La
anterior entrada de este blog elogiaba la decisión de Syriza de consultar con
su pueblo la aceptación de las durísimas condiciones que le exigían los
acreedores internacionales, la famosa Troika. No se amilanaron los ciudadanos
con la presión del corralito y
votaron claramente a favor del No. Tsipras, entonces, consiguió el mandato de
la mayoría de los grupos políticos para negociar una nueva propuesta. Hasta ese
punto, ejemplar. Sin embargo, algo se torció. La Troika destapó la caja de los
truenos y con unas condiciones muchísimo más crueles, Tsiripas aceptó. Debo
decir que me sentí traicionado en el espíritu democrático.
Podemos
hacer muchas conjeturas, y se han hecho, para explicar por qué se acepta un
acuerdo mucho más duro, a qué venía un referéndum que luego no iba a servir de
nada. Intuimos que seguro han existido amenazas, probablemente incluso
personales hacia los miembros del gobierno. Podemos concederles el beneficio de
la duda, pensar que han aceptado un ajuste tan inhumano para poder servir de
parapeto y enfocarlo de la manera que menos afecte a los que menos tienen…
Pero, a mi juicio, ha sido una traición.
Otra
cuestión que me suscita el proceso tiene que ver con las condiciones de la
negociación. No hablo de la injusticia de que el 90% de la deuda tiene que ver
con los intereses, que durante muchísimos años van a estar en periodo de
carencia, esto es, sin pagar el préstamo, sólo devolviendo dinero de los
intereses. Tampoco entro en quién es el responsable de haber llegado a esta
situación. No creo que sea de recibo culpar a la población de tener
jubilaciones anticipadas, sueldos más que dignos o derechos sociales, que,
dicho sea de paso, tampoco son superiores a los de muchas democracias
occidentales. Lo que me interesa es comprobar la reificación de los procesos.
Syriza
propone un referéndum, inmediatamente los mercados reaccionan y tiene que
decretar un corralito. Las noticias
lo cuentan con la misma frialdad científica y mecánica de un terremoto que
sacude un país, de una mala construcción que se derrumba sobre sus inquilinos,
o de un pecado que lleva su penitencia. Pero no, no es así. Los mercados son
personas que intencionadamente deciden castigar una decisión política. Personas
que ni siquiera son griegas presionan para que un gobierno democráticamente
elegido se vea forzado a aceptar condiciones contrarias a sus ideas, sus
intereses y su mandato. ¿Quiénes han tomado la decisión de retirar los fondos,
algo abstracto como la fuerza de gravedad que mantiene la música de las esferas
y a los planetas girando y girando? No lo creo.
También
es sospechoso que una vez que el resultado del referéndum es contrario no se
acepten las propuestas del gobierno griego de cargar los ajustes del déficit
sobre las grandes fortunas o el turismo. Ahora aprovechan para exigir
privatizaciones en la energía, mayores subidas del IVA, recortes en las
pensiones… Nada de una quita de la deuda, como se ha realizado, no sólo en
grandes empresas, también en países como la Alemania o la Francia de después de
la Guerra Mundial. ¡Ay, John M. Keynes, qué olvidado te tienen!
Este
proceso pone de relieve que no son las condiciones económicas las que dictan
las medidas económicas. Lo que era válido para “salvar” a Grecia una semana, a
los diez días no vale, son necesarios nuevos “sacrificios”. Me da más la
impresión de que se trata de castigar a un chico díscolo. Echarlo de clase, el Grexit. Creo que en las decisiones
económicas se juntan los intereses de los poderosos y una cierta mentalidad
intransigente y autoritaria que recurre a la mano dura ante los comportamientos
que no cuadran en la ortodoxia. Como los jovencitos malcriados.
La
historia la conocemos demasiado bien: un joven llega nuevo a un barrio
controlado por unos matones y decide, por la razón que sea, normalmente una
rubia de largas piernas, no dejarse intimidar por sus amenazas. Los
conformistas bienintencionados le aconsejan que no se atreva a retarles, que es
mejor vivir agachados y esforzarse en seguirles la corriente y caerles bien. Si
es necesario, hacerles la pelota, olvidar el orgullo. Amenazas que acaban por
cumplirse y el joven termina apaleado. Un vaquero que decide enfrentarse a los
forajidos y queda sólo ante el peligro… No hace falta hacer ser más explícito.
Comprobamos de qué pasta están hechos los dirigentes de los distintos países.
Los nuestros, está claro, han preferido no enfadar a los poderosos y asumir sus
razones como propias y aplicarlas con la fe del nuevo converso.
Tsipras
intentó ser el rebelde y ha acabado traicionando, y apaleado. Ha cerrado filas
y expulsado a los miembros de su partido que no aceptaban el acuerdo. Nunca
sabremos cuáles han sido las amenazas, pero sí que, tristemente, conocemos las
reacciones. Que si no debieron hacer promesas que no se podían cumplir, que si
el populismo, que si la frustración… Pero no olvidemos que la economía no es
física de los cuerpos sólidos newtonianos, es el resultado de decisiones
conscientes de actores con intención. Y las intenciones de los grandes actores
económicos ha sido escarmentar, dar un aviso a navegantes y hacer una rapiña de
los restos de la sociedad griega.
El
sociólogo Zygmunt Bauman reflexionaba en Modernidad
y Holocausto sobre la conexión intrínseca entre el proceso modernizador y
el exterminio sistemático, racional e industrial de los judíos. Recuerdo uno de
los pasajes en los que se relataba cómo los jerarcas nazis, después de haber
recluido en guetos a los judíos, exigían una cuota de cien hombres, por
ejemplo, para los campos de trabajo. Lo perverso de su plan incluía la
condición de que fuera el consejo judío del gueto el encargado de seleccionar a
los condenados. De esta forma conseguían involucrar y envilecer de manera
implacable a las propias víctimas en el proceso de persecución y exterminio.
Este es también parte del plan de la Troika, forzar a los países, y dentro de
ellos, a los más rebeldes, por así decirlo, a ser los encargados de elegir las
víctimas, de ejecutar el exterminio económico de una sociedad depauperada y
devastada.
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