Uno de
los problemas que tengo personalmente es que soy capaz de interesarme por casi
cualquier cosa –el fútbol es quizás la excepción más llamativa–. Tengo una
libreta donde voy apuntando las ideas para reflexionar, para investigar, las
ocurrencias y alguna chaladura. Creo que el nombre técnico es el síndrome de
maestro-liendre. A partir de mi tesis doctoral sobre la sociología del secreto,
me surgieron muchos temas colaterales que merecía la pena investigar, así como
otros completamente distintos. Supongo que por saturación.
En mi
tesis uno de los puntales es la concepción que José Luis Pardo tiene de la
intimidad. Para este gran filósofo –y mejor persona– nos manejamos con una
serie de contradicciones acerca de la intimidad. Parecería como si la máxima
intimidad es la que mantenemos con nosotros mismos en soledad, y que, en las
relaciones, las personas fueran como un aguacate: un exterior brillante pero no
comestible, una pulpa jugosa y un núcleo duro incomible. Ese núcleo duro de la
semilla encarnaría nuestra intimidad en esta paradójica teoría frutal de la
intimidad. En realidad, nos dice José Luis Pardo, la intimidad no es la
soledad, es hija de la comunicación, un derivado del lenguaje. Porque las
palabras transportan más de lo que significan. En teoría lingüística se habla
de connotación frente a denotación (lo que “oficialmente” las palabras dicen
según el diccionario). Está el tono, cierta cadencia en el hablar, cierta
historia en común que hace que comprendamos cosas sin casi decirlas. Esta vida
secreta de las palabras demuestra la intimidad compartida. Son esas palabras
pronunciadas entre dos amantes que les provocan una sonrisa y una ensoñación
mientras que para los demás es simplemente incomprensible. O más fácil, los
chistes privados. Uno dice “toxinas” y el otro se troncha.
No todo
se puede explicitar, continúa Pardo, no todo se puede poner por escrito en un
contrato entre dos personas. Lo que decimos en intimidad no sólo son los trapos
sucios, aquello que no queremos que los demás sepan porque así no serían
nuestros socios ni amantes. Lo que decimos en intimidad no son nuestros
secretos más oscuros, ni las bajezas que hacen suspirar a los programas del
corazón. Eso es una intimidad echada a perder. Porque la explicitación echa a
perder la intimidad como una oscuridad rota por una lámpara. Explicar un chiste
es destrozar también el propio chiste.
Me
contó José Luis Pardo que en la investigación que llevó a cabo pensó en las
personas sordas para comprobar si esta teoría se podría aplicar también más
allá del canal sonoro. Yo pensé también en las parejas con idiomas maternos
distintos. ¿Cómo llegan a esa intimidad compartida si el lenguaje es una lucha
continua?
Una
línea de investigación que me llama poderosamente la atención en este sentido
es el papel que están teniendo los medios de comunicación digitales en el
proceso de creación de intimidad. Me refiero a los medios que utilizan el signo
escrito, desde el prehistórico Messenger, al Facebook, Twitter, o el WhatsApp,
Line, etcétera. Y me refiero al proceso de enamoramiento en concreto, que creo
que puede ser dónde más abiertamente se pueda mostrar la intimidad compartida.
El amor
puede ser muchas cosas así que es conveniente simplificar y acotar lo que
queremos estudiar. Me interesa muchísimo el trabajo que Niklas Luhmann hizo
sobre la codificación del amor como pasión. A pesar de todos los reparos que
una obra de esta envergadura puede suscitar, parece claro que diferentes
sociedades a lo largo del tiempo tienden a entender conceptos complejos y
emociones concretas de una manera diferente. Luhmann sostiene que entender el
amor como pasión compartida entraña en sí mismo una serie de problemas
difícilmente compatibles con nuestra sociedad de la libertad individual.
Pongamos por caso las comedias románticas. Chico conoce a chica, no se caen
bien hasta que al final quedan juntos. Una estructura tan trillada como
comprensible, pero se sostiene sobre una contradicción difícil de soslayar. Si
el chico, por ejemplo, se enamora de la chica y ésta también en el momento del
flechazo, el amor surge sin problema –el problema en estas películas suele ser
que uno de los dos muere de una enfermedad, accidente, crimen…–. Pero, ¿qué
sucede si el flechazo lo sufre uno mientras que a la otra le resulta repelente
la mera presencia del chico? En el amor cortés medieval, el enamorado debía “conquistar”
a la dama, en cierta forma, doblegar su voluntad. Este es un argumento
impensable en nuestra sociedad de la libertad individual, por lo que Hollywood ha
descubierto un mecanismo sublime para dar consistencia a los argumentos de las
películas chico-conoce-chica. Ella, la que rechaza, al final de la cinta, descubre que siempre ha estado enamorada
y que su cabeza intentaba negar a su corazón, que ya estaba enganchado
apasionadamente desde la primera escena. Este artilugio del descubrimiento
consigue armonizar la libertad con la descompensación de tiempo entre los dos
enamoramientos.
Me temo
que en la vida real esto no es así, y que las relaciones se van comportando
como roces que hacen el cariño, que decían los antiguos. La intimidad,
filosófica y sexual, consiste en una especie de juego, una apuesta por un lado
y un baile, una coreografía por otra. Uno dice, la otra entiende y responde. El
primero amaga dándole vueltas a lo que ha dicho y propone. Y viceversa. Sería
interesante investigar cómo los candidatos a pareja van sobrellevando los
mensajes escritos cuando sabemos que los problemas de los mensajes
tradicionales han sido también conflictivos. Los gestos y las palabras cara a
cara han sido siempre interpretadas, pensadas y repensadas y puestas en común
con amigos íntimos y conocidos. ¿Por qué me ha hecho esto, qué quería decir con
esto otro?
El
proceso de enamoramiento, pienso, es en cierta forma un proceso hermenéutico en
el que los amantes deciden interpretar –desde su propia individualidad, su
propia historia, su capacidad, sus aspiraciones– los mensajes del otro,
cribando hacia un lado (el amor verdadero), o hacia otro (sexo, desdén, tonteo,
por ejemplo) las acciones y palabras que luego conformarán la narrativa de su relación.
En estos tiempos inciertos del WhatsApp, ¿qué desmanes se estarán cometiendo a
través de los mensajitos?
Magnífico artículo, y como remate la pregunta del millón. Los desmanes son desde la infidelidad, como mero juego o diversión, por la salir de la cotidianidad de una relación hasta la ruptura total de una relación ya consolidada. Pero en cada uno de nosotros saber y conocer del valor que tiene la persona que comparte nuestra vida, que sabe de nuestros errores y nuestras victorias, que nos sonríe cuando tenemos un mal día.... Todo eso es lo que hay que valorar antes de utilizar "mensajitos" con determinado contenido. Repito, genial tu artículo y muy acertado.
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