Ismael Velázquez Juárez es un
poeta de Iztapalapa (Distrito Federal, México). Mantiene un blog activo http://ismaelvelazquezjuarez.blogspot.com/.
Su trayectoria oscila entre la poesía (Polvo
de billar, Lugares y no lugares para
caer muerto en Richard Brautigan, Producto
interior bruto, Esto no significa
nada y Nombrarlos desaparece), el
aforismo (Arte de beber) y la poesía
visual (Where do we go from here, Bulldozer). Podríamos decir que este Manual de autoayuda es un híbrido entre
estos tres géneros. Publicado originariamente en México en 2014, consiste en una
imagen de un hombre de espaldas con chaqueta clara y fondo negro se superponen
las supuestas frases de autoayuda, comenzando por “Bienvenido. Mi caza es su
caza”. Liliputienses lo pone de nuevo en circulación con el exquisito
envoltorio a que nos tiene acostumbrado en su encomiable labor de acercar la poesía
del otro lado del Atlántico.
Juegos
de palabras, perversiones de fases hechas, paradojas construyen un certero
arsenal para sobrevivir al propio ego. “Sea alguien mientras no limite su
original a no ser nada”. El uso del imperativo y del usted otorga un carácter
marcial, terrible como el destino. Esta colección de mandatos posee algo de la
textura de un meme, pero va más allá, a pesar de la aparente desorganización de
los consejos, su enumeración supera la simple ocurrencia o la chispa poética.
Un pequeño cofre donde guardáramos el revólver o la cápsula de cianuro de
emergencia. La cualidad visual, el sujeto de espaldas, del que no conocemos el
rostro, vestido con una chaqueta clara no se dirige a nosotros, las frases sí,
con la contundencia del imperativo y la rotundidad de la tipografía. Somos el
sujeto que lee y que se mantiene en la fila con los sujetos exactamente iguales
que componen las páginas del libro.
Detrás
de Sea un arma hay un intento de
deconstruir las certezas cómodas del pensamiento posmoderno. En una vuelta de
tuerca, las inseguridades, la filosofía centrada en el sujeto que ha muerto
(Foucault). Ya no cabe preguntarse sobre
la identidad, ni siquiera sobre el lugar que uno ocupa en un mundo que no
comprende. Son preguntas sin sentido. El conocimiento, como el poder, no se
tiene, se ejerce. Y en este manual, Ismael Velázquez, propone abolir estas preguntas y dejar sin sentido la
búsqueda. Vivir en la desorientación de
un mundo que tiene objetivos, planes y metas que no nos corresponden y que
juegan contra nosotros.: “no se engañe, nada de lo que piensa demuestra que
usted piensa”.
Una
estrategia de conformismo como método para escapar al control, la aceptación
como elección. Dentro del plan, siempre mantener el silencio o decir la verdad
como respuesta a la falsedad generalizada. Son consejos para ir atravesando un
espacio vigilado de manera constante y fatal. La parquedad y concisión de los
mandatos intimidan de igual forma que su contenido atroz y sin sentido.
Contagian el nihilismo en que está imbuido el autor.
Como
emergencia, abandonar cualquier aspiración de emancipación y mucho menos
grupal, desconfiar del grupo, de la seducción del compañerismo y la intimidad: “Explíquese
, pero solo a las piedras”. Aceptar que no hay salida, que ni siquiera estamos
condenados a ser libres, que ni podemos liberarnos ni podemos siquiera decidir:
“Que usted pueda salir de un zoológico e irse a casa no quiere decir que sea más
libre que los monos”. Todos los consejos recogidos pueden ser el breviario para
Winston Smith que simplemente colabora con el Gran Hermano a medida que intenta
escapar.
Ismael
Velázquez conoce demasiado bien el sistema en el que uno es su peor enemigo,
que se alimenta de las aspiraciones frustradas y renovadas: “Sea feliz, fracase”.
Y recoge la rabia, que es la otra respuesta ante la desaparición silenciosa que
no moleste. Como Nietzsche sospechó, “hablar ya es inútil, ladre, o mejor,
muerda”. A fin de cuentas, “Dios creó nada, destruyó todo, usted es un escombro”,
así que, si acaso una inyección de vitalismo, “nunca encontrará , nunca sabrá
nada, pase y diviértase”, o ocaso lo contrario, “mire por la ventana, salte por
la ventana, intégrese al paisaje”.
Dante
lo advirtió en el Infierno, abandonad toda esperanza.
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