Una de las cosas que más me fascinan y a la vez me sacan de quicio de los filósofos franceses esos de la posmodernidad es su capacidad de prestidigitador para hacer aparecer lo bueno como malo, lo blanco como negro, la generosidad como orgullo. Dews decía con buen tino que estos personajes prefieren cualquier cosa antes de quedar como ingenuos. Y los entiendo, se ha dicho ya tanto de todo que para parecer original hay que darle la vuelta desde el origen a las cosas. Todo esto por desengañarse con Nietzsche y sospechar de cualquier moralidad.
Pero una cosa son estos juegos de logotomaquia y otra muy distinta es confundir la velocidad con el tocino en la vida cotidiana. No podemos negar que en estos tiempos inciertos la verdad y la mentira se transfiguran y los valores se trucan como en la chistera de un mago de circo. No deja de parecerme curioso que el programa de televisión que más hace alarde del poder de la ciencia, paradójicamente, sea Cuarto Milenio. En este increíble –en cualquier sentido de la palabra– programa se hace gala de una metodología científica casi impecable. Al menos de una apariencia totalmente inmaculada. Batas blancas, instrumentos de medición, hipótesis, teorías, toda una parafernalia para ocuparse de hechos que, básicamente, no existen. Al final, como aprendiendo la lección de Popper, todo puede ser falseable y todo, por lo tanto, puede ser real. La ciencia en los tiempos modernos. O quizás, como sostiene Latour, nunca hemos sido modernos.
Los científicos aparecen como seres caprichosos, imbuidos de política y de intereses ocultos, al servicio de las grandes corporaciones, del ejército o del Estado y sin ningún respeto por la verdad. Se igualan prácticas con poco carácter científico al mismo tiempo que los defensores de la ciencia se comportan como seguidores de un culto mistérico.
En cambio, los que aparecen como seres luminosos son los creyentes. Y no hace falta que sean de novedosas doctrinas con regusto oriental, puede ser el mismo catolicismo, el más rancio, aquel del que abominaba Antonio Machado en La Saeta –que, curiosamente, se adopta como himno para ensalzar justo lo que se proponía criticar el poeta–. Ahora son los católicos que pretenden segregar en las escuelas, que imponen su catecismo como asignatura –doctrinal, como no tienen reparos en confesar–, que se hay llevado toda la historia de la cristiandad prohibiendo el mundo, el demonio y la carne, estos católicos son los que pretenden ser los tolerantes y acusan a los demás de ser censuradores de sus creencias. En estos tiempos son conscientes de que no pueden obligar a todos a comulgar –nunca mejor dicho– con sus creencias, así que pretenden crear un bastión amurallado alrededor de los fieles para que no se contaminen de laicismo o pensamiento crítico. Poco a poco, con los medios que dios y el IRPF les ha dado conseguirán aumentar sus adeptos, asumiendo el aspecto de nuevo-a-la-vez-que-tradicional.
Piden libertad de religión cuando están en minoría, no lo hicieron cuando era la religión oficial. No he escuchado a ninguna jerarquía eclesiástica defender la separación entre Iglesia y Estado en Europa mientras que claman por ella en los países musulmanes. En realidad, no creen en la libertad de conciencia, lo que quieren es libertad para seguir adoctrinando a los suyos.
Se quejan de sufrir persecución cuando ellos crearon la Inquisición y la siguen manteniendo con el nombre de Tribunal Supremo para la Congregación de la Doctrina de la Fe. Movilizan “millones” de personas para “defender” la familia de los ataques de la “ideología de género” (sé que son muchas comillas, pero todas necesarias), acusan desde los púlpitos a los gobiernos de PSOE de quitar el dinero de la Iglesia para “dárselo a los gays”, ponen la voz en grito cada vez que se plantean debates sobre reproducción… Y se comportan como víctimas cuando se les pone a parir desde cualquier tribuna. Señores, en una democracia todo es susceptible de crítica y si dios les ha dado la verdad verdadera, que se hubiese explicado mejor y todos la tendríamos. Tienen la osadía de igualar el espíritu crítico que da el relativismo con el mayor de los absolutismos. Ellos, que ponen su fe en un dios indemostrable, acusan de adoctrinar a quien aconseja dudar de todo.
La desfachatez es enorme cuando tienen privilegios fiscales, cuando se rigen por un Concordato pre-constitucional y probablemente anti-constitucional y se ven a sí mismos como atacados por unos grupos políticos que se atreven a poner sobre la mesa estos privilegios. Se organiza el calendario a su servicio y olvidan que la navidad no es el nacimiento de Jesús, sino el solsticio de invierno.
En este orden de cosas todos estos tradicionalistas acusan de obsoletas a las ideologías del movimiento obrero cuando nacieron en el siglo XIX, ¡desde un credo que tiene dos mil años! Estos conservadores acusan de intransigentes a quienes no queremos que sigan dirigiendo la sociedad como si les perteneciera.
También es llamativo que se acuse de prohibicionismo a los llamados “progres”. Los herederos del “prohibido prohibir”, los que abanderaron la revolución sexual, las manifestaciones antifranquistas, los que defendieron el top less y el aborto son ahora los malvados prohibidores, censuradores, inquisidores… Son totalitarios porque no quieren que se utilice a la mujer como objeto, son prohibidores porque quieren evitar la degradación del medio ambiente, son inquisidores cuando prohíben el tabaco en los lugares públicos, les hacen quedar como enemigos de la libertad por defender unos mínimos derechos de los trabajadores frente al inmenso poder del capital a la hora de hacer contratos.
Desde las tribunas y las barras de los bares se confirma una y otra vez que los defensores de la libertad son los que dejan el mundo a merced de los que pueden, y abandonan a su suerte a quienes no tuvieron la fortuna de nacer en la familia adecuada. ¿Qué libertad es la que tienen los millones de niños que nacen en África? Ni siquiera se les permite emigrar para buscar un mundo mejor. ¿Qué libertad les queda a los que quieren huir de una guerra? Ninguna, porque entre ellos puede haber terroristas. Estos argumentos los defienden quienes se muestran ufanos de profesar una fe que habla de la hermandad universal y de hacer el bien al prójimo.
Hay quienes llaman fascistas a todos los que no opinan como ellos, que no se deciden a condenar ni el fascismo ni el franquismo, que participan de esta corriente extraña de simpatía hacia el fundador de Falange, aquel que quería que España fuese una unidad de destino en lo universal –significara lo que significara– y que todos los intereses, personales, de grupos o de clase se tenían que plegar a la suprema realidad de la patria. Ahora aparece como el gran defensor del entendimiento entre los españoles quien no se detenía ante el uso de la violencia, un poeta soñador en tiempos revueltos.
Los que ponen impuestos a la energía solar se venden como adalides de la bajada de impuestos. Los que censuran a los periodistas en las ruedas de prensa y las hacen a través de un plasma y sin preguntas, los que elaboran una ley que permite encarcelar como a terroristas a unos guiñoles que denunciaban la falsificación de pruebas por la policía, los que vigilan a tuiteros y denuncian chistes de hace 40 años… esos son los paladines de la libertad de expresión, simplemente porque estos tiempos exigen una corrección en el estilo que tiene que asumir los cambios sociales en materia de género. Son precisamente los que denigran a la mujer y la hacen aparecer como florero, organizan cursos de cocina y costura, de dolores en la espalda, los que dejan sin dotación económica los programas contra la violencia machista son los que pretenden ser los defensores de la mujer frente al malvado islam que les pone velo, como a las monjas.
Sin duda es el mundo al revés.
Un mas que denso artículo en el tomas diferenntes temas, pero que vienen a confluir en la manipulación que por medio de las creencias religiosas se lleva a cabo en la sociedad.
ResponderEliminarComparto muchos de tus posicionamientos, y es más estoy de acuerdo en el hecho de que la religión católica es más jerarquía que espiritualidad. Se puede ser una persona espiritual, yo así me considero, y para nada religiosa en el sentido que entiende la sociedad actual. Es por ello que la formación en algo tan valioso como es la filosofía, el señalar a la razón como forma de conseguir no ser manipulado en ningún sentido es de vital importancia en la educación de la persona.
Siempre han existido manipuladores, magos de la ilusión de la felicidad, y para ello nada mejor que montar todo un "tinglado", que es acogido allá donde se traslade con su mensaje de ofrecer una utópica paz espiritual.
Como es habitual en todos tus artículos, te admiro por ello, sinceramente, magnífica exposición, y sin duda, vivimos el mundo al revés.
Yo respeto la espiritualidad, pero no las religiones. Ni la católica, ni la musulmana ni ninguna que se base en condenar al sufrimiento a sus creyentes.
ResponderEliminarTampoco soporto el aire de superioridad y condescendencia que muchos creyentes tienen con los que no lo somos.
Gracias, Rosa, por tu atenta lectura. Siempre es un placer.