La colección Cuadernos de Humo al cargo de Hilario Barrero y de Jesús Nariño se
abre en esta ocasión a un duelo singular, un homenaje al soneto realizado al
alimón por Alfredo J. Ramos y Antonio del Camino desde Talavera de la Reina.
Alfredo J. Ramos, además de poeta es periodista y editor. Un ejemplo digno de
mención es la coordinación del equipo responsable de la última puesta al día de
la Enciclopedia Universal Espasa. Como poeta tiene publicados Esquinas del destierro (1976), que
consiguió un accésit al premio Adonáis; Territorio
de gestos fugitivos (1980) y Sol de
Medianoche (1986), premio de poesía de la Junta de Castilla-La Mancha. La
mayor parte de su obra desde entonces permanece inédita o ha visto la luz en su
blog La posada del sol de medianoche.
Por su parte,
Antonio del Camino tiene publicados Vosotros
sois poetas (1977), Segunda soledad
(1979), Donde el amor se llama soledad (1980),
Constancia de las lunas (1982), Del verbo y la penumbra (1984), también
accésit al premio Adonáis, Para saber de
mí (2015), Paso a posa, la vida
(2017), A la carta (cocinetos reunidos) (2017).
En ediciones de amigo, Jardín de luz
(1996), Dédalo (1998), Veincinco poemas en Carmen (Nocturnos y
variaciones) (1999), Cocinetos
(2002), Nuevos cocinetos (2013) e Historias de Gila versificadas por Miguel
Ardiles (2005). El sentido del humor patente en esta colección de tercetos
encadenados recreando los monólogos de Gila se contrapone a su labor
profesional en el mundo de la banca. Este rasgo, el gusto por la ironía y el
espíritu juguetón también está presente en estos sonetos a dos voces.
El prólogo del
poeta Ángel Ballesteros recalca esta reivindicación del buen hacer poético, del
esmero artesano que debe acompañar a todo buen artista, una belleza auténtica y
no el deslumbramiento ocurrente del ingenio. Ambos autores demuestran aquí una
maestría en el uso del soneto, ya sea clásico, blanco o con estrambote. El
volumen está organizado en parejas de sonetos bajo un mismo lema, con sus
propios títulos y con sus propios enfoques. La voz personal de cada uno de los
autores está bien definida a la vez que, sin ninguna duda, se presenta una gran
afinidad en el acercamiento al soneto.
Este proyecto
requiere maestría no solo en la medida de que el soneto es una estrofa muy
concreta con su estructura y métrica, sino porque la tradición iniciada en
Garcilaso y Boscán exige un aggiornamento
que la respete y supere. Precisamente a esta tradición se refiere Antonio del
Camino en El soneto escribe sus memorias,
recordando a los grandes Boscán, Garcilaso, Aldana, Calderón, Góngora, Quevedo,
Miguel Hernández, Rubén Darío, Machado, Unamuno, Lorca, Juan Ramón, Blas de
Otero (a los que yo añadiría personalmente a mi paisano Ángel García López).
Antonio del Camino habla de la buena salud de la que todavía goza la estrofa (“He
sido, soy, seré. Todo va bien”, El soneto
escribe sus memorias) al par que Alfredo J Ramos discute si “El soneto no
es cosa de cobardes / si en él quema la lumbre en la que ardes” (Non seviam).
Centrándonos
en los temas, comprobamos que, pese a las diferencias de enfoque, predomina un
lirismo de corte sensual y positivo, en el que la ironía y la pesadumbre tienen
un lugar, pero no ocupa el primer plano: “La luz que nos envuelve siempre
vuelve” (Mudanza, AjR).
El gozo y el
goze del amor ocupan los versos (“alimento de ti mi biografía”, Vuelo, AdelC) con la sensualidad unida a
la ironía: “… ¿no se nota / que esta noche también busco el asilo / que anoche
me negaste? / (Onán o nada)” (Esta noche
tampoco, AjR). Las cuitas y los sufrimientos del amor son inevitables y
buscados: “Blanco mi soledad de tus flechazos” (Vida en otra vida, AdelC); “El corazón del péndulo, que late / con
vibración dispar y esparce olvido / al ritmo apresurado de las horas, / revela
la verdad de este combate / repetido de noches y de auroras: / la leve brevedad
de lo vivido” (Vida en el aire, AjR);
“Somos del otro lado mero plural fantasma” (Vida de fantasma, AjR).
El paso del
tiempo y la rueda de la fortuna pueblan estas páginas con un estoicismo lúcido:
“La vida nos aleja de la vida /…/ Pero vamos viviendo y, mientras tanto, nos
salvan amistad, amor y canto” (La única
brevedad, AdelC). La sabiduría del oficio y de los años.
En ambos
poetas la memoria funciona como identidad: “Si en el espejo está quien yo no
era / y es bien cierto que soy el del espejo, / todo está claro: el tiempo es
un pendejo, / malandrín y truhan, la gran quimera” (La gran quimera, AjR); “La huella del instante en que se hospeda /
el pasado del yo; queda la huida/ por fuerza hacia delante, donde acide / el
hecho de vivir: aliento y greda” (El
camino, AdelC); “Del tiempo no sabemos otra suerte / que la de darle
cuerda. Y ese acuerdo / es la calma. Y los vientos que la azotan” (Agua blanda, AjR).
Una memoria
que atesora versos, testigos fotográficos de otros yoes, de la multitud elemental
que nos compone: “Pero escritos están y son constancia / de ese tiempo
anterior, donde mi canto / era la voz intensa del dolor (Aquellos versos, AdelC); “Que al final de los cuerpos sucesivos / y
en el margen interno de los bordes / del calendario eterno se dibuje / la
verdad de la vida” (Línea de fuga,
AjR). Se sitúan los poetas del lado de la poesía como forma de conocimiento,
con uno mismo y con la realidad que nos sumerge: “Nada me mueve tanto a la
escritura / como mi propia confusión (Escritura,
AdelC); “Si mis palabras fueran tan afines / a las cosas que, en todos los
sentidos, / pudieran en verdad hacerse carne…” (Proyecciones, AjR)
Aparecen los
trampantojos de los sentidos y la inteligencia, tema tan barroco como el soneto:
“Tal vez así, la realidad fingida / vuelva a mostrarse viva en lo vivido, / y
en la voz del poeta el universo” (La Palabra,
AdelC). Igualmente barroco el recurso a la antinomia, a la paradoja: “Que no es
más que un silencio agazapado, / un minúsculo nido de silencio / donde el
silencio aúlla. ¿No lo oyes?” (Silencio,
AjR); “Soy fuego en realidad, pero no ardo. / Soy la víspera fértil de una
nota. / Soy solo siendo en mí. Soy el silencio” (El silencio se presenta negándose con ello, AdelC).
La posición estratégica del poeta, de los
poetas es la de celebrar la vida, la de ser conscientes de un momento histórico
que se concreta en una burbuja íntima, en un paréntesis pequeño, cotidiano,
pero a la vez maravilloso y mágico. No reniegan de otras formas de hacer
poesía, reivindican lo cercano como expresión.
“Digan otros, alzando la palabra,
de tanta hipocresía, de máscaras
y duelos;
denuncien la injustica que la
miseria labre.
Perdonadme que muestre mis
anhelos:
la mujer que me abraza –feliz
abracadabra–
y abre las puertas de los siete
cielos” (Feliz abracadabra, AdelC)
Podemos cerrar este pequeño pero
denso volumen con el ánimo repuesto, alimentado de la melancolía dulce que
transmiten la urgencia de la vida y la conciencia de la palabra: “Y hay en los
días horas escondidas / que duran lo que dura una mirada. / Con ellos se
alimenta, cuando pasan / las cicatrices de la melancolía” (Vivir, decir, AjR). El tiempo no pasa, pasamos nosotros por él.
“Se nos pasa la vida proyectando la vida” (Carpe diem, AdelC)
Ole reseña! Desde la provincia de Bruklin mi más cálidas zenkius. Honor para el humo. Abrazos
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