El problema de la libertad de expresión, como todas las
libertades, es el de los límites. Esta semana hemos asistido a toda una
retahíla de opiniones al respecto de dos casos que han acabado en el juzgado.
Ya vimos cómo se podía malinterpretar una función de títeres para que pareciera
un apoyo al terrorismo. Y en juzgado también empieza el calvario para la
concejala Rita Maestre. Al menos, el madrenuestra de Ada Colau se está
librando.
A Rita Maestre se la acusa de atentar contra los sentimientos
religiosos, una manera muy elegante de hablar de la blasfemia. En el fondo se
está tratando de un problema de los límites de la libertad de expresión. Pero la
cuestión con la blasfemia es distinta. Cualquiera se puede sentir indignado con
cualquier manifestación que escuche o lea en los periódicos o las redes
sociales. Yo me he indignado muchísimo con el exalcalde de Valladolid por sus
declaraciones sexistas y con prácticamente toda la programación de Telecinco.
Sin embargo no pido su encarcelamiento. No respeto para nada su opinión, porque
las opiniones no son todas respetables. Las personas siempre son dignas y
merecen respeto, pero a machismos, racismos, barbaridades de ese calibre, no
hay que respetar nunca.
Los que se irritan tanto con lo políticamente correcto
acusan de policía del pensamiento, de moderna inquisición, cuando los y las
feministas ponemos en evidencia la prepotencia de ciertas expresiones. No he
escuchado a ninguno de ellos hablar en contra de esta inquisición mucho más
cierta que es el código penal con el delito de atentar contra los sentimientos
religiosos.
La cuestión de la blasfemia es radicalmente distinta a las
opiniones sobre fútbol, política o moda porque sólo una de las partes es la que
la define como tal. Blasfemia es todo aquello que puede ofender a una persona
religiosa. Blasfemia es usar el nombre de dios en vano, blasfemia es un
“megagoendió”, blasfemia es una representación de la madre de dios con heces…
Pero no hay reciprocidad en la blasfemia, se da la
circunstancia de que uno sí puede atentar contra los sentimientos religiosos y,
por el contrario, no hay tipificado nada que atente contra los sentimientos de
los que no lo somos. A mí me puede molestar muchísimo un niño Jesús
crucificado, la medalla del mérito a la Guardia Civil a la Virgen, me puede doler en lo más profundo las declaraciones de muchos
jerarcas de la Iglesia católica sobre niños que consienten o provocan los
abusos, me parece indignante compartir aulas con enseñanzas confesionales… y no
hay derecho que me asista. Sólo se atenta contra la bandera, contra la integridad
de la patria, contra su majestad el jefe del Estado. A los ateos no nos pueden
molestar los sentimientos de ningún tipo, por mucho que atenten contra la
neutralidad religiosa de los espacios públicos.
El dios de los religiosos es muy especial en los gustos. Por
lo visto se ve intimidado por el cuerpo femenino. En los templos italianos no
se puede entrar con minifalda ni con los hombros al descubierto. Se considera
una falta de respeto hacia dios. Un dios que en España no se ve turbado por los
hombros ni las rodillas. Al Jesús de los Evangelios le indignó hasta la ira el
comercio dentro del templo, pero eso no es reparo para que se tengan puestos de
recuerdos en el interior de la Casa de Dios, ni para que la Iglesia participe
de negocios en bolsa.
Olvidamos los escándalos que los religiosos más rancios nos
han ofrecido indignados, desde Jesucristo
Superstar, Yo te saludo María que
yo recuerde en mi adolescencia hasta La
vida de Brian o La última tentación
de Cristo. Sólo nos acordamos de los musulmanes fanáticos (que no fanáticos
musulmanes) quemando banderas y caricaturas. La blasfemia de Charlie Hebdo pareció a muchos
defendible porque… porque era contra otra religión, y así quedaba muy claro que
los musulmanes eran, sin excepción, intolerantes y fanáticos. No quiero ni
pensar qué pasaría con Nazario si publicara ahora su Anarcoma, con su
imaginería gay-religiosa.
Los católicos en España están tan acostumbrados a tener la
hegemonía que confunden un privilegio (que todavía se mantiene en el Concordato
con la Santa Sede) con un derecho. No entiendo cómo todavía existen capillas
católicas en centros del saber laico como son las universidades. Imaginemos que
en las iglesias hubiera capillas dedicadas a la ciencia, ¿absurdo? Pues eso.
Hay católicos que piden respeto a sus creencias. Y, por supuesto, todos tenemos
derecho a que se respete nuestro derecho a tener creencias, pero no acudimos a
los tribunales. En primer lugar porque no hay leyes que nos defiendan. Estas
denuncias me recuerdan la actualidad del famoso discurso de Azaña en 1931 sobre
la mal llamada cuestión religiosa. Proponía Manuel Azaña que no se recurriera
al famoso brazo secular para forzar las conciencias en el recto camino.
Cristianos son los que quemaron los discos de los Beatles
cuando John Lennon dijo que eran más famosos que Cristo. Los que imponen en las
escuelas norteamericanas su extravagante visión del Diseño Inteligente,
colocándolo al mismo nivel que la evolución darwinista. El fundamentalismo como
concepto nació para designar a cristianos radicales. La intolerancia, es decir,
no permitir a los demás lo que no me permito a mí mismo, no es patrimonio de
los cristianos. Ortodoxos judíos y musulmanes tienden a restringir de manera
creciente lo que se debe y lo que no se debe hacer, mostrar, el pelo recogido,
tapado, los ojos… El cuerpo de la mujer suele ser el blanco ineludible de
prohibiciones. Jesús puede estar en calzoncillos, pero una señora no puede ir
en tirantas.
A los que no creen en sus pecados, como ilustra magníficamente
El Roto, les imponen los delitos. Por si fuera poco, están hablando en nombre
de los cristianos aquellos más rancios, más alejados del Concilio Vaticano II,
los que se quejan de la doctrina social de la Iglesia y sólo quedan fascinados
por el boato de la Semana Santa. Como magistralmente nos enseña Martha
Nussbaum, la repulsión que nos produzca una acción no puede ser fundamento del
derecho. Que se escandalicen ciertos católicos por un padrenuestro tergiversado
no puede, de ninguna manera, imponer una pena, una multa, un juicio.
En una democracia verdadera no hay nada que no pueda ser
criticado, incluso burlado. Como mucho, tener la consideración con los que no
tienen el poder, y, desde hace muchísimo tiempo, la Iglesia Católica, en
España, está muy cercana al poder. Hay diferentes formas de lucha contra estos
privilegios, y una de ellas es la provocación, como las procesiones de Vaginas
o las protestas que interrumpen en la capilla de la universidad por la que se
juzga a Rita Maestre. Pedir que se saquen los rosarios de los ovarios, que
menos rosarios y más bolas chinas puede sonar muy soez, pero no amenaza la
integridad física de nadie, como muchos comentarios al respecto que han
realizado la ultraderecha.
Ada Colau también está metida en un embrollo parecido a
cuenta de un poema que remedaba el Padrenuestro. ¿Dios está pendiente de
indignarse por esto y no por haber permitido, como creador, los enfermos de
leucemia? Tampoco veo que se insista más en la mala calidad de la obra que en
la libertad de decirla.
¿Es que pensamos que los religiosos se conformarán con
denunciar la irrupción en la capilla? Si se les da la razón, no pararán hasta
controlar todo el país. Se han crecido con el gobierno del PP que les ha estado
haciendo concesiones y concesiones. Nunca se dan por satisfechos. No es
cuestión de que haya religiones más tolerantes que otras, hay creyentes más
fanáticos que otros y la sociedad tiene que luchar por establecer un ámbito
público en el que no interfieran las religiones. Que puedan ser criticadas y
mofadas como se critica y se mofa de los políticos o de los artistas. Unos
critican, otros se defienden, ese es el espacio público. La religión es
cuestión de conciencia y ahí no puede entrar nadie.
Como dice el refranero, no ofende quien quiere sino quien
puede. Amen.
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