El cordobés Álvaro Bellido lleva toda la vida inmerso en la
vida cultural y tiene publicados relatos y poemas en diversas obras colectivas
y revistas. Destacan dos plaquettes, Ciudades de interior (Colectivo
Iletrados, Murcia, 2015) y Desordenado
etcétera (El Palmar, 2017). De todas formas este es el primer poemario de
quien se define más como clandestino que como poeta.
La
durísima historia sobre la que pivota Todo
es vorágine se encuentra envuelta en un halo de romántica atracción por el
abismo hay en este libro, no es extraño que comience con la famosa sentencia de
Keats y la de José Hierro: “Llegué por el dolor a la alegría”. La estructura,
de alguna forma adquiere la forma narrativa de presentación (0. Prehistoria,
arqueología de lo nuestr y 1.
Geografías. Los lugares que hablan de ti nunca mienten), nudo (2. Supervivientes, El atentado biológico de
nuestra vida) y desenlace (3.
Desordenado etcétera: las pequeñas caras son grandes y 4. Teoría de la luz: mis sombras ahora sonríen algo más).
En los
poemas de amor se consigue un ambiente muy actual y realista a través del uso
de léxico no convencionalmente poético (“suministro eléctrico”), de frases hechas
(“perder el tornillo”, “bala perdida”), de la ironía y los juegos de palabras (“Para
darte en el clavo. // En el clavo que saca otro clavo”, La bala perdida); de localizaciones poco líricas, como el supermercado”;
de referencias musicales heterogéneas (Muse, Tom Petty, Cohen).
Sin
embargo eso no resta romanticismo en los versos (“El incendio, primero. / La
sed, después. / Consecuencias / de un beso mal apagado / en las comisuras de
tus labios”, Consecuencias); fracasos
(“Apareciste en aquel lugar inhóspito / que yo llamaba presente / después de mi
última derrota. / Yo iba en caída libre y aterricé / salpicando de barro y sal
de tus pasos”, Todos los precipicios);
la lucha prometeica contra el destino (“Libero mis tendencias suicidas”, Los acantilados) y la salvación por el
amor: “Deberías saber / que la mayor parte del tiempo / ando perdido, / que
guardo celoso / la mitad de mi vida / apretada en un puño, / y que la otra
mitad / discutió hace tiempo / con las líneas de mis manos” (Deberías saber); lugares inhóspitos,
acantilados, precipicios, abismos, “Las habitaciones de hotel no tienen
memoria, / aunque los recuerdos, a veces, / sean habitaciones de hotel / que
nunca deshabitamos (del todo)”, Montecarlo,
123), y lugares exóticos (Nueva
York, Círculo Polar Ártico, que recuerda –¿cómo no?– a Julio Médem).
“Todas
las ciudades
[y esta, más que ninguna]
se
conocen deambulando,
acariciando
su mapa,
sus
líneas de metro o de autobús,
viendo
pasar rostros
en
semáforos y escaparates,
luces
de taxis, bancos de parques,
grandes
almacenes, prisa
de
descansos a mediodía
/
… /
[Un
flâneur en la gran manzana]
/
… /
conocer
una ciudad
[y
esta más que ninguna]
es deambular contigo” (Todas las ciudades)
Estos
primeros poemas de las dos primeras secciones describen la situación inicial de
la pareja, la cotidianeidad arrebatada del amor sobre la que se desata la
tragedia y se permite la amabilidad de un caligrama en (Relojes de sol). Y, de repente, aparece la sombra de la enfermedad y
la muerte: “Ya para siempre existirá el pequeño decimal / que separa la vida
sin conciencia de peligro / y aquella repleta de fantasmas y borrascas, / aquel
instante que nos convirtió / en valientes a la fuerza, / héroes de poca monta”
(La décima de segundo). A partir de
aquí es donde el poemario se recrudece y realmente alcanza su máxima expresión.
A
partir de aquí es donde duele: “Un día tú también fuiste Fukusima” (Fukusima). Y lo hace de una manera muy
clara, pero oblicua, con especial atención a los detalles (“Desde hoy adorna tu
pecho / el tatuaje mínimo de estética necesidad clínica. / Luce con orgullo,
casi escondido / en el lugar de tu cuerpo / donde guardo los sueños”, Tatuaje). Entra en el selecto club de poemarios como El aprendizaje del miedo, de Paco Ramos
Torrejón; Los estómagos, de Luna
Miguel; Los nombres del frío, de Gerardo Venteo o 37’7° de Tulia Guisado.
“Cuando
pase el tiempo y todo esto
no
sea más que un puñado de cenizas
/…
/
nacerán
nuevos cuerpos. Perderemos
el
temor entre los escombros y el humo.
/…
/
Entonces,
sólo entonces, sentiremos el orgullo
de
la victoria más dura, el intenso sabor
del sabor superviviente de un atentado biológico” (Entonces)
Predomina
la sensación de que el mundo se derrumba y que se obliga a una nobleza para loa
que no se está preparado, un heroísmo forzado en medio de las catástrofes: “El
mundo se nos desprende en pavesas / y en esta noche del fin del mundo /
necesito tu abrazo sereno y cómplice. / Que nada te importe ya este secreto
nuestro / de miradas prófugas y rubor clandestino. / El mundo se nos desprende
en pavesas y quiero recogerlas contigo [Resistence
(Pompeya 2.0)]. La historia de una quimioterapia narrada a partir de un
detalle para resaltar lo dramático (Tu
peinado).
El caos provocado se va resolviendo a lo largo de las
últimas secciones de Todo es vorágine
como una suerte de esfuerzo titánico para alcanzar la normalidad y recuperar
las rutinas. “Poco puedo ofrecerte. / Acaso un futuro a contrarreloj: / un
vivir tachando epígrafes / de una lista de deseos / … / Un desordenado etcétera
/ en el que quiero hacerte / cómplice de este caos)” (Desordenado etcétera). Se
alternan los poemas sobre la cotidianeidad y la convivencia (Acústica, Cambio de armarios) en un intento notable de glorificar lo pequeño
que ha estado a punto de perderse: “Las pequeñas cosas hacen de esto algo
grande /… / La colección de pequeñas cosas que forman // esta convivencia / que
llamamos amor” (Las pequeñas cosas).
Vuelven
de otra forma los poemas románticos: “Yo, lunático de tu lunar, me dejo /
atraer, caer, vencer” (Lunar);
“Reunir todos tus lunares / y que –por fin– resulten Casiopea” (Un atardecer de
esos); “Te observo: / eres / un nenúfar
en mi cama” (Nenúfares). La narración se cierra abriendo la puerta a
la esperanza, Teoría de la luz: mis
sombras ahora sonríen algo más, es el título de la última parte del
poemario.
Claramente
se hace patente la pareja como dos subjetividades que se complementan tras la
lucha: “Saberme importante, / da igual entre las sábanas o entre semana, / por
teléfono o en el poste. / Lo fantástico es eso que tú consigues: /Saberme
importante” (Saberme importante);
“Ser un barco de vela / y que tú seas / la deriva /… / Ser Ulises / y que tú
seas mi Odisea” (Tratado marítimo)
–versión alternativa de la rima XLI de Bécquer–.
La
conclusión que cierra el volumen es afortunada: “Debe ser buena señal que sigas
aquí, / abrazada desde tu lado de la cama” (Buena
señal).
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