La piel y su memoria es
una maravilla de libro objeto, un objeto de devoción al cuidado exquisito de
Gabriel Viñals. Por es, literalmente, un Ejemplar
único. Única también es la voz de Rosario Troncoso, poeta, editora y
profesora de secundaria, infatigable activista de la cultura. Desde Huir de los domingos (Padilla, 2006) se
ha labrado una voz personal y una manera de entender la poesía en la que el
acontecimiento que da pie al poema puede camuflarse para que sean los propios
versos los que atraviesen el sentimiento y conecten, con una naturalidad
aparentemente sencilla, con el lector y trasciendan la propia anécdota. Para
lograrlo tan necesaria es la observación del instante decisivo como el oficio y
la sensibilidad para seleccionar las ideas y traducirlas a palabras inscritas
en un ritmo tan hermoso como contundente.
Rosario Troncoso en sus últimas entregas tras la imprescindible antología Eternidad Provisional (Takara, 2017),
se centra en uno de los temas esenciales de la poesía, el paso del tiempo y las
marcas que nos dejan. Quizás en Nuestra
orilla salvaje se centre más en el balance entre el pasado y el futuro que
se avecina mientras que en La piel y su
memoria se dedique a hacer un recuento de las marcas que la vida nos va
dejando de la piel pa’ dentro. Los
títulos de sus libros son muy significativos y en este caso ha acertado a
resumir lo que nos vamos a encontrar entre las páginas. Un poemario denso, directo,
con la exigencia lírica muy elegante y que se asoma a diversas cicatrices que
van cercando nuestra trayectoria vital y cómo “descubre miedos nuevos” (Carnaval).
La vida no viene sola y es el amor quien se encarga de hacer
memorables –bien cuando se rompe, cuando fracasa como cuando triunfa y brilla–
los días y las noches. El amor, descubre Rosario Troncoso, está por encima del
paso del tiempo. “El hechizo se rompe / cuando alguien nos pregunta por las
huellas” (Deja Vu). Algo tan delicado
que se rompe como el silencio, quizás por esa razón son tan exquisitos y tan potentes
los poemas de temática amorosa de la gaditana: como los que celebran del amor como
el que cierra el volumen o como Luz
virtual, o como Ghostling: “Ya
deshabitados, / somos almas fronterizas, leve hilo / de luz y de agua. /
Pétalos dispersos en lluvia y precipicio”, con versos que tanto sintonizan con
el decisivo monólogo del replicante al final de Blade Runner.
No se centra esta colección de poemas solo en las cicatrices de la
vida. Hay mucha memoria en lo que falta, y en la poesía de Rosario Troncoso la
ausencia es uno de los pilares fundamentales: “(Y cuántas veces / soportaré tu
muerte. / tus muchas muertes” (Deja Vu),
de nuevo el tema de la ausencia. Ausencia que es huella, de quienes se fueron
apartando, de quienes ya no estarán, de la juventud perdida: “Brillar un solo
día / previo al invierno. / Borrosa juventud” (Nueva). Ausencia que remite a un pasado que, al estilo de Pavese,
vendrá como la muerte y tendrá tus ojos: “El pasado viene a mi cama / algunas
noches / se tumba a mi lado /… / A veces intuyo sus ojos. / Parece que me mira.
/ Pero está muerto” (Visión). El tema
básico que subyace es el tiempo, con un poema precisamente así titulado muy al
estilo de Felipe Benítez Reyes.
La voz poética se siente desconcertada ante un futuro incierto y
amenazante: “Se repiten algunos mecanismos / de la vida y la muerte / no cesa
el desconcierto” (Estaciones). Se
hace patente la necesidad de un refugio, “Que me lleve algún ángel de la guarda
/ bien lejos de esta noche” (Refugio),
aunque no siempre esté disponible porque “La fe está reservada para el sueño. /
Es valioso delirio de los locos” (Vocación).
De nuevo recurre al tema de Dios y lo irremediable (Plegaria), no dejamos de ser juguetes
de Dios.
Una de las características de la poesía de Rosario Troncoso es su
facilidad para meterse en la mirada de otros personajes, que pasan a ser su
propia mirada, tenemos un ejemplo muy notable en la observación de la Penélope
de gafas oscuras de (Urdimbre). Lo
que intuimos es la gran profundidad y la tragedia que se pueden esconder tras
las fachadas, tras las apariencias: “Es difícil asumir que detrás de estas
paredes / se deshacen los pájaros” (Estorninos).
La vida continúa, y siempre nos sorprende, aunque sea un eterno retorno. La
sorpresa no tiene por qué ser agradable: “No arde el fracaso sin pausa veinte
años” (Negación).
La suya no es una poesía complaciente, hay mucho de coraje en sus
versos: “Por matar la mala hierba / hay quien incendia una bandera, / o a sus
hijos o la casa del hermano” (Vocación).
Como pocos, aborda el tema del suicido (Efecto
contagio) para quienes lo ven como única salida lúcida., muy cercana al
pensamiento más insondable de Ciorán. Y a la vez, puede presumir de valiente
incluyendo poemas más personales (Julio),
la hermosa Lucidez, dedicada a Paco
González Fuentes y una delicadeza dedicada a su pequeña Helena: “colecciona
relámpagos”. Pero, a título personal, no puedo dejar de resaltar el poema que
cierra el volumen. Una declaración de amor.
Los besos remotos,
la lluvia
en el anillo
imprevisto. Una serie
para los dos.
Nuestro día de
Reyes.
Las flores para
mí.
El hilo transparente
que me ataba a tu carne.
Y quererte del
todo.
Estos gozos
pequeños.
Llegar a tiempo en
tu boca en la vida.
Y a pesar de la
costumbre, volver
a los poemas que
solo hablan de ti. (Inventario)
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