“¿Y quién no peca
alguna vez?” (II)
Sergio Arlandis (Valencia, 1976)
ha compaginado su labor investigadora con estudios sobre poetas como José Luis
Hidalgo, Francisco Brines, Vicente Aleixandre o Jaime Siles y dirigido el
proyecto de Diccionario de Autores
Valencianos contemporáneos de la Biblioteca Valenciana. También ha ejercido
de gerente de la Editorial Anthropos-Siglo XXI y, actualmente, dirige Calambur.
Después de pasar unos años en la Universidad de Pennsylvania vuelve a su puesto
de profesor de literatura en la Universidad de Valencia Este volumen que
presenta en Takara es una antología de poesía amorosa que incluye textos de Cuando sólo queda el silencio (Ayto. de
Mislata, 1999), Caso perdido (Renacimiento, 2009), Contexturas
(Renacimiento, 2013), Desorden (Valparaíso,
2105), (In)verso (Calambur, 2017) y
está incluido en la antología El Canon
abierto, (Visor). El gran Jaime Siles hace el prólogo. Advierte sobre el
peligro de la poesía amorosa, demasiada sinceridad y poca poesía. No corre
peligro.
Jaime
Siles aporta alguna de las claves de la poesía amorosa de Sergio Arlandis
cuando señala que “la carne convertida en símbolo” (p. 11). Estos son poemas
sobre el deseo y sus máscaras, sobre las relaciones y los sueños compartidos,
en los que la literalidad corre pareja a la piel y a los sentidos. Ha preferido
el autor una organización de los poemas en torno a los núcleos temáticos en
lugar del cronológico. En la primera sección, Tu pronombre vibrando en mi boca, se encuentran poemas en los que
se puede rastrear una complicidad con la lírica tradicional de la Edad Media,
como en Anunciación de la Carne o El mismo
banco (“Cumplida la hora, he caído de nuevo / en esta tentación perpetua /
que en el vacío”) y la atmósfera místico-religiosa (“Cuando no tengo más
pecados / para llenar con nombres”, Pigmalión;
“Esta extraña avidez de entrar / en la erguida llanura de tu piel. / y hundir
la boca / sobre tu carne”, Cardenal
Pagano). También revolviendo el tópico del amor como campo de batalla: “Te
declaro esta tarde / una guerra sin muerte, / boca con boca: / el vino servirá
de sangre. / También haremos carne del espíritu” (Amor a media tarde); “… Te recorro, cómplice / de tan imprecisa
táctica para ganar tus labios” (Estrategias
de madrugada); “Conquistado el agudo
puente / de la aguja, el amor / hará sobre nosotros sus encajes” (Encajes).
El amor como
viaje es otra de las metáforas, un viaje en el sentido temporal y vital (“No
quiero que la luz nos descubra prófugos de su centro / porque ya he quemado las
naves”, Gramática nocturna) y en el
sentido geográfico en el que coincide en sensibilidad con la gaditana Rosario
Troncoso en el poema Deseosa (mente):
“Ahora que amanece, / al vestirnos sabemos / que no existen caminos de regreso
/ en los mapas trazados / en solitario”.
La
dulce comunión del beso (Génesis) que
es inevitable asociar a Catulo, “Hagamos ya el amor / que no nos engañen más
los besos esta vez” (La urgencia). Y
con él las referencias a los modelos clásicos: “… Rota ya la calma / del
paraíso, / basta adorar la luz que nos deshace" (Locus amoenus).
Arlandis juega
con el vocabulario métrico como metáfora (Métrica silenciosa). En Poema de amor (“Déjame que te escriba, /
déjame que en ti avance / como una vena / sobre los hombros”) los utiliza con
la misma soltura y coherencia que dotándolo de aura divina (“Como un dios
agoniza / en su muerte, y aun así / anunciar una llama”), porque en el fondo
son la misma cosa: “… ante un verbo / que, sin voz y sin ti / en su eco, /
fuera solo carne” (Poema de amor).
La segunda
parte tiene la forma de Suite. Desarrollando
la idea de las máscaras como la explicitación de cada uno de elementos
contradictorios que conforman la identidad, poliédrica y contradictoria
identidad: “El vals, sí, este vals es otra máscara”. Porque el amor trata de la
confrontación de identidades: “Aún ignoras que vivir en el otro / no toda más
verdad” (III); “hablo hoy en nombre
de todas tus sombras: / no lo sabes, pero regreso porque / quiero bailar sobre
la piel rosada / de una sonrisa que no expire nunca” (IV); “La vida es un recuento de tus cuentas pendientes” (VI).
No abandona el
uso de lenguaje como símbolo en sí mismo: “Mira que nada tiene más sentido /
que un pronombre vibrando en otra boca” (VI);
“Leer es un gesto de perdón. / Recuérdalo siempre que duermen” (VIII) que posee un tono que recuerda al
de los inicios de Felipe Benítez Reyes, el de los murmullos de la escuela
neoplatónica.
El encaje
entre el amor y la pasión, la carne y el espíritu adquiere en la poesía amorosa
de Sergio Arlandis un lugar esencial porque se va extendiendo hacia los
elementos que se integran en el amor, como la memoria, la nostalgia, la
monotonía o la soledad: “La memoria es solo el crujido / de las cuerdas vocales
hacia adentro /…/ La soledad no se evita hablando, sino oyendo” (IX); “Es impura la mentira / del
regreso, pero también dulce, como el vals” (IX)
Percusión de sombras es la tercera parte
donde se aprecia un aire más cernudiano: ¿Qué amor viste los cuerpos, / cuando
nos desnudamos / para zurcir las sombras?” (Atuendo de incertezas). También es
el apartado más heterogéneo desde el punto de vista formal. Hay un relato (Una historia de amor en tiempos de crisis)
y poemas de diferente longitud.
El idioma del
amor es, si hacemos caso de estos poemas, también música: “no solo mi silencio
te persigue: /esperando que el juicio de los ojos / vengo afilando el tiempo” (Elección); “Tu piel es una caja de
música que gira / entre paredes si la abro. Qué lógica / tan frágil tiene tu
boca cuando acaba el día. / No sé si hacerte / el amor entre deslices de las manos
/ o dejar que la vida / nos deje descansar tranquilos. / Nadie espera ya de
nosotros / otra digna manera de morir sin venganza” (Venganza). La música que siempre asociamos a la felicidad: “Cierto
que el fuego / solo muero feliz con otro fuego” (Resistencia)
Las siguientes
partes incluyen otra Suite con los primeros poemas (“Vino la noche vestida de
mujer, / a decirme / que la muerte anda lejos / de mi puerta”). Continúan con Las líneas de las manos donde la
comunión de cuerpos y almas se explicitan en el marco de una realidad que se
repite y renueva: “Suenan muelles que de tan viejos / renacen sobre el tránsito
/ final del día /…/ y sin dejar más rastro de vida, /huye / hacia la boca que
no besa” (Amor compartida). Ir y
volver, instantes de la marea: “Qué silencio me dejan” (Percusión); “¿Hiere la ausencia / o el destino de sus caricias?//
Escribirle estos versos / a medianoche / es un acto de cobardía” (Razón Celada).
Por último, Náufrago a destiempo, incluye una breve
selección de aforismos: “Siempre es más sensible el corazón cuando duerme”; “¿Y
dónde va el amor que no hacemos?”; “Que tu gota colme mi vaso”; “Que se nos
crucen más los cuerpos que los cables”. Sentido del humor y sentido de la oportunidad,
el manejo en la destilería del género breve para un sentimiento intenso y
fundamental.
Vibración de sombras es una antología
parcial, sólo de poesía amorosa y aledaños, pero es también un cebo para
continuar con el resto de la valiosa obra de Sergio Arlandis. Una oportunidad
para revisar con otras perspectivas poemas que ya conocíamos. Así, como cuando
vemos una habitación reflejada en un espejo, podamos descubrir una nueva
perspectiva de la poesía y del amor cuando veamos los elementos dispuestos en
otro orden.
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