Me sorprende muchísimo el aura de
indignación después del concurso de Eurovisión de este año. Como si esta
edición hubiera sido diferente al resto, como si no fuera un inmenso programa
de entretenimiento que tiene que ver algo
con la música. Un poco como los premios nobel de literatura. Algunas veces hay
música. Normalmente, poca. Nos guste o no el resultado, el ganador o el puesto
para los representantes españoles, creo que podemos utilizar el acontecimiento
como una gran metáfora de la España actual. A ver si consigo poner en pie la
comparación.
En
primer lugar, y esto ya viene de antiguo, la confusión entre Eurovisión y Unión
Europea. Que se parece muchísimo a la confusión que se nos ha repetido y hemos
asumido desde hace décadas de identificación del continente y la civilización
europeas con la negociación de una unión aduanera llamada Comunidad Económica
Europea que ha devenido en un macro-Estado fallido. No insistiremos más en el
asunto. Como en la grosera geopolítica que destilan los comentaristas del
evento. Escandinavos votan escandinavos, la órbita rusa, las afinidades
culturales…
Centrémonos
en España porque este año ha sido muy significativo desde el principio. No
podemos negar que la canción que interpretaban Amaia y Alfred era un calco del
estilo que triunfó el año pasado en la voz quebrada de Salvador Sobral. Y así
nos va, intentando copiar el modelo educativo finlandés o los modelos de
negocios de Lituania, sin tener en cuenta otras circunstancias que hacen que
algo triunfe en un momento determinado y un lugar concreto.
Otro
aspecto muy metafórico es el modo de elección de la canción. Alguno podrá decir
que ha sido democrático porque la audiencia de un programa de televisión
española los votó por sms o una
aplicación de móvil. Sin embargo, no sabemos cómo se decidió qué artistas iban
a presentar sus canciones. Se nos han dado a elegir cartas marcadas y se puede
decir que el público se decantó por la menos desagradable, o por factores extra
musicales, como el bonito romance tan a propósito entre los dos intérpretes. La
situación se parece tanto al sistema electoral de partidos que es un chiste la
metáfora. Igual que no podemos elegir si los candidatos deben salir de OT o de
cualquier otro programa –de televisión–, no estamos en condiciones de decidir
ni los partidos que concurren ni sus programas –electorales–.
El
propio programa Operación Triunfo es una metáfora exacta del nuevo modelo
productivo, en el que el “talento” viene resuelto de casa, pero trabaja como
aprendiz durante 24 horas al día, 7 días a la semana, expuesto a la supervisión
constante. Y con la gratificación de quien se dedica a la vocación. ¿Qué más se
puede pedir? Una entrega en cuerpo, alma y espíritu, sin capacidad de crítica.
La
baza principal de esta pareja, además de sus cualidades interpretativas, es el
manejo de las emociones más ñoñas alrededor; la naturalidad y el desparpajo de
ambos ante las cámaras para no abochornarse de los titubeos, de las pequeñas vergüenzas
cotidianas que confiesan sin pudor ante las cámaras. Esa contaminación
emocional que afecta a todos los niveles, el productivo, el propagandístico, el
mediático, el político, en España y el resto del mundo.
Después
llegó la tormenta. El idilio de la pareja con su público se rompió por San
Jordi, cuando los sectores más reaccionarios identificaron a Alfred y Amaia con
el independentismo. Que si unas fotografías, que si el libro del chalado de
Albert Pla. Pero claro, se llama “Mierda de España” y está escrito por un
catalán. No hace falta leerse el libro, ni siquiera conocer la personalidad
algo esquizoide del cantautor. A partir de ese momento, la caverna mediática y
cientos de haters se lanzaron al
cuello de la parejita. La cosa no paró ahí, se multiplicaron las declaraciones
manifiestamente malinterpretadas para hacerlos quedar como antiespañoles.
Si
se les pregunta, con algo de malicia, por interpretar en Eurovisión una canción
en catalán, ellos responden, que estaría bien, o en euskera, o en cualquiera de
las lenguas oficiales de España, que sería una bonita muestra de diversidad
patria. Los titulares cambian el sentido de las palabras a conciencia y se
vuelcan. Como si su manera de entender el patriotismo fuera la única. Y esa es,
de nuevo, una metáfora perfecta de la gestión de los nacionalismos en nuestro
país. Negar la españolidad del catalán, el euskera, el gallego, el bable o el
asturiano. Todo lo que no es castellano es romper España. Contribuyendo a la
incomprensión mutua –y en su espejo, la imbecilidad expresada a la inversa,
todo lo que no es catalán, o euskera, es antiCataluña o antiEuskadi.
No
sé de qué se extrañan por el pobre resultado en un concurso en el que el voto
del público ha demostrado ser decisivo, haciendo una campaña en contra de
manera tan efectiva. Además, así pueden sentenciar con orgullo que han sido, de
nuevo, los catalanistas quienes están frustrando el proyecto de España. Y nos
vale para Eurovisión, para la economía o para que nos tomen en serio las
agencias de calificación o las instituciones de la Unión Europea. Nos evita,
además, el pesaroso trance del examen de conciencia, de cómo hemos elegido la
canción, qué filtros ha pasado, que controles debía haber en el ente público, o
si han sido bien preparados… La culpa es de los otros, y no tenemos que dar más
explicaciones. Fin de la cita.
Lo
que no sé si es real decir que ha sido un fracaso cuando la retransmisión del
festival ha sido la más seguida en muchísimo tiempo. Y a fin de cuentas, eso
era lo que importaba, conseguir los beneficios. Como en el resto de actividades
emprendedoras, la pela es la pela.
Me ha divertido micho tu post de esta semana. Como siempre eres genial y las metáforas inmejorables. un genio
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