Es
curioso que se vaya desvaneciendo la idea de clase social cuando precisamente
están aumentando la distancia entre ambas. Hasta la llegada de la “revolución
conservadora” de Thatcher y Reagan los niveles de desigualdad, lentamente,
habían ido descendiendo. Después de las políticas liberales de los Chicago Boys y, especialmente, en la
última gran crisis, los ricos se han hecho más ricos y los pobres, más pobres.
Sin embargo, la conciencia de clase ha desparecido.
Las
diferencias de clase afectan a todos los niveles de capital, el económico, el
cultural, el simbólico, incluso el estético. No en vano son la beautiful people que puede recurrir a
inyecciones de botox las veces que se
requiera, a los retoques para desafiar la vejez, las liposucciones para
encarnar esa eterna juventud que les abre puertas, giratorias o no. Por eso
sabemos que la riqueza, la formación, los contactos, la belleza física son, en
cierta forma, capitales que se transfieren entre sí. La riqueza posibilita la
educación, ofrece los contactos, que a su vez proveen de puestos de trabajo
bien pagados para poder costear las operaciones, and so on…
¿Qué
factores han participado en esta disolución del concepto de clase social? Como
en tantos casos, se trata de las sinergias entre varias dinámicas, hasta cierto
punto independientes entre sí. Se me ocurren varios:
Por un
lado está la trampa genética, es decir, la fe en que los talentos están desigualmente
repartidos y una sociedad justa consiste en recompensar desigualmente
atendiendo a dichos talentos. No es la clase social la que te da la riqueza por
herencia, es tu capacidad para liderar un grupo empresarial. Es la genética
también la que te coloca como conservador en política, emprendedor en la
actividad económica, liberal en las costumbres o revolucionario.
La
aparición de las democracias representativas occidentales trajo consigo la
transformación de los partidos políticos de clase en partidos de masas, que
procuran atraer cuantos más votantes, mejor. Por eso tienen que diluir las
diferencias de clase, todos tienen las mismas aspiraciones, aunque estén en
clara contradicción, a todos hay que contentar, a cada votante de cada barrio,
de cada ocupación, de cada situación social.
Distintas
ideologías políticas fuera del tradicional eje izquierda-derecha hacen hincapié
en objetivos comunes, como el ecologismo, o en melancólicos recuerdos, como el
nacionalismo. El Manifiesto Comunista clamaba por la unión de los obreros de
mundo, porque nos parecemos más a nuestros iguales allende de las fronteras que
a los de nuestra nación, pero de barrios más pijos. El triunfo del rap,
permítaseme aventurar, tiene tanto que ver con la publicidad como con la identificación
de clase.
La
filosofía que decretó el fin de los grandes relatos no hizo sino sacralizar la
derrota de uno de ellos, la liberación del hombre de la esclavitud. Una
renuncia de grandes teorías, de grandes luchas por una política de partisanos, en
plan guerrilla, con objetivos más alcanzables, renunciando a las necesidades de
clase. Es más probable, sin embargo, que se terminen los problemas de atentados
ecológicos con el fin de las clases sociales que mediante legislación en países
de libre mercado.
No
podemos olvidar los medios de comunicación, que unifican modos de vida.
Defender unos colores en los deportes distrae, ya lo decía Santiago Bernabeu.
Aunque siempre habrá clases. Lo vemos en los anuncios, dirigidos a clases
bajas, a medias. Las clases altas no necesitan anuncios para saber qué deben
comprar.
El
desprestigio académico hacia lo marxista después de la caída de los regímenes
del Este termina de poner la puntilla. El comunismo no funciona, se ha
comprobado. Hablan como si el capitalismo funcionara y los excluidos a nivel
global no fueran la famélica legión. Hace veinte años, un compañero de estudios
ya me recomendaba seguir usando las herramientas marxistas de análisis pero
cambiando su nomenclatura para disimular. En lugar de modo de producción,
utilizar sistema de organización de la economía, por ejemplo. Pero, ¿cómo no
utilizar el utillaje clásico? Es como renunciar a la ley de la gravedad para
resolver problemas de planos inclinados porque Einstein postulara la curvatura
del espacio-tiempo.
En la
película Sospechosos Habituales (Bryan
Singer, 1995), Roger Verbal King
(Kevin Spacey) lo decía sabiamente: “La mejor treta que pudo idearse el Diablo
fue la de hacerle creer al mundo que no existía.”
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