El incansable
Alejandro Cabrera, granadino profesor de instituto público, comienza, como él
mismo reconoce, a “salir lentamente del anonimato” después de toda una vida
dedicada a la escritura de poesía, relato, teatro, aforismos y libros
inclasificables. Editorialmente se había adelantado la extraña novela Los nuncavivos,
donde articulaba su personal aportación al mundo del terror y los seres
inquietantes y extraordinarios. En esta ocasión ha reunido una tanda de relatos
en los que aborda una reflexión sobre lo que Michel Foucault llamaría
micro-poder, y el decide llamar “poder pequeño”.
Son un conjunto heterogéneo de
relatos en los que podemos encontrar fábulas, como la que inicia el volumen, Malo Goldfish; historias más o menos de
una realidad cotidiana; relatos de lo inesperado, como diría Roal Dahl; y otros
más inclasificables. No falta espacio para la sátira de tipos, de costumbres o
la sátira con tintes políticos (En el día
de san Cucufato de 2017).
Uno de los rasgos comunes, marca esencial de la casa, es el cuidado
exquisito con el lenguaje, por la palabra precisa, por la puntuación exacta, la
imagen sugerente todo puesto al servicio de la búsqueda incesante de la
respuesta del lector. Igual cuando busca la sorpresa, que el rechazo que la
risa o la identificación.
“Cortez amaba las palabras, y tan grande era su devoción y mimo por
ellas, como objetos sonoros más que anímicos, que dedicaba todo su tiempo a su
pasión obsesiva y excluyente: la música intrínseca de las palabras, de todas y
cada una de las aceptadas o no por la Academia.” El domador de palabras
La manera en la que Alejandro Cabrera presenta a sus personajes está
también puesta al servicio de la narración. La forma es también parte del
fondo. Y no siempre necesita la ortodoxa estructura de presentación, nudo y
desenlace, puede detenerse minuciosamente en los preliminares o pasar
directamente a exteriorizar las cualidades personales de los protagonistas. De
vez en cuando nos encontramos con alguno especialmente llamativo en sus características, especialmente excesivo en su
personalidad. La habilidad del autor consiste en hacer atractivos a estos
atormentados personajes. Son especialmente notables las descripciones,
minuciosas como un lienzo hiperrealista, con un gusto por el detalle y el
vocablo que se ajuste a las necesidades del lector para conocer lo que el
personaje tiene delante, o incluso, al propio personaje.
Muchos de los personajes nos hablan desde un monólogo interior que
permite al autor desplegar su conocimiento sobre la psique y los recovecos del
alma humana. Otras veces, y esto es un indudable logro, consigue hacer avanzar
la trama a través del diálogo. Un diálogo creíble y con la naturalidad que da
el oficio bien aprendido.
Quisiéramos pensar que muchos de
los relatos están basados en hechos reales, porque las peripecias son tan
inverosímiles que sólo pueden asirse con la incontestable prueba de la
realidad. Alejandro Cabrera es un escritor con oficio, olfato y oído para
convertir en materia literaria cualquier sensación que se le cruce en su
camino. El insomnio parece resultarle especialmente rentable:
“Este hábito dañino del desvelo perpetuo no podía ser bueno de ninguna
de las maneras, pensó, y menos para la edad que ya iba teniendo. Insomne
crónico desde hacía casi tres décadas, lo curioso del caso es que su salud
física no se había visto mermada o alterada de manera alguna por tan
desagradable, degradable circunstancia.” El
(casi septuagenario) Sr. Inazuka
Entre los relatos inquietantes
me gusta resaltar “La mueca del gato muerto”, donde lo inexplicable se cuela de
manera sutil en el medio de una sucesión de estados de ánimo y de una
pormenorizada relación de actividades cotidianas. Amor propio (Carretera solitaria) es uno de esas historias en las
que es tan abrumador el contenido que no puede uno dejar de sentir la angustia
del protagonista y, sin embargo, no parar de reír.
La única pega que tiene este
volumen es el de carecer de índice donde localizar de un vistazo rápido los
relatos. En la lectura, por otra parte, este desconocimiento, contribuye a
crear la sensación de incertidumbre sobre la duración de los relatos y el
inesperado final de muchos de ellos.
Nada está dejado al azar en
estos relatos. Todo obedece a un minucioso plan para, como en un mosaico,
ofrecer una panorámica del micropoder que opera de forma capilar en todas las
relaciones humanas (y no humanas). Los personajes difícilmente pueden escapar a
ese juego perverso que ofrece la seducción del poder, donde el rechazo forma
parte del juego tanto como su aceptación. Un poder, como vemos en estos relatos
de Alejandro Cabrera, posee no sólo una capacidad normativa y restrictiva, sino
una potencia tremendamente creadora. Atmósferas propias, de aire viciado,
intoxicado, hilarante, atmósferas confortables
y tiernas, tremendamente tristes y desoladoras como un corazón humano
destrozado por noches de insomnio.