Este es un largo poema en el que
el poeta portugués Fernando Cabrita se pregunta por la soledad de Dios: “De la
soledad de dios. / Y dijo dios: ¡dios mío, dios mío, dios mío! ¿A qué abrazaré
en Invierno?” (Poema Cero). La
edición y traducción corren a cargo de Gema Estudillo y Uberto Stabile. A pesar
de no estar exento de ironía, este es un lamento que induce a la compasión
hacia el Creador. Un Creador también compasivo y un poco guasón: Dios en el
café de Mike (III, p. 25)
“Por eso os
digo que mi vida es muy tranquila,
a pesar de
este castigo mío de ser omnipresente
por ello, no
poder ir jamás
a un lugar sin
ir a todos,
a cualquier
rincón tranquilo
/ … /
Mi vida es muy
tranquila;
que sigo a la
espera,
continuamente
esperando,
perpetuamente
a la espera de
un renacimiento
de lo maravilloso.
Por eso es,
quizás, porque me siento un
poco
ferlinghetti” (I)
No es un poema descreído, al
contrario, es tierno con dios. Y como es lógico, utiliza para comunicarse los versículos
propios de tan ilustres iluminaciones de los textos sagrados. El contrapunto lo
ponen los vocablos cotidianos, las referencias actuales, los exabruptos: “¡A
tomar por culo la eternidad y quien en ella ande!” (“Raios partam a eternidade
e quem nela ande!”). Un Dios muy humano, que pide el voto prometiendo bajada de
impuestos y camas de hospitales (V) y
sufre, “En aquel tiempo, dijo dios, afligido por / violentos cólicos” (VI).
“Y no ceséis
de preguntar,
siempre
preguntas y más preguntas.
Para que
sepáis lo que ni yo mismo sé ahora de este
impresionante
desconocido en el que va
el mundo que
dicen que yo he creado” (IV)
Este es un Dios que anima a
cuestionarse a todos aquellos que utilizan su nombre para justificar sus
guerras y sus posiciones sociales, aquellos que han tergiversado y tergiversan
su nombre.
“Qué reyes
absurdos gobiernan por mí,
preguntadles,
qué castillos y menajes hablan
bajo mis colores,
preguntadles,
y preguntad
por la lista de sacrificios que exigí,
y por las
hecatombes que ordené,
y por las
veneraciones que yo pedí, preguntadles,
y no permitáis
que la respuesta se abrase sin
que en ella
esté toda mi caligrafía entera, notarial y cierta
mi letra de
forma clara y exacta,
mi firma divina,
o más elaborada y distinta.
Nunca dejéis
de preguntar” (IV)
Desde las alturas, “Dios Supremo
y sin compañía” (VI) se confiesa: “¿Me
siento orgulloso? Claro. / Y vanidoso, cómo no. / Y contento y agradecido, por
supuesto, / por atribuidme vosotros, creadores de mi divina criatura, / que sea
yo el autor del mundo y de las reglas que lo conforman” (VII). Y se queja de que usen su nombre “Y que todo se atribuya a mí
para bien o para mal”.
El mensaje
lúcido que Dios nos manda es mirar hacia nosotros mismos y realizar aquello que
Feuerbach anunció, la inversión de valores: “Y que un increíblemente vasto
universo se equilibra en / sí mismo sin cuidar mi nombre o mi casa. / y los
abismos del mar persisten / y las fuentes manan y la vida insiste. / Y un día
todos vosotros entenderéis quien es la criatura. / Y quién es el creador. ¡Así
sea! Ite, missa est!” (VIII)
Compone el
volumen un segundo poema largo, Porque se
apagaron las luces, que ya había sido publicado en Las Hojas del Baobab. Parte de la anécdota de un apagón. A partir
de ese impasse, la imaginación, los recuerdos (“La oscuridad me devolvió el
cielo de la infancia; pero no solo me devolvió el cielo de la infancia /
también el cielo de todas las infancias / incluso las infancias del mundo”) y
la reflexión se hacen más claros: “Porque se apagaron las luces / ahora vemos
claramente, vemos lo que jamás podríamos ver”
Mezclando
idiomas y referencias (griegas, mesopotámicas, francesas, inglesas o la del
hereje Jan Hus, fundador de la secta husita, auténtica revolución social y
antecedente claro de la Reforma luterana…) va saltando de un tema a otro en un
flujo de conciencia que también se ancla en el uso de versículos y el tono casi
bíblico de los versos: “Yo aquí mando ante la perfección de Todo”. La reflexión
sobre el tiempo, sobre la eternidad y el instante en la que no hay imágenes ni
formas que distraigan:
“Porque se
apagaron las luces
solo porque se
apagaron las luces un frágil instante de Tiempo,
mi espíritu se
deslumbró para siempre
como nunca
antes,
como nunca y
me convertí en el temporal señor de todos los zodíacos”
El lamento, el triste lamento se
convierte en la infinita esperanza: “Porque se apagaron las luces. / Solo
porque se apagaron las luces, / vuelvo a veros ante mis ojos / y en mi corazón
abatido por la edad todo renace / y revive como si nunca hubiera muerto”.
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