Esta
semana hemos asistido a unos hechos macabros, los atentados contra la revista
satírica francesa Charlie Hebdo.
Muchas han sido las manifestaciones en la calle, en los medios de comunicación,
en las redes sociales, en las conversaciones. Mucha indignación por todos
lados, pero no la misma indignación.
Es
curioso cómo en estos tiempos inciertos se pueden hacer muchas lecturas de los
acontecimientos. Para empezar, ni siquiera nos queda claro cuál es el
acontecimiento. Lo podemos definir como un ataque, como un acto terrorista,
como un atentado islamista, como acto yihadista, como parte de Al-Qaeda, como
un mandato del Estado Islámico, como escaramuza de una guerra mundial aún no
declarada oficialmente, como un burdo montaje.
No
sabemos si son dos asaltantes que lo tenían todo preparado, aunque se confundieran
de local. No sabemos si había una mujer que ahora supuestamente está en Siria.
No sabemos si el asalto a una carnicería kosher forma parte del mismo
acontecimiento. No sabemos por qué se ha suicidado uno de los investigadores de
la tragedia. No sabemos ni lo que no sabemos, que diría el inefable Donald
Rumsfeld.
Me
asombra, en cambio, la rapidez con la que se conocieron los nombres de los
hermanos Kouachi. Y también me asombra la claridad de algunas imágenes que se
han conocido de la masacre.
En las
reacciones ante la tragedia hemos encontrado de todo. Hay un sector muy
importante que pone el acento en el ataque a la libertad de expresión. Por
ejemplo, ahí estoy de acuerdo.
Aquí se
abren varios frentes. Por un lado está cierta ideología islamofóbica que
identifica cualquier musulmán con la yihad, y cualquier barbarie con el
integrismo. Discrepo profundamente con este sentir. Cualquier credo, desde la
religión al nacionalismo, las ideologías, incluso un equipo de fútbol, puede
convertirse en integrista y violento. Crímenes atroces se han hecho en nombre
del dios que prefiramos, Alá, Yahvé, Jesucristo, el dios Mercado, la dictadura
del proletariado…
Más
sibilinamente comentaristas de cierta ideología sostienen que el Islam es más
tendente al fundamentalismo y es incompatible con la democracia, mientras que
las libertades que tenemos, hijas de la Ilustración, son herederas del
cristianismo. También discrepo profundamente de esta ilusión. Uno de los
componentes más importantes de la Ilustración fue la lucha contra la religión,
y la Iglesia luchó denodadamente, como sigue luchando ahora todavía, contra el
pensamiento laico y aspira a imponer su moral y sus costumbres como leyes. La
cuestión es que las sociedades contemporáneas no hacen (tanto) caso a las
directivas religiosas. Si no prohíben libros es porque no les dejamos. Ahí
están los casos de Javier Krahe, al que llevaron a juicio por cocinar un
crucifijo, los anatemas contra las obras religiosas irreverentes. Quizás no
ataquen con armas. Ahora. Y si no, que se recuerde el escándalo de la película
de Scorsese y La Última Tentación de
Cristo. O el nunca aclarado ataque de la ultraderecha a El Papus, durante la transición.
También
he escuchado a algunos pedir a los estados y a las comunidades musulmanas que
hagan pública la repulsa hacia el atentado, para dejar patente, dicen, que no
todos los musulmanes son terroristas. La verdad es que el sólo hecho de pedir implica
que existe esa conexión. Como se hace en España con el entorno abertzale y los
atentados de ETA.
Desde
otro punto de vista se manifiesta la repulsa al atentado pero se añade que
quizás no era lo más adecuado criticar, hacer sátira sobre la fe de nadie. Hay
que tener un respeto hacia las creencias de los demás. Vuelvo a discrepar. Debemos reírnos de todo, especialmente de las cosas más sagradas. Como
he leído a Zizek, muy débil debe ser la fe de quienes se sienten amenazados por
unas caricaturas. Machado decía que la fe de un pueblo que blasfema es una fe
viva.
Además,
hay quienes murmuran que no era muy inteligente atacar a gente tan violenta.
Vamos, que se lo han buscado. Estamos en la misma onda que culpa a las víctimas
de los crímenes, ¡si es que van provocando! Otra cosa es que no te guste ese
tipo de humor, o que siempre se ridiculice a los mismos. Como hacen ciertas
cadenas privadas que remedan sólo a un bando.
Que es
una provocación está claro. Pero, ¿de quién? ¿Para quién? Para unos simplemente
serán los musulmanes y esto es un choque de culturas. Para otros será
consecuencia del colonialismo de las grandes potencias que ha creado el caldo
de cultivo para estos integrismos antioccidentales. Otros sostendrán que es un
ardil de estas potencias para justificar una guerra al terror. No sería la
primera vez que, por ejemplo, Estados Unidos, provoca, o al menos, no previene
un ataque para justificar la entrada en una guerra.
He
leído muchas reflexiones muy sensatas, como la de José Antonio
Cerrillo, que deplorando ante todo el atentado, explica las condiciones en
las que fermenta ese tipo de islamismo violento. Occidente armó a los talibán
en su lucha contra los soviéticos, a Sadam frente a Jomeini, pero prefiere
ignorar a los kurdos frente al Estado Islámico.
José
Manuel Benítez Ariza, en su blog Columna de
Humo, acertadamente reflexiona sobre el fracaso en la integración de estos
jóvenes que viven en occidente, conviven en sus comunidades, reciben una
educación y una integración que no ha tenido efecto.
Afortunadamente
tenemos quienes sitúan las masacres en su contexto y recuerdan que las
principales víctimas estos días, de tantos días. son los propios habitantes,
musulmanes ellos, de países como Iraq, Afganistán o Nigeria. O los resultados
de políticas imperialistas que mantienen en la pobreza y enfrentados a tantos
países de África, Asia o Hispanoamérica.
Pero tampoco
sorprende los que se quejan de la falta de contundencia y piden venganza y pena
de muerte. Hay quienes leen el macabro suceso en términos nacionales e imaginan
que el buenismo de cierta izquierda española sería incapaz de responder con
contundencia. Ahí está Miguel Ángel
Rodríguez que aprovecha para atacar a Podemos en twitter. Más aún, se culpa a la izquierda de ser tolerante con el
islamismo y propiciar de esta forma los ataques. La ideología del relativismo
cultural, dicen, provoca estos desmanes. Curiosa forma de estar a favor de la
libertad de expresión es esta que no confía en la autocrítica.
Está
claro, y en esto el test de Rorschach es un ejemplo canónico, que cada cual
entiende las cosas desde su posición. Es lo que estoy haciendo yo mismo. No es egoísmo, es más bien un defecto de
fábrica que nos hace comprender el mundo desde nuestros propios parámetros.
Pero es que hay parámetros completamente desmadejados.
Me
gustaría pensar que los lápices son más potentes que las armas, que la pluma es
más fuerte que la espada. Ojalá.
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