“La nostalgia es una mancha difícil de eliminar” (Tos)
El currículum de Ana Patricia
Moya es variado y poliédrico: estudió Relaciones Laborales, es licenciada en
Humanidades, tiene un Máster en Textos, Documentación e Intervención Cultural y
un Máster Europeo en Biblioteconomía. Es directora del proyecto cultural
Editorial Groenlandia y editora de la plataforma Editorial Liberoamérica..
Mantiene varias secciones: “Palabra de Argonauta” en Odisea Cultural (narrativa),
"Que la vida iba en serio" y
el "Sótano del ornitorrinco" en Liberoamérica (poesía) y "No es país para viejóvenes",
primero dentro del proyecto La Galla Ciencia, ahora en Odisea Cultural. Sus
anteriores poemarios sonomo Bocaditos de
Realidad (Groenlandia, reedición del 2012), Material
de desecho (Ediciones En Huida, 2013) y Píldoras
de papel (Huerga y Fierro, 2015). El prólogo pertenece a Marisol Sánchez
Gómez y el epílogo de Chá Lucena: “Estos poemas hablan de esa soledad de las
latas de atún en el estante (…) No está tan mal ser lata de atún”. Continúa Ana
Patricia Moya con la actitud punk que ha marcado su trayectoria poética, no es
de extrañar que el último término sea el Váter.
Si tenemos que
hacer caso al saber onírico tradicional, la casa es el propio cuerpo y este
poemario aborda la crisis como esencia vital e histórica. Quizás como terapia,
quizás como rabia, utilizando el material personal como elemento poético, muy
cercana a la poesía de Eva Vaz: “A las sombras que me persiguen: / no podrás
conmigo”.
La casa rota es una crónica descarnada
de la madurez, tomando como leit motiv
gildebiedmano “QUE MADURAR ERA ESTO”. Del “menú diario de plato, vaso y
cubiertos / con la soledad respirando / en todos los rincones del hogar” hasta
el final “QUE MADURAR ERA ESTO: / someterse a las manecillas del reloj / tan /
l/e/n/t/a/s// soy yo / horas de labores domésticas /miércoles con sesiones de
cine / madrugadas de poemas noctámbulos // no
puedo ser más”.
El hilo
argumental va recorriendo, primero las Habitaciones,
conectando con la joya de Bachelard, La
poética del espacio. A modo de poemas temáticos pasan de una estancia a
otra como si fueran escenarios habitados: “La soledad come y duerme conmigo //
a veces atrapa mis dedos / y me hace el amor / nunca me cuestiona // amiga, amante, compañera de piso / de este
corazón en alquilar / que solo percibe la herida”. Ana Patricia Moya se vuelve
de dentro hacia fuera con cólera y coraje: “qué
sentido tiene reservarse / para una
esperanza que nunca llega” (Mueble
bar); “de mi vientre solo nacen poemas estériles” (Cajones del baño); “Esta fragancia a soledad / a soledad limpia” (Tendedero);
“Te conformas con las sobras / lo sabes
// todo lo que he dejado en mi casa / se echó a perder hace muchos años” (Comida precongelada)
La cuestión de
la limpieza es simbólica en varios sentidos. Por un lado, la freudiana relación
con la imagen de uno mismo: “Da igual / la marca del limpiacristales que utilice
/ para los espejos // por mucho que frote / la mujer que se ve reflejada en
ellos / nunca se ve limpia” (Trapos
empañados); “Ni un rastro de polvo en la casa / la mierda solo se amontona
en el alma”. Por otro lado implica la pureza y la libertad: “Sensación amarga
al desprenderme / de colecciones de libros, cómics, películas y demás cosas / y
el alivio de no tener que rogarle a mis padres / algo para llenar la despensa”
(Armario empotrado); “esta obsesión por la pulcritud / los
suelos, los muebles, todo mi hogar / seguirán impolutas / menos yo,
regocijándome / en este fracaso de no disponer / de otra ocupación” (Mugre). También es una advertencia del
abismo (“Llevo meses sin limpiar las ventas / no es por dejadez / es por la
tentación / “asómate a la solución de
todos tus problemas”, Balcón). Y,
en el sentido completamente opuesto, es una muestra de la ética de los
cuidados: “Mi madre tiene los dedos infectados de eczemas, / por el uso
continuado de los asépticos para las hojas /…/ Mi madre enferma sólo se siente
útil en este nido /…/ porque tan solo es una mujer, / tan solo es imperfecta” (Manos
agrietadas y resecas); “La obsesión por la limpieza / es la herencia
genética de todas las mujeres de mi familia / somos excesivamente pulcras /…/ hay algo más /…/ es nuestra manera de
hacer acogedor / nuestro pequeño mundo / es
nuestro único legado. // Expresamos amor con nuestras manos / porque no poseemos nada más” (Quitagrasas).
“He perdido billetes y monedas de céntimo
la oportunidad
de ser la amante mantenida
la dignidad
por firmar becas de prácticas por una miseria
la inocencia
de aquella niña que jugaba con sus hermanas
he perdido a
todos mis abuelos, algunos amigos
la capacidad
de acostumbrarme al efecto tibio
–o todo, o nada–
casi tres años
de recuerdos a causa de fuerte medicación
las ganas de
escribir poemas
–tampoco
hay mucho que contar–
he perdido
también prendas la sensatez libros la paciencia
y de momento,
no he perdido las llaves de mi casa
mi
nido
mi
jaula
es la curiosa
manera que tiene el destino de recordarme
“éste es tu
lugar ahora y siempre
ahora
y
siempre”
(Entradita)
Primero el
escenario, luego la acción. En las páginas siguientes se va construyendo el
sujeto activo, en el trabajo fuera del hogar, en el poema…: “por qué construir
un poema / sobre la épica de unos insectos / que no se rinden // por qué
construir un poema / sin mensaje, sin moraleja” (Insecticida).
“Asumir
que ni un [vulgar]
poema sobre la lejía
transformará
este mundo inefable
y mi anodina
existencia” (Por qué)
Por eso, el
capítulo comienza con la reflexión “QUE MADURAR ERA ESTO: / suspira por un
contrato de trabajo / y no por ese amor que nunca llega”. Pasar revista y
comprobar que “Cuatro años después…” “NADA”. Un balance bio-psico-emocional
entre los versos con furia: “«Has perdido peso»./ Es cierto. / También ha
perdido la ilusión por muchas cosas. // Por suerte, nada de esto / se percibe a simple vista” (Vacío); “Lamento que ustedes tenga
elevadas expectativas de la realidad, / pero la evidencia es que este mundo no
se construyó con amor” (Lecciones para
los incautos). Las marcas de la crisis social y económica se hacen mucho
más patentes en esta sección: “pero mi guerra / es contra la bolsa del
supermercado // cada vez más vacías
// No, no ha sido un buen día / he
perdido otra batalla” (Monedero).
“Creedme: es
más sencillo
acostumbrarme
a las pesadillas
que a esta
realidad tan cruda” (Súcubo)
Las relaciones
humanas se resumen en el palabro Amorasco:
“por eso prefiero infectar mis heridas / lamiéndolas en soledad // que yo sea la única causante / de mi dolor” (Animales lastimados); “Desde mi reflejo, contemplo a hombre y mujer
/ que peregrinan de un cuerpo a otro, consumen / corazones con gula, es su
papel de cazadores tramposos / que transitan con la seguridad de que siempre
atrapan a la presa / y luego regresan, satisfechos a la rutina del solitario” (Tratado de los carnívoros).
Las opciones,
como acierta a clasificar Ana Patricia Moya, son las Ofertas, título de una de las últimas secciones. Ya anunciamos que
Chá Lucena tomaba esta imagen como elemento paradigmático de la posición
poética y vital: “Frente al estante de las conservas / no suelo tardar mucho en
escoger / siempre lo más barato / sin
embargo, en el amor, / ya no me vale cualquiera / para consumir esta soledad
tan insípida” [Latas de atún (2x1)].
Son los momentos de recapitulación, que nunca de capitulación ni rendición: “que
todo se enfría, hasta pudrirse, / como lo nuestro, / que nació y murió sin
nombre” (Fruta de temporada).
Será la Poesía
la que indique el camino, y no la redención sino un modo de resistencia: “vivir
/ Y cuando se desborda la aflicción / escupir versos para purgarse” (Instrucciones para escribir un poema). A
pesar de las diatribas contra el mundillo (“los resistentes heredarán las
ruinas de la tierra / y tú los efímeros momentos de gloria”, Dioses de barro). A fin de cuentas, “La
poesía ya no es sagrada / ahora es la
puta de todos” (Herejía).
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