Sinceramente, creo que la felicidad está sobrevalorada. O
por lo menos tiene un precio altísimo. No suelo estar pendiente de los
cachivaches que te hacen la vida más cómoda, pero ahora no tengo manera de escaparme.
Si dejo de ver la televisión, me asaltan los anuncios incrustados en la web. Si
ojeo una revista, hay más páginas dedicadas a promociones que a artículos. No
hay forma de huida posible.
Y así me entero de que para tener un aspecto envidiable
tengo una serie de opciones de afeitado, rasurado o con milímetros exactos de
barba de tres días. Que para comer sano puedo contar con un dispositivo que
corta, brilla y da esplendor. La casa, mejor, la mansión, estará siempre
impecable con un robot, una especie de cucaracha gigante que se maneja con el
móvil. Tratamientos estéticos para gustarte tú y reconquistar a tu pareja. Todos
los escalones de la pirámide de Maslow que describe las necesidades humanas
tienen su correspondencia en los objetos y servicios anunciados en estas
fechas. La comida, la bebida, la casa en un portal inmobiliario, las amistades
que se celebran con cerveza… Desde las más básicas hasta la autorrealización,
la cúspide de la pirámide. El punto más alto es ser como el protagonista masculino
de los anuncios de perfumes, donde las mujeres te admiran y los hombres te
envidian.
Lo peor de todo es que hay una exigencia, una urgencia
terrible para conseguir esta felicidad propia y la de los tuyos. Más aún, es
ahora el momento de conseguir la felicidad de todo ser humano. Son las fiestas
del compromiso social, donde dan más pena las causas humanitarias. El solsticio
de invierno es lo que tiene.
La celebración de la Navidad trae consigo la reunión de las
familias y el encaje de bolillos para poder estar en todos sitios y no faltar a
ninguno. Las cenas de trabajo, la de los amigos, las de tus padres, las de tus
suegros… Salir en las fechas señaladas y pasártelo bien. Es obligatorio en
Nochevieja pasártelo bien. Hay empresas que se especializan en cotillones, en
servirte empaquetada la felicidad. Sólo tienes que comprar la entrada y ya
tienes la cena, la música, y el ambiente para disfrutar de manera orgiástica. Si
te quedas en casa, no tienes excusa, las distintas televisiones se esmeran en
ofrecerte programas animados donde disfrutar viendo buenos artistas y solventes
coreografías de bailarines y bailarinas por las que el abuelete puede babear de
ilusión.
No sólo de nochevieja vive la felicidad. También están los
carnavales y las ferias, las fiestas de los pueblos y los cumpleaños. Son
momentos específicos para estar contentos. De manera obligatoria. Y si no lo
haces es porque tienes un problema.
De todas formas, no hay que preocuparse, también hay
solución. Si el problema eres tú, hay toda una sección en las librerías para
aprender a ser feliz. Legiones de psicólogos, psiquiatras y expertos en coaching personal te enseñarán cuáles
son los fallos en tu personalidad y en tu actitud que te privan de ese derecho natural
que es la búsqueda de la felicidad.
Los momentos de crisis no son un obstáculo, son
oportunidades para replantearse la vida, para analizarse y tomar decisiones
sobre uno mismo con la misma convicción que un experto en recursos humanos
gestiona una gran multinacional. Todo un entrenamiento en fortalezas y
debilidades, oportunidades y desafíos. Uno es el gestor de uno mismo. Hasta tal
punto llega el cuidado de sí. No sólo hay que buscarse una manera de ganarse la
vida, hay que disfrutar de cada momento, plantearse una continua reinvención,
todo un detallado plan de I+D+I personal. Cambiar de trabajo es lo deseable,
llevar una vida con lo más simple es más sano que una tabla como cama. Es nuestra
obligación, nuestra santa devoción, nuestro compromiso con nosotros mismos y
las generaciones venideras.
Ser felices es muy caro. Si echamos cuenta de lo material,
según los precios en los catálogos de todos los aparatitos y comodidades
anunciadas, tendremos que gastar una vida entera en acumular cash. Pero no sólo son cosas materiales,
tangibles o intangibles, viajes y ropa, joyas y experiencias, también hay que
entrenarse uno mismo en esos cursillos exprés que no siempre pagan las
empresas. Esos en los que un experto, mediante una pantalla digital, o una
pizarra Vileda y mucha dinámica de grupo, te hace quererte a ti mismo, respetar
a los demás y considerar cada obstáculo de la vida una oportunidad de
enriquecerte espiritualmente.
Afortunadamente ya han pasado los tiempos en los que
podíamos dejar la felicidad para la vida eterna y sufrir tranquilamente en
esta. Los tiempos modernos nos ofrecen la posibilidad de ser felices aquí y
ahora. No dejarlo para mañana. Más que una opción, es una responsabilidad. Y de
las caras. Que dan ganas de volver al valle de lágrimas y perder el estrés de
tener que ser felices por obligación. O, por lo menos, confiemos que exista la
reencarnación para poder centrarnos en el capital durante una vida y para vivir
felices conforme a los cánones en la segunda.
Siempre hay que hacer un alto y pararse a pensar. ¡Cuánta razón tienes! A veces no nos damos cuenta del bombardeo constante de exigencias que sufrimos a diario. Estoy muy contenta de no tener ya la obligación de ser feliz.
ResponderEliminarEso sí: lo de la especie de cucaracha que recoge los pelos del perro me sigue flipando, a ver si en una de estas reencarnaciones no me duele la barriga de gastar el pastón que vale y me hago con una. jajajajajjaja
Jajaja.. De todas formas una cosa es la exigencia de la felicidad y otra muy distinta desear a los demás que lo sean. Pues eso, feliz año, Esperanza, para ti y para los tuyos. Un abrazo
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