El pintor Gabriel Viñals vuelve a preparar un presente muy
especial para los versos de Ana Pérez Cañamares. Ejemplar único es un proyecto
que se rodea de la singularidad de las obras de arte. Se trata de tiradas muy
limitadas (25 ejemplares), firmados y numerados por cada autor. La pequeña
edición viene acompañada de una serie de telas únicas que recrean
simbólicamente el universo plasmado en los poemas sobre camisetas. Un verdadero
privilegio para los sentidos. Rosario Troncoso, Sara Castelar, Carmen Camacho,
Tulia Guisado, Iván Mariscal son algunos de los elegidos en las diferentes
series de Ejemplar Único.
“Soy
la mujer de las bellas palabras” es el primer verso. Ana Pérez Cañamares es una
poeta combatiente, lúcida que comparte la valentía con el júbilo, la indignación
con la ternura. Su compromiso con la lucha, con la alegría, con el amor, con la
poesía y la belleza se enraíza en el tiempo presente, en las condiciones
concretas que vivimos y compartimos
poeta y lector: “Nunca quise escribir para el vacío”.
Aunque
se presenta en la dicotomía naturaleza/humanidad, no es una dicotomía simplista
que enfrente lo salvaje y lo artificial. Dentro de la naturaleza hay quietud y
hay flujo. Dentro de lo artificial hay hormigón y hay humanidad. Se construye
la belleza en tanta medida como se encuentra en el paisaje. Para la naturaleza
Ana Pérez Cañamares prefiriere su carácter más mutable, se imbuye en el devenir
del tiempo: “Pero por qué elegir ser un árbol / caminar con dolor en las raíces
/ si pude ser agua y su deriva / río que humilde desemboca”.
“Como
una nube
cruza
las mañanas.
Ser
llovizna a la tarde.
En
la noche entrar ya charco.
Quieto,
reflejo de todo.
Vivir es lo que se mueve”
Dentro de la realidad, algunos escogen por la cuadrícula:
“Antes que al mundo el hombre amó los mapas”. Frente a lo estático, lo
conceptual, lo construido, eligiendo claramente por lo primero. “Vivir una
ciudad que solo agota /… /. Todo se vende aquí, yo me regalo / porque ponerse
precio es un talento / y arder gratuitamente, vocación. /… / Quiero ser el
solar en las afueras / la osamenta desnuda de las ruinas / la ortiga que solo
cuando alimenta no hiere”.
Opta
también por la concreción, por el objeto: “Somos persianas un día de tormenta.
/ No hablamos, con crujidos asentimos / a las embestidas del temporal. // donde
digo viento digo casi cualquier cosa”. Es especial el simbolismo que otorga al
agua. Y es especial también la concepción que tiene la memoria y la nostalgia:
“Recuerda tú, recuerda: un día fuiste ángel, / ser perro en su memoria de ese
tiempo”. Lo expresa con una claridad meridiana “La nostalgia no es más que otro
combustible”.
Quiere,
además, recalcar la conciencia de la constante transformación de las cosas y la
necesidad que debemos tener para adecuarnos a ellas. El aprendizaje de la
pasión, la apreciación de lo efímero son batallas que exigen la responsabilidad
de ser testigos del asombro y la ruina, de lo que produce la alegría y provoca
la degradación. “Todo es baile” nos dice, todo se conjuga, todo se
interrelaciona: “El aprendizaje más largo es / no dejar que los ojos se
cierren. / Ni al duradero dolor / ni a la belleza efímera. / Miro tu cuerpo, /
la fragilidad / de su maquinaria interna”.
La
enfermedad y el sufrimiento no son, no deben ser, un motivo de celebración porque
ayude a purgar unos supuestos pecados –imperativos morales, religiosos o
médicos–. Desde ella se pretende continuar el encargo con la vida y la poesía:
“Insomnio: dame / la tierna lucidez / del vulnerable”. La conciencia de la
enfermedad forma parte de la vida y así se abraza: “En esta cama habré de
sentirme entera / luz vuelta a su principio / tan voluntariamente / que dentro
algo dolerá / frío y suave como la piel del agua / justo antes de desaparecer
en hielo”.
Buena
parte de estos poemas son una metarreflexión sobre la poesía y su función
social y personal. Compromiso es la palabra. Poesía fuera del Parnaso y la
torre de marfil, de poeta a pie de calle, de piel y manifestación.
“La poesía es mi pancarta
es
mi celda y es mi procesión.
La
poesía es la casa de los locos
donde
se encierran las palabras que importan.
La
poesía es trinchera y geranio
un
periódico de hoja perenne
el
delantal de pescadero y las bragas de seda.
La
poesía es lo que sangran los poetas
cuando se hartan de morderse la lengua”.
La palabra, no sólo poética, es la necesaria cura contra
la barbarie, el arma que tenemos para
contener el desastre. Es el arma de quienes no tenemos otra: “Si no deletreamos
todos agua / el fuego será el último lector”. Consciente del peligro del vacío
de los discursos, añade: “El mismo heroísmo fácil de las palabras / y la misma
espera trágica de los reptiles”. Por eso hay que aceptar que no somos seres
monolíticos y nuestras palabras nos
definen: “Poesía, ya no te pido perdón. / Ahora sólo te ruego / que adoptes mis
contradicciones / como a un vivísimo bestiario”. La concepción de la poesía de
Ana Pérez Cañamares es una autodefensa: “Me enjaularon los pájaros y ahora / se
me ha llenado el cielo de palabras. /… / cómo anida lo humilde en los milagros
/ que se camuflan de normalidad”.
Por último vuelve, el yo poético, a poner los pies en
la tierra, en la Tierra:
“Ejercicio
de humildad:
sube una montaña,
intenta
describir
todo
lo que ves.
a
cada cambio de luz
vuelve
a empezar.
Ríndete.”
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