La granadina Olalla Castro ha
conseguido con Inventar el hueso el XXXIII
Premio Unicaja de Poesía. Este es un proyecto eminentemente filosófico, a
diferencia de Detrás de la luz, el cepo,
que se basaba en la estructura claramente narrativa. Aquí se comienza con los
momentos dialécticos. El proyecto podríamos decir que es la contraposición
radical al escordio de Pedro Salinas: "que alegría más alta: vivir en los
pronombres". Los pronombres son máscaras y como cada máscara, identidad.
En Decir yo es cavar una tumba se aborda la
posibilidad de una identidad, el yo como subyugador, nombrar es dominar, decía
Goethe: “Aceptemos que hay un yo / que, de un golpe de voz, / puede ser dicho.
/ Aceptemos que ese yo / que es capaz de nombrarte / tiene a veces mi cara, /
se parece a este cuerpo esquinado /… / Juntemos las astillas / hasta inventar
el hueso” (Aceptemos). En cierta
forma Olalla Castro narra el paso del Id al Ego: “Pero a veces se entiende que
decir yo / es tratar de nombrar una hilera de ojos, / un collar hecho de huesos
y de piedras” (Una hilera de ojos).
Se revuelve y cuestiona el yo ocurrente como el fantasma en la máquina: “Hay
quien llama yo / a lo que escucha detrás de las paredes” (Lo que escucha detrás
de las paredes). No tanto como alternativas psico-filosóficas sino como la
posibilidad de abordar la cuestión desde diferentes perspectivas y advertir de
los peligros que todas ellas destacan: “Hay algo que nos escucha aunque no
sepa. / Quiere ordenar. / Quiere entender. / Quiere matarnos” (Lo que escucha
detrás de las paredes).
Conocemos las
investigaciones de Olalla Castro y su cuestionamiento de la Alteridad y del yo
como un monolito sin grietas: “A pesar de Rousseau y de Descartes / hubo, de
Montaigne a Pessoa, / desde Woolf a Musil, / alguien que dijo No, / que dijo
Otros, / que dijo Multitud en vez de Uno, / que dijo mentira o dijo muerte /
cada vez que el Sujeto / trataba de respirar a nuestra costa” (Sin voluntad de rehacer). Solo falta
Whitman y su me contradigo, sí me
contradigo, contengo multitudes… Como gran parte del pensamiento de la
posmodernidad es consciente de la muerte del sujeto: “Nadie quiere decir que
decir yo / es vestir este cuerpo que no existe / excavar una zanja / desde la
que poder, al tiempo, / huir y dispararme” (Vestir
este cuerpo que no existe). Ahora bien, la muerte del sujeto puede ser como
una liberación, no como angustia existencial. Judith Butler, en cambio,
advertía que, a pesar de que la biología no es determinante sino construida
socialmente, los cuerpos importan.
De la primera
persona pasamos al Otro, Tú en el hueco.
Las metáforas ligadas al amor romántico tradicional suelen basarse en la
búsqueda del Otro para completar lo que antes estuvo unido. Es la historia que
más ha trascendido del Ágape platónico. Ese es el punto de partida para este
segundo momento dialéctico: “Sin embargo, es necesario un tú / sobre el que
abrir la boca /…/ Es necesario un tú / donde salvar la vida” (Es necesario un tú); “Si yo no fuese un
hueco, / ¿qué sitio habitaría?” (Por eso
soy hueco). Quizás un poco de ironía sobre la condición femenina para luego
apuntar hacia la comunión, a la imposibilidad del individuo-átomo: “Que hasta
la astilla más pequeña compartimos. / Que ni en este dolor puede ser sola” (Tu voz se escuche).
Nosotros, que vinimos de lejos es el
tercer elemento. Pero no es un nosotros yo+tú, sino los muchos yo que se
identifican: “Nosotros, / que bailamos en la historia del mundo / mientras alguien
sin ritmo / nos pisa los pies en cada giro” (Nosotros, que vinimos de lejos). Es el momento de la sororidad y la
lucha. Es la primera persona del plural exclusivo, que no pretende englobar al
oyente, al Otro. Es otro que interpela y es respondido: “Algunos dicen, no sin
razón, / que ya hemos hablado de lo sucio / demasiado. / De acuerdo. / Hagamos
una fiesta / de este modo brillante / de volverle la espalda / a lo manchado, /
de bailar ignorando el tizne y su filo” (Volverle
la espalda a lo manchado). De esta manera se establece una identidad común,
unos rasgos que identifican. No es un diálogo, es una lucha: “Nosotras / y el
rencor que se tiende / en los patios traseros de las casas. / Nosotras: / ¿para
cuándo otras manos, / otra historia, otra estirpe?” (Esos dedos que bailan). El nosotros al que se refiere aspira, sueña
y se define: “Al mirarnos / nos bastan segundos para saber / que hay cierta
veracidad en nuestros ojos; / un idioma común, / una lengua de esquirlas. /
Esto que es a la vez / maleza, labio, roca” (Un idioma común). Y, sobre todo, resiste, de múltiples formas y
secuencias: “A veces resistimos susurrando” (Susurrando)
El último
paso, Ellos vendrán, pierde parte de la contundencia filosófica para ocuparse
del enfrentamiento ellos/nosotros que quedaba definido en la sección anterior: “Ellos
vendrán de noche / y con manos de sombra / saquearán nuestra ciudad recién
fundada” (Ellos vendrán). La
perspectiva gira alrededor del sexo, entendido como actividad y como definición
de género: “Cuando han acabado ya de desvestirnos / y de encajar su sexo en
nuestros cuerpos, / les gusta mirar siempre hacia arriba, / aunque estemos
debajo/ (quizás precisamente por estarlo)” (Con
unos dedos largos). Olalla Castro refleja la cierta estupefacción ante lo
femenino por parte de un observador incapaz de asumir su falta de hegemonía: “Nos
miran mirarnos extrañados, / incapaces de descifrar esta lengua / imprecisa de
los cuerpos” (Ellos no entienden).
Primera propuesta, la distancia, la separación, el abismo: “¿Puede medirse acaso
la distancia / del nosotros al ellos” (Del
nosotros al ellos).
Del lenguaje y sus metas acerca otra
posible senda de acercamiento. Quizás podríamos denominarla nietzscheana en su
reivindicación de la danza y lo primitivo vital: “Volvamos a las ramas. A su
música. / Retrocedamos / decenas de siglos en la lengua, / hasta un segundo
antes de empezar a fingir / y los une a las cosas /…/ No olvidemos que antes /
de trenzar las palabras / nuestros dedos ya hablaban los caminos /…/ Para que
decir no sea más / emigran a otro cuerpo. / Para que deje el lenguaje de ser /
o jaula o fuga” (Volvamos a la rama).
Nietzscheana también por su recelo ante el lenguaje: “Y es que al principio no fue el verbo sino
el daño / y nadie desde entonces ha sabido extinguirlo” (Nadie desde entonces).
Sin embargo,
se aparta en la concepción revolucionaria de la poesía: “A veces la poesía / es
esto oscuro que se embosca / y respira deprisa detrás de la maleza / … / A
veces la poesía / no es más que una coartada / para tocar la sangre / ahora que
está aún caliente” (Detrás de la maleza).
En los poemas en los que se reflexiona sobre la escritura la ambigüedad ante el
lenguaje está patente, está dotado de una fuerza conformadora y también, a la
vez, puede ser utilizado de la manera más banal, de lo cotidiano a lo sublime: “Escribo
/ como quien se sacude una mosca” (Lo que
se escribe en el poema).
Se aparta
también de la concepción del rencor como nacimiento de la moralidad del
esclavo. En la última sección, Atraviesa
bailando este dolor, se funda una posición ética a partir del daño, el
dolor que da la luz: “Hay una noche que es tu cuerpo / y este dolor redondo que
lo alumbra” (Hay una noche). El dolor
y la labor. El dolor y la muerte: “Aquí los huesos de los muertos / se
extienden por el suelo / y sobre ellos se danza hasta hacerlos añicos. /…./
Escucha bien la risa / que atraviesa bailando este dolor / sin miedo ya” (Sin miedo ya). Este último movimiento de
Inventar el hueso, aprovecha la
reflexión sobre la muerte para superar el miedo. La muerte es también el lugar
de encuentro del nosotros, del yo y del tú: “Todas esas muertes, todos esos
ojos / un día serás tú y te están palpando” (Los ojos de los muertos). Olalla Castro no cierra en falso, no se
abandona a la derrota, abraza la vida y el dolor, el daño y la esperanza:
“A veces el
deseo es algo débil
/…/
Intento
seguir viva
escupir el
sabor a metal,
ignorar que
una bala de plomo
se ha alojado
en mi vientre
/…/
Como si la
carne siguiera donde estaba.
Como si la
idea de morir
no diese tanto
miedo” (Intento no ser la tierra árida)
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