miércoles, 29 de agosto de 2018

El libro de los gorriones revisited. Reseña de Javier Sánchez Menéndez: ‘De cuna y sepultura. (Sexto libro de Fábula)’. Ediciones El Gallo de Oro, 2018


El poeta y editor Javier Sánchez Menéndez continúa su labor en el proyecto denominado Fábula, un conjunto de poemas en prosa que funcionan como ensayos sobre la vida y la poesía. Dividido en diez libros, le precedieron: La vida alrededor (2010), Teoría de las inclinaciones (2012), Libre de la tormenta (2013), Mediodía en Kensington Park (2015) y Confuso laberinto (2016).
Una cita de Quevedo para comenzar un beatus ille de corte clásico, la búsqueda de la libertad en el alejamiento de la sociedad bulliciosa. Hay una presencia constante de la naturaleza, y no sólo por el ilustre antecedente del ruiseñor de Yeats. Como confiesa Javier Sánchez Menéndez, “Y todo es serenarse, encontrar la discreción de épocas pasada y entretenerse en la exigencia de las circunstancias” (Seis por ocho). El paisaje, para el autor, es una metáfora de la creación poética (Constancia; “La complejidad de la creación poética es un bosque repleto de encinas y de pájaros, de olivos y de topos que remueven la tierra”, La luz es artificio) y también es el germen para su creación [“La naturaleza es el brotar mágico, la inspiración. Pero debe ser tratada con técnica (demiurgia o arte). Toda naturaleza humana está abierta a la posibilidad, lo que la convierte en defectuosa. No permanezcas ahí, es el entretenimiento”, Necesidad], y, por supuesto, el ambiente necesario para la poesía (“En la naturaleza pervive lo sincero”, Naturaleza).
Todo el proyecto Fábula tiene que ver con el conocimiento, el sentido común y la mística: “No busques soluciones, no existen” (Soluciones). El primer texto hace referencia al ángel, el tema del poeta Rilke y del filósofo Sloterdijk: “Las cosas de la vida y de la muerte” (El ángel). Pero sobre todo es una reflexión sobre la lectura y el hecho poético: “Es la poesía lo que llena la vida del poeta las veinticuatro horas del día, el alimento que crece y vuela como el pájaro” (Permanencia). Las lecturas se van entretejiendo con la vida y no falta la filosofía, Parménides, los neoplatónicos, pero sobre todo María Zambrano (la razón poética) y Platón (la poética razón): “Es la razón poética, ni vital, ni histórica, ni mucho menos pura” (El segundo elemento). Podemos apreciar la influencia de Ruskin, y el magisterio confeso de Nicanor Parra, Luis Rosales, Homero, Eliot, Pound, Rilke, Borges, Auden, Dante, Novalis, Catulo, Machado, Bécquer, Juan Ramón.
Defiende una poesía de la existencia, además de alinearse junto a Nicanor Parra, permanece muy conectado con Bécquer, mientras siga existiendo un misterio para el hombre, habrá poesía: “Lo oculto y lo visible, idea fundamental de la poesía”. Para Gustavo Adolfo, la poesía es el misterio, lo inefable, el himno grande y extraño, muy lastrado por la idea de los sublime de Kant y los románticos alemanes. También para Sánchez Menéndez la poesía es misión divina: “El poeta es un apóstol, un propagador del misterio” (El esclarecimiento), “El misterio es la gloria” (Luperca), “La poesía es vida propia, es aislamiento, es un canto del centro, un sacrificio que se consigue en unión” (Revelación).
Entiende la poesía como el lenguaje-conocimiento de lo bello, sea o no sublime, pero nunca prosaico, que es la no-poesía. Lo cotidiano puede contener poesía, para ello hay que adentrarse en el laberinto (la metáfora del laberinto fue punto central de otra de las entregas de Fábula). En uno de sus aforismos publica Sánchez Menéndez: “Casi todo lo extraordinario acaba siendo ordinario”. Su poesía, por el contrario, pretende lograr el efecto opuesto, celebrar lo maravilloso de lo cotidiano: “El paraíso es la cotidianeidad” (Búsqueda y recompensa). Por eso mismo advierte que “Para ver la poesía dispongo de linternas. Debo cambiar las pilas todos los días” (El anillo).
“Con la revelación llega el misterio. El reloj se define y la palabra, la única, deposita la confianza en la aproximación.
Acércate, no tengas miedo. Aunque todos salimos de la carne la palabra es el símbolo” (La palabra es el símbolo)
Distingue claramente la labor del poeta (“La poesía es un santuario interior, que decía Novalis, el único posible, la cuenca de la vida eterna, ese camino misterioso que viaja al centro”, El anillo) de lo que es prosaico, el entretenimiento: “Nunca te acerques a la necesidad, es el entretenimiento” (Necesidad). La labor del poeta comienza con “Contemplar, atender y entender. De nuevo los principios de la vida del hombre” (La atención). Pero no solo se trata de la mirada, también está el oficio: “Leer y releer. Escribir y corregir” (Teorías). En el fondo, confirma, “Todos los versos que un poeta escribe en su vida se limitan a dos. Uno de agradecimiento, otro de cortesía” (La oportunidad).
Y si, “La vida es una prisión fiel” (La súplica), la solución que propone no es el lamento: “No te quejes. Deja de hacerlo. Enfréntate a los vivos que haremos lo propio con los muertos” (Alguna posibilidad). Recuerda a Houston recreando Los muertos de Joyce.
Una de sus obsesiones es luchar enérgicamente contra los poetas mediocres: “Hay poesía contemporánea que tiene menopausia. Sus autores –creyendo haber llegado al climaterio– cesan de la verdad y sus recursos” (Teorías). Sin necesidad de nombrar directamente, sentencia que “La poesía abandona a los no poetas. Y todos están huérfanos” (La caída de la tarde). El apasionamiento que provoca la poesía en los poetas tiene su reverso: “La poesía ejerce una fuerza de repulsión sobre la no poesía. Es la armonía” (La existencia de lo natural), lo contrario es el entretenimiento. La poesía es lo intemporal.
Javier Sánchez Menéndez diluye las anécdotas que le sirven como punto de partida, aunque algunas permanecen (Sultán): “Le he quitado sal a la vida. Cerca de los cincuenta todo quema” (Poesía de la existencia). La muerte, la madre provocan una emoción intensa y una reflexión profunda (que también se advierte en su último libro de poemas, El baile del diablo, 2017): “Morir es el centro del alma” (Los 7 dones).  Su pensamiento aparece fragmentario, a flashes, con frases azorinianas, de sujeto, verbo y complemento. En otras ocasiones, cercano a Juan Ramón. A diferencia de Bobin, no hay rastro de pretenciosidad en sus páginas, no quiere aparentar estar por encima de todo, de saber más que nadie, de entender la vida mejor que nadie. Javier Sánchez Menéndez se tropieza con ella y lo celebra. “Los poetas se esconden en el amor” (En el infierno).
Platonismo contra Platón que expulsó a los poetas de la república. Quizás quiera fundar una república para los poetas: “La poesía no es una ley, es la ley. Un complejo sin tiempo, verdadero e inmortal” (Desconcierto). Lo que no significa que los políticos se conviertan en poetas o los poetas en políticos: “La política es fingimiento, la poesía es existencia” (La obligación). La poesía ocupará el centro, el círculo y los márgenes, en la búsqueda de la imparcialidad: “En el centro de tu propia cabeza, ese bosque del yo en el nosotros” (Permanencia)
La valentía de Javier Sánchez Menéndez es grande para terminar el libro diciendo: “Tengo mucho miedo a la poesía” (La única vía). No hay reverencia mayor en mayor devoción.

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