Vivir tiene sus cosillas. Parece
mentira que uno se levante unos días con la ilusión de estrenar el día y, en
otras ocasiones, salir de la cama sea una condena en firme, sin rescate. No
termino de explicarme en qué consiste esa alteración del ánimo. Quizás esa sea
la gracia de la vida, que no sabes cómo se te va a presentar. O incluso cómo te
vas a presentar en la vida.
Sospecho
que, sin llegar a tener una personalidad múltiple, sí que derrocho una
inconsistencia identitaria notable. Se aprecia en la escritura a mano, unas
veces me sale una letra muy artística, legible, con trazos elegantes. Al minuto
se vuelve cursiva y, al pasar la página, es una expresión garrapatosa
completamente incomprensible, un total desafío para los servicios de
interpretación semiótica. Dicen por ahí que la letra es el espejo del alma. Por
lo que parece hay especialistas grafólogos que se ganan la vida identificando
sujetos a partir de pedacitos de papel escritos. No sé qué pensarán de un
tipejo tan inestable.
En
un sentido más amplio podría decirse que adolezco de un temperamento voluble en
relación con mis aficiones. Y el caso es que me encuentro a gusto en todas
ellas, aunque sea un desastre en todas y cada una. Por ejemplo, no puedo
renunciar a mi formación en Historia, me veo pensando como un historiador
cuando pretendo abordar una materia, aunque no tenga, en principio, nada que
ver. Una obsesión con el tiempo. La faceta de sociólogo (teórico para más
señas) quizás no ande muy lejos de la de historiador, por mucho que unos y
otros anden a la gresca en el espacio académico. Quizás de ahí me venga mi
vicio de comentar las cosas que pienso sobre los temas, en buscarle el
intríngulis a lo más evidente, a indignarme por escrito, a hacer filosofía de
un bocadillo de chorizo. No es que me considere un maestro liendre, no es
soberbia intelectual, es que me interesan y les doy vueltas a muchos asuntos.
Lo mismo es que tengo mucho tiempo libre.
El
arte, la arquitectura, el urbanismo… paseo por prescripción facultativa y me
entretengo viendo la sorprendente variedad de rejas en los chalés y me propongo
mentalmente hacer un safari fotográfico sobre la arquitectura popular de esos
prodigios de imaginación que se hicieron allá por los 70. Y luego soy capaz de
llevarme un rato pensando sobre las expresiones que, en español, son dobles
negaciones: “no lo digo a nadie”. Porque, si cambio el orden, “a nadie lo
digo”, se entiende perfectamente. Supongo que alguien sabrá por qué y tendrá
una investigación muy seria al respecto. Me tengo que controlar las ganas de
bucear en internet.
Luego
está la faceta poética, de lector especialmente, haciendo reseñas en las que
disfruto yo solo, paladeando la belleza que tantos y tantas poetas son capaces
de plasmar. Me corroe la envidia, también he de admitir. Y no siempre de la
buena. Procuro escribir y corregir mucho –aunque luego no se note–. Sufro mucho
escribiendo, miro atrás y no me deprime estar tan torpe con las palabras y los
ritmos. Pero, en esos raros momentos en los que va tomando forma un poema, soy
feliz.
Profesionalmente
procuro ser estable, un poco por salud mental, otro poco por no despistar mucho
a los alumnos. Unas mañanas me veo un poco impostor. Hay clases mágicas en las
que recibes un regalo –el viernes, por ejemplo, cuando dos incipientes
escritoras comparten con un servidor sus versos– y parece que se consigue uno
acercar a ese público esquivo que son los adolescentes. Hay, por supuesto,
mañanas en las que todo sobra y sólo buscas un rinconcito donde pasar desapercibido
y que no te moleste nadie.
Una
de mis grandes aficiones es la música. La vida no tendría sentido sin música. Y
puedo oscilar de Gatica a Gattana, de Sonic Youth a Coltrane. Unas veces estoy
escuchando r&b y otras necesito americana
music, así con un toque country. Puedo adorar a Tom Waits y no soportarlo,
depende del día. Lo peor es cuando cualquier música que pongo me resulta
incómoda.
No
puedo negar que en ocasiones necesito estar solo, sale mi corazón de ermitaño y
mi ilusión sería desaparecer. Puedo ser muy huraño, pero, por lo general
intento ser cordial en el trato y disfruto mucho estando con según quien. Lo
mismo me pasa con la necesidad de contar o no contar lo que me pasa por la
cabeza. Muchísimas veces me planteo cuál es el sentido de hablar, para qué, qué
es lo que espero. Según los días, en ocasiones, al cambio de minuto.
Como diría
John Lennon, quizás no sea el único y la vida juegue al escondite con cada uno
de nosotros. Temporadas hay en las que los días se repiten y es difícil
acordarse de una comida o de un sábado concreto. Semanas que vuelan como si
pasáramos de incógnito y la vida estuviera tras una ventana sin cortinas.
Que
lo mismo el voluble soy yo y no la vida. Que igual existen individuos
impertérritos que encaran cada día con el mismo semblante, bueno o malo, agrio
o asesino.
Que
igual la química del cerebro se descontrola por las noches y te envía sueños
que avanzan la pesadilla de los días o esconden las joyas de las mañanas.
No niego que las sorpresas dan sabor, pero a
veces cansa un poco ser una veleta que se mueve sin que vea el viento, sin
viento siquiera.
Tendré
que ajustar mi medicación.
Como bien dices "vivir tiene sus cosillas", pero en tu caso esas "cosillas" son estados en los que confluye la necesidad de conocer y el afán de superación. Y bien es cierto que lo consigues, pues para quien te conoce y sabe de tu "buen pensar" eres todo un referente. En mi caso, por ejemplo. Excelente no ya sólo artículo, sino confesión íntima.
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