lunes, 19 de noviembre de 2018

Contengo multitudes


Vivir tiene sus cosillas. Parece mentira que uno se levante unos días con la ilusión de estrenar el día y, en otras ocasiones, salir de la cama sea una condena en firme, sin rescate. No termino de explicarme en qué consiste esa alteración del ánimo. Quizás esa sea la gracia de la vida, que no sabes cómo se te va a presentar. O incluso cómo te vas a presentar en la vida.
                Sospecho que, sin llegar a tener una personalidad múltiple, sí que derrocho una inconsistencia identitaria notable. Se aprecia en la escritura a mano, unas veces me sale una letra muy artística, legible, con trazos elegantes. Al minuto se vuelve cursiva y, al pasar la página, es una expresión garrapatosa completamente incomprensible, un total desafío para los servicios de interpretación semiótica. Dicen por ahí que la letra es el espejo del alma. Por lo que parece hay especialistas grafólogos que se ganan la vida identificando sujetos a partir de pedacitos de papel escritos. No sé qué pensarán de un tipejo tan inestable.
                En un sentido más amplio podría decirse que adolezco de un temperamento voluble en relación con mis aficiones. Y el caso es que me encuentro a gusto en todas ellas, aunque sea un desastre en todas y cada una. Por ejemplo, no puedo renunciar a mi formación en Historia, me veo pensando como un historiador cuando pretendo abordar una materia, aunque no tenga, en principio, nada que ver. Una obsesión con el tiempo. La faceta de sociólogo (teórico para más señas) quizás no ande muy lejos de la de historiador, por mucho que unos y otros anden a la gresca en el espacio académico. Quizás de ahí me venga mi vicio de comentar las cosas que pienso sobre los temas, en buscarle el intríngulis a lo más evidente, a indignarme por escrito, a hacer filosofía de un bocadillo de chorizo. No es que me considere un maestro liendre, no es soberbia intelectual, es que me interesan y les doy vueltas a muchos asuntos. Lo mismo es que tengo mucho tiempo libre.
                El arte, la arquitectura, el urbanismo… paseo por prescripción facultativa y me entretengo viendo la sorprendente variedad de rejas en los chalés y me propongo mentalmente hacer un safari fotográfico sobre la arquitectura popular de esos prodigios de imaginación que se hicieron allá por los 70. Y luego soy capaz de llevarme un rato pensando sobre las expresiones que, en español, son dobles negaciones: “no lo digo a nadie”. Porque, si cambio el orden, “a nadie lo digo”, se entiende perfectamente. Supongo que alguien sabrá por qué y tendrá una investigación muy seria al respecto. Me tengo que controlar las ganas de bucear en internet.
                Luego está la faceta poética, de lector especialmente, haciendo reseñas en las que disfruto yo solo, paladeando la belleza que tantos y tantas poetas son capaces de plasmar. Me corroe la envidia, también he de admitir. Y no siempre de la buena. Procuro escribir y corregir mucho –aunque luego no se note–. Sufro mucho escribiendo, miro atrás y no me deprime estar tan torpe con las palabras y los ritmos. Pero, en esos raros momentos en los que va tomando forma un poema, soy feliz.
                Profesionalmente procuro ser estable, un poco por salud mental, otro poco por no despistar mucho a los alumnos. Unas mañanas me veo un poco impostor. Hay clases mágicas en las que recibes un regalo –el viernes, por ejemplo, cuando dos incipientes escritoras comparten con un servidor sus versos– y parece que se consigue uno acercar a ese público esquivo que son los adolescentes. Hay, por supuesto, mañanas en las que todo sobra y sólo buscas un rinconcito donde pasar desapercibido y que no te moleste nadie.
                Una de mis grandes aficiones es la música. La vida no tendría sentido sin música. Y puedo oscilar de Gatica a Gattana, de Sonic Youth a Coltrane. Unas veces estoy escuchando r&b y otras necesito americana music, así con un toque country. Puedo adorar a Tom Waits y no soportarlo, depende del día. Lo peor es cuando cualquier música que pongo me resulta incómoda.
                No puedo negar que en ocasiones necesito estar solo, sale mi corazón de ermitaño y mi ilusión sería desaparecer. Puedo ser muy huraño, pero, por lo general intento ser cordial en el trato y disfruto mucho estando con según quien. Lo mismo me pasa con la necesidad de contar o no contar lo que me pasa por la cabeza. Muchísimas veces me planteo cuál es el sentido de hablar, para qué, qué es lo que espero. Según los días, en ocasiones, al cambio de minuto.
Como diría John Lennon, quizás no sea el único y la vida juegue al escondite con cada uno de nosotros. Temporadas hay en las que los días se repiten y es difícil acordarse de una comida o de un sábado concreto. Semanas que vuelan como si pasáramos de incógnito y la vida estuviera tras una ventana sin cortinas.
                Que lo mismo el voluble soy yo y no la vida. Que igual existen individuos impertérritos que encaran cada día con el mismo semblante, bueno o malo, agrio o asesino.
                Que igual la química del cerebro se descontrola por las noches y te envía sueños que avanzan la pesadilla de los días o esconden las joyas de las mañanas.
                 No niego que las sorpresas dan sabor, pero a veces cansa un poco ser una veleta que se mueve sin que vea el viento, sin viento siquiera.
                Tendré que ajustar mi medicación.

               
               

1 comentario:

  1. Como bien dices "vivir tiene sus cosillas", pero en tu caso esas "cosillas" son estados en los que confluye la necesidad de conocer y el afán de superación. Y bien es cierto que lo consigues, pues para quien te conoce y sabe de tu "buen pensar" eres todo un referente. En mi caso, por ejemplo. Excelente no ya sólo artículo, sino confesión íntima.

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