Marina Casado
cuenta ya con una sólida trayectoria poética. Este es su tercer poemario tras Los despertares (Ediciones de la Torre,
2014), Mi nombre de agua (Ediciones
de la Torre, 2016). Además consolida su posición como crítica tras la edición
de su tesis doctoral La nostalgia
inseparable de Rafael Alberti (Ediciones de la Torre, 2017) y la edición de
la antología poética del grupo Los Bardos (De
viva voz, Ediciones de la Torre, 2018), al que pertenece. También evidenció
sus aficiones literarias en El barco de
cristal. Referencias literarias en el pop-rock (Líneas paralelas, 2014).
Tal y señala el prologuista Andrés
París, “La presente obra es una consagración madura de las muchas y finales que
tendrá esta voz incipiente del panorama actual ya curtida en reconocimiento y
estética” (p. 11).
La influencia de los autores del
27 es una de las señas de identidad poética de Marina Casado, con querencias
hacia Altolaguirre, Alberti, Lorca o Cernuda. Igual que aprovecha sus citas,
hay referencias inevitables a La Realidad
y el Deseo cuando titula la primera parte del poemario, Condenados a la realidad. La resistencia
a aceptar la realidad enfrentándose al recuerdo y a las ilusiones marca esta
primera parte del poemario. “No reconozco los rincones de mi casa” inicia “El
olvido cuelga de las pareces / como un astro invisible / pero tan cierto” (El olvido). En ella se destaca la
consolidación de la voz del poeta, estampando un nuevo rumbo en su poesía. Más
vivido, menos inspirado en el cine, el rock o la literatura. De una manera
similar al aprovechamiento metafórico de su propio nombre en el anterior
poemario, el yo poético ofrece una historia: “En la mitología azul de nuestra
infancia” (Miopía). Hace gala de un
punto de vista de madurez hacia la vida: “Qué nos resta esperar / cuando toda
la vida / –lo que llamamos vida– / gatea sobre el suelo desteñido // del
pasado” (Saturno). Los azares de la vida se muestran en el presentimiento fuera
de cámara de Tránsito: “Por la mañana,
/ el teléfono confirmó / la razón del insomnio”. Una madurez que siempre ha
estado presente en las referencias musicales, que suelen pertenecer a
generaciones anteriores a la que le corresponde por edad: Los Zombies, Silvio
Rodríguez, Víctor Jara en (He comprendido
al fin el fondo de todas las canciones)… También presenta, como acostumbra, una
variedad formal en los poemas. En el estupendo poema en prosa, Partida de ajedrez, por ejemplo,
encontramos ecos de Rilke y Borges.
“El
verdadero cuento, creo,
es
tener todavía
fuerza
para las lágrimas
en un mundo cansado
donde
los dioses no existen
disfrazan
los finales
de
nieves imprevistas
mientras afilan los cuchillos del presente” (El año que nevó a finales de marzo)
La segunda
sección, Temerás a los vivos, también
se inicia con cita de Altolaguirre. Podemos
apreciar un mayor clasicismo en la forma de los poemas a la vez que utiliza
imágenes de tipo surrealista, con guiños a Buñuel:
“Llevo un piano oscuro colgándome del corazón” (Adagio); “La madrugada impone su habitual psicosis aterciopelada. /
Mañana volveremos a simular que despertamos” (Nocturno). Imágenes de sueño (“Me acuerdo todavía de aquel sueño. /
buscábamos un beso / por las cornisas muertas de algún tiempo pasado /… / Pero
tú, yo (nosotros). / Volábamos pensando en la hora blanca”, La hora blanca), paisajes como Destino donde situar acciones oníricas:
“El futuro desintegrándose a grandes bocanadas” (Continuidad); “La noche en que me conociste / todas las flores se
encontraban al borde del suicidio” (Un
faro con nombre de esperanza). Jirafa
ardiendo (A propósito de un cuadro de Dalí) vive a través del autor, toma
prestados sus motivos: “Puedes curar a duras penas la soledad del mundo”. En
esta sección vuelve Marina Casado a tomar otras voces como el poema inicial, Arde Mississippi, con William Dafoe. Recurre
de nuevo a uno de sus personajes fetiche, Alicia: “Ojalá llegue el frío. Pero
ellos no lo conocen; no pueden imaginarlo” (Almanaque).
Como Juan Carlos Mestre daba instrucciones a los poetas, Trece verdades con las que construir un
puente al otro mundo es una declaración de intenciones que Marina Casado
hace para la trascendencia de las palabras. La muerte es la clave de “los
condenados a la realidad”. “5. Temerás a los vivos sobre todas las cosas”
refiere las ausencias y su dolor, pero también el personaje se endurece. Temerás a los vivos es el poema que
descubre el yo poético (que no la poética del yo): “«Ya no hay locos» sentenció
aquel poeta prometeico elevando la voz”. El poeta y el profeta.
La siguiente sección, Ubi sunt,
parte de una cita de Quevedo y para luego hacerle homenaje al amor constante
más allá de la muerte: “no puedo detener esta canción serena / que crece tu
recuerdo” (Amor más allá de la muerte).
Los poemas abarcan una serie de referencias nostálgicas alrededor de la
infancia como los mundos de películas (Western,
domingo). Mucho más sentido es el homenaje a su madre: “Mi madre, a
mediodía, con sus ojos de tango, / duerme las amapolas de la muerte / para que
no podamos escucharlas. / Sus cuentos, sus canciones, los recuerdos más hondos,
/ viven en las raíces de mi espíritu /…/ Me descifra, despacio, / el guiño
triste y victorioso de la eternidad” (La
eternidad). El poeta empieza a tener una historia a sus espaldas que
contar. Verdad más allá de la vida de los otros vividas en los libros, las
películas, en el imaginario.
El paisaje urbano de Madrid es el
telón de fondo para muchas historias: “Una lluvia más tarde, me enseñaste que
el nombre de Madrid / lleva escondido el mar encima de las nubes. /… / Llovió
tanto en Madrid aquellos años / en los que nuestras vidas agitaban banderas de
domingo, / en los que todavía llegabas a salvarme” (Todas las lluvias que pasé contigo). Después llega el amor, la
familia, historias de encuentros y desencuentros donde el poeta repara en la
posibilidad de vivir:
“Es
otra voz tu voz, acostumbrada
a
cantar los ocasos despeinados,
la
que me reconduce al idealismo
de querer todavía, ser feliz” (Todavía).
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