De mis tiempos de estudiante en
la universidad de Granada guardo algunos buenos recuerdos y enseñanzas que he agradecido
durante el resto de mi vida. La carrera de historia da pocas satisfacciones que
puedan ser compartidas por el público aparte de una erudición deslumbrante,
habilidad, dicho sea de paso, de la que carezco completamente. Soy un auténtico
inútil para recordar fechas, batallas o parentescos de tal forma que no parezco
un licenciado en Historia. Siempre preferí una perspectiva social, más global y
a largo plazo. Conocer los entresijos de los personajes de los distintos
gobiernos me parecía poco interesante por ser el motor de la historia mucho más
potente y no sujeto a individualidades. Ahora, sin embargo, cada vez me atraen
más las circunstancias de los participantes en las decisiones. En el sentido de
que es el azar quien determina los meandros del curso de un río por encontrarse
de manera caprichosa ciertos materiales de distinta dureza que hacen que la
curvatura del cauce discurra por un ángulo u otro. Así, aunque el río vaya de
la montaña a la desembocadura, tenga o no tenga curvas, es cierto que unos
gobiernos caen y otros se levantan quizás por circunstancias más pequeñas, por
más que los grandes movimientos de los sistemas sociales sean inexorablemente
continuados. Que aparezca un carismático líder puede precipitar una guerra que
se hubiera evitado, o postergado, o alargado, si otro predicador hubiera
llevado la voz de alarma.
Mi
ilusión fue especializarme en la Edad Media, aunque, como maestro liendre,
siempre me llamaran la atención otros periodos. El caso es que tomé como
asignatura libre de la especialidad el Pensamiento Político de la Edad Moderna,
que impartía Francisco Sánchez-Montes, a quien admiraba y admiro, y a quien le
debo mucho. Las clases tenían una densidad que me exigía una concentración
total. Además, contaba con la desventaja de no estudiar Instituciones de la
Edad Moderna, por lo que me perdía en la concreción real de las teorías
políticas.
Muchas
cosas aprendí en aquellas clases y en las horas de estudio que dediqué. Me
marcó una enormidad acercarme al pensamiento de Althusser y no paraba de ver
Aparatos Ideológicos en todos lados. Quizás el primer autor importante en el
que nos detuvimos fue en Nicolás Maquiavelo. Fue decisivo descubrir la
honestidad de un pensador tan maltratado por la historia y la opinión popular.
Recuerdo estudiar El príncipe en la
edición de Bruguera y recuerdo muy bien el examen oral en el despacho del
profesor. ¿Cuál es el elemento mítico para Maquiavelo? Esa fue la primera
pregunta. Lo recuerdo tan bien por lo nervioso que estaba. [1]
Me
he acordado de todo aquello de la Razón de Estado estos días a cuenta de la
investidura fallida de Pedro Sánchez. No he querido ser exhaustivo leyendo en
prensa todos los análisis y las diferencias a la hora de culpar a unos, a otros
o a ambos. Y creo que se han dicho cosas muy interesantes y muy perspicaces.
Por mi parte no dejo de asociar los acontecimientos con una perspectiva de
Maquiavelo. ¿Qué es lo que tiene que hacer un príncipe para conservar el poder?
Ese es el verdadero objetivo, todo lo demás es accesorio, secundario. No es
tanto alcanzarlo apresuradamente, sino aprovechar la occasio. La Fortuna es una diosa de cabellos largos, pero a la
Ocasión siempre la pintan calva. La virtú
para Maquiavelo es, en el fondo, la habilidad para conservar el Estado, más
allá de un contenido moral convencional. Y así ha obrado Pedro Sánchez con su
Maquiavelo particular, Iván Redondo.
Encarnamos
en el asesor todas las influencias y consejos que ha tenido el presidente en
funciones como simplificación, porque parece que el plan tenía varias
ramificaciones posibles. Quizás el resultado fallido no fue un error, sino un
paso previo en la razón de Estado. Si, por ejemplo, Pedro Sánchez quería evitar
por todos los medios a Pablo Iglesias, lo está consiguiendo. Quizás fuera por
el rencor de no haber conseguido la primera investidura, quizás fuera por temor
a que le eclipsara el gobierno, quizás por las presiones de las que habló en la
entrevista con Jordi Évole. De todo han hablado los especialistas.
Otro
escollo es eliminar el peso político de Podemos. Como partido, Unidas Podemos
supone un rival frente al electorado que, tradicionalmente, ha castigado al
PSOE votando a su izquierda. Ya se recuperó un poco el voto en las europeas y
municipales, quitando fuerza a la coalición. Las disensiones internas de
Izquierda Unida, Errejón o los Anticapitalistas hablan de lo acertado de
plantear la negociación tal como se hizo. Otros pueden pensar que, como Susana
Díaz, el apoyo de Unidas Podemos puede alzar al presidente sin tener que hacer
concesiones realmente comprometidas con políticas de izquierdas, como derogar
la reforma laboral del PP. Susana Díaz, en la Junta de Andalucía, supo utilizar
a IU como escudo para unos presupuestos restrictivos y, cuando le convino, los
abandonó. Así que, si Pedro Sánchez hubiera conseguido el apoyo para un gobierno de colaboración, saldría
ganando. Y si no, pues tiene manos libres para plantear otras propuestas con
menos concesiones aún.
Parte
de su electorado no quiere un pacto con Ciudadanos, pero otros muchos ven con
inquietud la radicalización de Pedro Sánchez, así que, si Rivera acepta, al
menos la abstención, consigue la presidencia y tranquilizar a amplios sectores
de su partido y de los apoyos de su partido. En el caso de que el partido
naranja se obstine en la negativa, el relato lo situará como irresponsable
cómplice de los rojos. Están tocando todas las teclas, la llamada a la
abstención del PP viene en la misma dirección. Si, por casualidad, sonara,
mejor, pero no contamos con ello.
El
cálculo con los nacionalistas es muy parecido. Con la diferencia de que hay
contraprestaciones locales. La buena sintonía mutua se ha aclarado en
comunidades autónomas y ayuntamientos. El independentismo catalán está
desinflándose y tampoco tienen muy clara la estrategia. Al contrario que en el
periodo anterior cuando, frente al PP, parecía que cuanto peor, mejor.
En
unas futuras elecciones parece claro la debacle de Unidas Podemos que, más allá
de que sus votantes consideren al PSOE como traidor, no estarán en condiciones
de conseguir la presión suficiente para tirar de Pedro Sánchez, que no se fiará
de ellos una tercera vez. Así que se cuenta con el trasvase de votos y con la
abstención como indefensión aprendida. El miedo al trifachito puede beneficiar al PSOE como movilización útil, y, por
otra parte, puede hacer que se pierdan en las divisiones los diputados para la
derecha, desperdiciándose los votos que se reparten entre las tres propuestas.
Quizás,
digo, estemos en un proyecto a más largo plazo y Pedro Sánchez con su
Maquiavelo particular. Ya sobrevivió a la Junta y consiguió la moción de
censura. Un príncipe debe pactar si eso le ayuda a conservar el trono. Y debe romper el pacto si eso es necesario para el poder. Puede frustrar una negociación, manipular un documento o filtrarlo a la prensa si eso le permite alcanzar el trono. Pdro Sanchez es un político que ha demostrado su virtú, en el sentido maquiavélico y que cuenta con la Fortuna de su
parte, o al menos, eso nos hace creer Tezanos. Todo está por hacer. Por el bien del
Estado, por supuesto.
[1] También
aprendí lo complicado que es para un alumno enfrentarse a un examen oral,
aunque tenga cierta confianza con el profesor.
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