domingo, 25 de noviembre de 2018

Perder amigos


Es posible que uno escriba un blog para dejar claro qué opinión tiene sobre las cosas. Sin embargo, en ocasiones, es más una oportunidad para poder reflexionar. Una especie de diálogo en dos fases. Una con uno mismo, mientras escribe, poniendo en orden los pensamientos, viendo los puntos débiles, asegurándose de que transmite lo que quiere transmitir… La segunda fase se da gracias a la magia de las redes sociales, recibiendo el feedback (o no recibiendo, que también es información), y los comentarios. Tengo suerte con quienes me leen. Su generosidad es de mayor calidad que mis argumentos.
                Creo que he tenido mucha suerte en no tener ningún troll por ahora, ningún hater. Quizás es mejor no tentar a la suerte, que suele tener mucho sentido del humor. O a lo mejor resulta que me tratan como Rick (Bogart) a Ugarte (Peter Lorre) en Casablanca. Lorre le dice a Bogart, “Me desprecias, ¿verdad, Rick?”, éste le contesta: “Si pensara en ti lo haría”. No debemos desechar la hipótesis de la ignorancia.
                Igual debemos aprender esta lección y separarnos de quienes nos resultan dañinos, esos a los que llaman “personas tóxicas”. Sujetos que nos sujetan y emplean toda su ciencia en amargarnos la vida, así, sin ningún motivo en especial, porque les sale así.
Hay por ahí quien dice sabiamente que no se deben perder amigos por cuestiones políticas. Creo que estoy de acuerdo. Que alguien vote a un partido que no sea el que yo defiendo no debería estar por encima de la amistad. Diría que es sano tener amigos con otras sensibilidades. Así nos evitamos la polarización y los extremismos. Una de las razones por las que los enfrentamientos son cada vez más encarnizados es por la falta de empatía, por un déficit a la hora de suponer que el Otro tiene razones razonables. Tendemos a suponerlos poco reflexivos, interesados o, simplemente, estúpidos. Tener amigos que puedan defender honestamente una posición contraria nos facilita ver diferentes opciones sobre las cuestiones candentes. Tenemos la certeza, gracias a ellos, de que otras visiones son también razonables. Lo decía Juan de Mairena y lo suelo repetir a menudo, el diablo no tiene razón, pero tiene razones.
Ya, pero… Y si el partido en cuestión es el nazi, y si las ideas políticas son las de exterminar a los inmigrantes subsaharianos o despreciar sudamericanos. ¿Está bien seguir siendo amigo de alguien así? Una cosa es que alguien aborrezca la labor del Estado como redistribuidor de la riqueza o alerte sobre los manejos de las grandes corporaciones en pos de una liberalización de los mercados y otra, muy distinta, que sostenga repetidamente que a las mujeres haya que tenerlas en casa con la pata quebrada.
Quizás tenga un ramalazo masoquista, pero, de vez en cuando, me gusta pasear por las comunidades de opiniones políticas muy distintas a las mías. Esos azotes del progre, o los anti-loquesea que exponen con poca diplomacia una ideología que no comparto en absoluto. Es un buen ejercicio. En primer lugar, porque asombra ver cómo puede uno y los otros estar inmersos en burbujas con tan poco en común viviendo en el mismo planeta y viendo los mismos telediarios. Cuando observo lo absurdo y tautológico de sus planteamientos me vuelvo inmediatamente hacia los míos. No quisiera pecar de los mismos vicios epistemológicos. Incluso, a veces, he cambiado de opinión, o, al menos, matizado algunas.
Me asusta, eso sí, la agresividad de algunos foros. También me preocupa la proliferación de bulos porque intento ponerme en el lugar de quien es capaz de creer ese tipo de cosas. Debe tener una opinión muy enferma sobre sus adversarios políticos, o sobre ciertos grupos sociales, o ciertos países. No es nada nuevo, los forofos de un equipo de fútbol están dotados de un superpoder en la vista para algunos fuera de juegos y les ciega algunos penaltis. Lo que sucede es que el fútbol es fútbol y a escala de aficionados no deja de ser un entretenimiento sin mucha repercusión. Pero si de ahí pasamos a los grupos ultra… entonces es para echarse a temblar.
Pues esa misma duda me asalta en cuanto a las opiniones políticas. No suelo retirar la amistad a casi nadie y no he tenido que bloquear a nadie en Facebook. Las dos veces que he retirado la atención ha sido por comentarios sistemáticamente desdeñosos hacia las mujeres. Cuando alguien es muy pesado, inaguantable con algunos temas, dejo de seguirlo y en paz.
¿Puedo seguir la misma pauta en la vida real? No se trata de dejar de hablar a alguien porque sea votante de Vox. Si se trata de una persona honesta, que tiene sus razones, procuro dialogar, explicar por qué deben existir los partidos independentistas según mi opinión, aunque no comparta para nada los presupuestos y mucho menos los actos de los independentistas. Conozco a muchos militantes y simpatizantes de los partidos tradicionales que no se diferencian en lo más mínimo con estas ideas de Vox. Sé que son inmunes a la información y seguirán enrocados en sus ideas básicas y sesgadas. No me importa, me conformo con que se escuche otra voz.
Igual pasa con actitudes poco comprensivas con el feminismo. Lo que me preocupa es el paso siguiente, por ejemplo, actitudes abiertamente machistas, pero de tipo vengativo y agresivo, que muestren un desprecio grande hacia otras minorías, que pretendan eliminar los derechos de quienes no piensan como ellos. Me pregunto, ¿cómo puedo ser amigo de alguien así? A lo mejor nos conocemos desde el colegio y no hemos tenido ocasión de hablar en profundidad más que de temas del trabajo o la familia. Y, en un momento dado, surge una cuestión polémica y acabo asustado. Supongo que me iré alejando poco a poco en el trato. Y, no sé, terminará por extinguirse la mínima amistad que nos uniera.
A veces pienso en voz alta a través del teclado.

3 comentarios:

  1. La respuesta: ¿Homo suadens quizá?

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  2. Un más que interesante artículo a tenor de los tiempos en los que nos ha tocado vivir, más siempre creo que prevalecerá sobre cualquier diferencia de pensamiento -siempre que no sea extremista "en extremo"-, lo que viene a ser la buena empatía y el hecho de reconocer en la persona que es tu amigo una serie de valores y cualidades que aprecias y respetas. Por encima de cualquier diferencia, siempre debe de existir un punto común en el que se concilie.

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