“La red no salva,
la red enreda
y
atrapa” (Preámbulo)
Paco
Ramos, inquieto agitador cultural, nos ofrece ahora un intenso poemario con un
fantástico título. Los presenta envuelto, como en la primera edición de El aprendizaje del miedo, por una
ilustración de María King. También como su anterior volumen es un libro
temático, una reflexión filosófica y vital a partir de una imagen, aunque, en
esta ocasión, el trasfondo es menos trágico. La metáfora del equilibrista le
sirve como leitmotiv, como
referencia, nexo común y explicación, como alegoría de la vida y del amor… El
equilibrio, metáfora de la vida, de la escritura, pero, sobre todo, metáfora
del amor. Imaginemos al famosísimo funambulista Philippe Petit cruzando por un
cable entre las Torres Gemelas, el vértigo, el entrenamiento, el público, el
miedo, la parsimonia, la concentración y el fracaso: “Como Petit, / yo también
crucé / el cielo de Manhattan / … / Pero en la torre opuesta / tú no me
esperabas: / sólo pretendías / cortar el cable” (Parte I, Capítulo 4).
El volumen consta de tres partes, divididas en preámbulo y
capítulos: La caída, Desde la red, El ascenso más un epílogo. El escribirlo en partes con capítulos le
da una forma de relato, aunque no necesariamente ordenado cronológicamente. Da
la impresión, al menos, me gustaría pensar a mí, de que está contado en flashback, que primero se habla del
desamor y luego del amor y el deseo anteriores a la ruptura. Porque, como
anuncia en el primer poema: “Sin puntos de apoyo, / ¿cómo alzarse?” (Preámbulo). El amor es el punto de apoyo
y la falta de puntos de apoyo.
En la primera parte, el amor es el protagonista, sobre todo,
recordado, no correspondido, pensado… El amor como el viaje por el alambre, el
viaje a la caída: “Homero no quiso un final así para su héroe” (Parte I, Capítulo 6), porque “El desamor
tiene la misma carne que la muerte” (Parte
I, Capítulo 7), “me recuerdas / como se recuerda a un muerto” (Parte I, Capítulo 9). Inmerso en
referencias clásicas, como Narciso o Eco, hay muchas sentencias sobre el amor y
al fracaso: “El amor es la lluvia, / atraviesa el universo en caída libre / (…)
/ Entrega los cuerpos y las almas a un juego / que aprendió a jugar con tacto”
(Parte I, Capítulo 3); “No adivina el
alma sus noticias / ni tampoco presiente sus abismos” (Parte I, Capítulo 5).
Desde la
red, segunda parte, comienza su preámbulo situando a Philippe Petit, sus
aspiraciones y su hazaña de cruzar el World Trace Center: “El equilibrista no
teme a las alturas, / sabes que el peligro acecha sobre el suelo” (Parte II, Preámbulo). El resto continúan
los fragmentos del discurso amoroso, pero, sobre todo, en lo referente al deseo
y al sexo: “Es tu cuerpo aquí y ahora / y esta afición de desnudarte” (Parte II, Capítulo 5).
“Hay atardeceres que caben en tu boca,
como tu sexo cuando lo devoro de rodillas
…
¿Sexo oral? Seguramente.
Pero es así como nacemos.
Nacemos de una boca
porque no somos más que palabras,
el lenguaje
de dos cuerpos que terminan en orgasmo” (Parte
II, Capítulo 2).
En el juego del amor, mantener el equilibrio es tan importante en
el salto al cable, como en la finalización, por eso en la despedida: “Porque
mañana, a esta hora, / la vida habrá seguido su curso / y soplará el levante
llevándose lejos / los últimos trazos de tu ausencia” (Parte II, Capítulo 4). Un hermoso ejemplo es el poema dedicado a
Guillermina Royo-Villanova: “Ellla te dice: es tu tierra / Él responde: tú eres
mi tierra” (Parte II, Capítulo 6)[1].
La tercera parte, El ascenso,
recupera “el fino hilo que apenas sostiene la vida”. Aunque Paco Ramos es un
excelente ejemplo del buen verso libre, en el preámbulo utiliza un caligrama. Quizás
sea una parte más turbulenta, con poemas más optimistas, con más coraje (“Los
hombres de barro / han perdido / el miedo a la lluvia”, Parte III, Capítulo 1), más emoción (“marca del tiempo donde el
árbol escribe su diario”, Parte III,
Capítulo 5), lleno de referencias muy distintas, Adán, Penélope, Boabdil,
Palmira… Aprovecha, por otra parte, aprovechando que el lugar para la hazaña de
Petit fueron las Torres Gemelas, en el Capítulo 9 de la III parte para
reformular la metáfora original y conectarla con los atentados del 9 de
septiembre. La tercera parte son las cicatrices y el ave fénix del amor: “Porque
apareciste tú / escribimos un diccionario / con la firme convicción / de que al
amar / inventábamos un lenguaje” (Parte
III, Capítulo 3).
“Mis versos están llenos
de promesas rotas
que mujeres distintas me hicieron
cuando el amor no era más
que un canto lejano
y yo un Ulises que navegaba
hacia su
propia destrucción” (Parte III, Capítulo
4)
La marea (Parte III, Capítulo 6) recuerda el último libro de Marina Casado, Mi nombre de agua: “También el amor, /
como las olas / tiene mil / maneras de romperse” (Parte III, Capítulo 6).
Pero la clave del volumen la encuentro en el capítulo 8 de esta
última parte: “Puede que el vértigo no sea más que el deseo de caer / y caminar
sobre el alambra suponga enfrentarse a la tentación de poner un paso en el
vacío” (Parte III, Capítulo 8). Aquí,
Paco Ramos condensa el secreto de la vida y del amor entendido como el arte de
mantener el equilibrio, la mirada al vacío y el deseo que mutuamente se
expresan el equilibrista y el abismo. Y, como en un adicto –nunca fue más
elocuente la metáfora de estar enganchado–
volver a levantarse y empieza la vida como el alambre: “siempre es cuestión de volver
a levantarse” (Epílogo).
[1] Y recuerda, lo que, para mí es un plus, a una
antigua del grupo australiano The Go-Betweens, Man O’Sand To
Girl O’Sea.
Un más que excelente poemario que leí justo después de que fuera publicado y como inicialmente intuí y no sólo por su más que bien escogido título -algo muy importante, aunque no lo parezca- es una delicia ese arte tan difícil de mantener el equilibrio, fundamentalmente, el emocional. Gracias a Paco Ramos Torrejón por regalarnos tanta belleza.
ResponderEliminar