotundo: “Me gustas tú / y el olvido al que sometes al silencio / cuando conversamos” (Me gustas tú).

Poemario de madurez, de ese momento a mitad de la vida que tiene el pasado como experiencia y el futuro como esperanza, llenos ambos momentos de plenitud existencial y emotiva.

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