martes, 31 de marzo de 2020

Reseña de Alicia Párraga: ‘Kairós’. Boria Ediciones. 2020.


Kairós - Boria Ediciones

Con el prólogo de María Marín, Alicia Párraga nos ofrece su primer poemario. Licenciada en Filología Clásica no debe extrañarnos que, para dedicar un libro de poemas al momento trascendental, utilice el concepto griego de kairós, vocablo sugerente por cuanto ha sido entendido de muy diversas maneras, con todos los matices místicos y religiosos, como el momento decisivo, como el segundo advenimiento, como lo que nos sobrepasa…
Alicia Párraga nos acompaña en su viaje, como se suele decir, de los mitos griegos, al logos: “Me lancé desde el acantilado sin tener / las alas de Ícaro / y sobreviví a la espuma / sin haber sido una de las Nereidas” (Supervivencia). Aprovecha las connotaciones y sugerencias de la cultura para apuntalar los poemas. No es, sin embargo, un poemario atiborrado de cultismos, ni se deleita en citas de la Antigüedad grecolatina, ni siquiera quiere camuflarse en los tonos de la poesía latina. A lo que nos enfrentamos es a un conjunto de poemas articulados en torno al concepto del instante, de cada momento significativo, ya sea cuando el yo poético se desploma (“Desangrarte en la penumbra de estas letras / sin que nadie suture tu soledad”, Un domingo cualquiera), o cuando se transforma (“desearía ser tijera / y sesgar la indignidad”, Piedra, papel, tijera).
Se amontonan recuerdos, esperanzas, momentos presentes y pasados, el momento oportuno, el momento decisivo, la cualidad del tiempo:  “Sí, me inquietan esos días es espesa bruma, / desnudos de sol y nubes. / Me turban porque ponen del revés / la fachada que enluce el aire, / dejando al descubierto mi ser” (Vestido para un día gris). La conciencia del tiempo conecta con el propio pasado y la carga de la culpabilidad (“adoraría a cualquier bárbaro del lejano oriente / que me enseñe a llorar lágrimas de oro / para suturar su barro / y zurcir mi culpa”, Kintsukuroi), de la misma forma que se asoma al presente y condiciona un futuro incierto: “vivo en el borde de un bache / haciendo malabares con el acto y la potencia, / con un presente ya pretérito / y un futuro condicional” (Malabares). En el fondo es el tiempo que trascurre: “El color muda con el tiempo, / desvencijado, mate” (Colores).
En la segunda parte ese tiempo condensado y trascendente se focaliza más el amor. Momento es el del encuentro (“Te encontré allí donde rompen las olas, / cuando el fragor de la espuma acallaba / la pugna entre el acto y la potencia”, Metafísica). Momento es también el instante presente recordado (“En sus labios volví a saborear / la carne prohibida de las cerezas, / no fue necesario ningún antídoto. // Solo una gota separa / el remedio del veneno, / solo su alquimia conoce / mi dosis cabal”, Venenos). Momento es el instante fugaz: “Sin más himno que un suspiro” (Mirada).
Las relaciones humanas se entretejen de momentos (“de vez en cuando su ausencia y yo / compartimos lecho”, Iceberg) y se entretejen de los recuerdos que tanto tiñen el presente (“Cualquier gramática indicaría que / el presente destiñe el abanico de pigmentos / de la primera juventud / y desnuda la belleza primitiva / del hombre”, Belleza es la degradación de los pigmentos).
Alicia Párraga despliega también una paleta de sensaciones que añade sensualidad y resta doctrina filosófica: “Me declaro adicta a los granos de canela / que salpican la geografía de su cuerpo. /Asumo mis vicios” (Adicciones); “Bares y bibliotecas son los templos / donde acuden religiosamente / quienes apostatan de la cruda realidad” (Templos); “Ni siquiera una fugaz orquídea / brota en el suspiro del aire” (Grito estéril).  Y, sobre todo, en los afectos, en la conexión y la desconexión, el encuentro y la despedida: “La incertidumbre de cómo y cuándo / me devolverá el tiempo a la persona que, con su adiós, / se lleva una pieza del puzle, / –cada vez más incompleta / que soy” (Despedida).
Se añaden algunos retratos (Espejo de escarcha, Pedregosas cunas, Maga a la fuerza) con algo de crítica y de denuncia, mientras que el yo sigue teniendo un papel central que no absoluto, es un yo como eje de las relaciones, con el Otro, por ejemplo (“Los monstruos existen, viven entre tú y yo”, Monstruos infiltrados). Pero también, una dedicatoria emocionada a su padre, Las flaquezas del héroe: “Mi héroe / –mi padre–/ parece humano, / su tiempo es impermeable a las aguas estigias”
La introspección de algunos poemas gira también alrededor del concepto de tiempo significativo. Hay una valoración del pasado como el momento de la identidad:  Nunca me entretuve  / en cimentar castillos de arena. / Bastaba un silbido del mar / para echarme en sus brazos / con la fe de un faquir” (Fe). Por otra parte, el futuro se asienta sobre esa determinación identitaria, “Porque he soñado mi muerte muchas veces / le he perdido el miedo. / Me aterra, en cambio, / cuando muda su raída capa / por el uniforme de cartero / y deja funestos mensajes” (Siempre es enero); “Hay días en los que el negro / vela al blanco / Días como un paréntesis cojo /…/ Hoy es uno de esos días /…/ Hoy no hay nube que empañe / este río de nostalgia desbordado sobre la caja de hojalata / que guarden instantes de felicidad a todo color” (Sine die). Es la propia valentía de enfrentar al momento decisivo mientras que se insiste en la continuidad de la memoria, la dificultad para el olvido, el recuerdo doloroso: “Dejaré de recordarte cuando / inventen la prótesis / que se ajuste / al alma mutilada que dejaste” (Quimera);  “Hay despertares / en los que humedeces / la esperanza / que escondo bajo los párpados / con el rocío de la almohada” (Madrugadas húmedas)
Como decimos, es la permanencia del yo la que se enfrenta al Cronos: “Los cumpleaños son pequeñas victorias / contra el letal manotazo del tiempo, / que venga su derrota / labrando surcos en el rostro y cavando tumbas en el alma” (Cumpleaños). En varias ocasiones, la autora desafía al porvenir y los deseos como una actualización mítica y cotidiana: “conjugo sueños en optativo, / soy un animal imperfecto / –inacabado– / que estira sus falanges devoradas / por la carcoma del tiempo / para arrullar / al cachorro de nube / que llora en el cielo” (La forma del sueño). Alicia Párraga  no se amedrenta, “Te escribo en el germen de la pólvora / que incendiará el cielo yermo / si algún día vienes” (Pólvora)
“Me empeño en desempeñar el espejo
con el único anhelo de que hoy
no me devuelva el reflejo del fantasma
que amarra sus cadenas a mis pies
/…/
y, como la sibilia de Cumas,
me susurran al oído:


«La sábana que amortajan tus sueños
será el arrullo que abrigue
una realidad de carne y hueso»” (Fantasmas)

domingo, 29 de marzo de 2020

Libertad como posibilidades. Libertad como independencia


Estas dos pueden ser acepciones bastante aceptadas de lo que es la libertad, entendida a ras de suelo, lejos un poco de los conceptos filosóficos. Como comentaba por las redes esta misma mañana Luis Roca Jusmet, entraña un concepto de enorme complejidad, y más en esta situación de excepcionalidad que está resultando del confinamiento del coronavirus.  La restricción de movimientos puede ser para muchos, y así lo están mostrando, al menos por las redes, un ejemplo mayúsculo de limitación de la libertad. Hobbes estaría de acuerdo pero lo subordinaría a un bien mayor, que es la seguridad. Cambiamos libertad por seguridad, que es el razonamiento en el que se suelen escudar quienes defienden métodos drásticos contra el terrorismo.
                Siguiendo a Luis Roca, Spinoza o Kant no estarían de acuerdo, en especial porque ambos ven la ley como una expresión de la Razón. Y la libertad consiste en seguir nuestro deber, aunque contradiga nuestras inclinaciones. El confinamiento, pues, para ambos, un acto de libertad. Philip Petit prefiere definir la libertad como no dominación y, en ese caso, estaríamos discutiendo el límite para justificar estas medidas excepcionales, evitar, en la medida de lo posible, medidas arbitrarias y en aras, añado, de un bien común, que es el de la salud de cada uno.
                En este sentido la libertad estaría cerca de la definición de independencia individual. Uno es más libre cuanto más autónomo sea, cuanto menos dependa de los demás. David Henry Thoreau podría servirnos de estandarte. En el bosque de Walden construyó su cabaña y vivía sin la necesidad de encontrar a ningún otro ser humano. Thoreau definió muy claramente el ejercicio de la desobediencia civil como límite contra el poder arbitrario, dejando a la conciencia subjetiva del individuo tanto la decisión como la responsabilidad de su propio destino.
                No pretendo hacer un catálogo exhaustivo de definiciones e consecuencias del concepto de libertad, más bien, aclararme en voz alta sobre qué implica cada una de ellas. Estoy de acuerdo con Thoreau en que si uno quiere ser independiente tiene que valerse por sí mismo. No vale utilizar a los demás como socios y luego evitarlos como competencia. Si uno, como el naturalista norteamericano está dispuesto a fabricar con sus manos una cabaña, matar con sus armas o cultivar su comida, entonces sí que podrá definir la libertad como independencia.
                Los filósofos estoicos también nos enseñan a no depender de los demás en nuestros juicios, en especial en los referentes a nuestra propia valoración o nuestros fines. Sin embargo, esto se ha traducido en eslóganes tipo Mr. Wonderful, en los que las buenas intenciones se convierten en la tiranía del sujeto que ignora a los demás, sea para bien –evitar críticas injustas, no depender de halagos–, sea para mal –no hacer caso del dolor de los demás, suprimir la empatía–. La órbita de la independencia es muy corta si no sabemos cazar.
                En cambio, si definimos la libertad como posibilidades estamos hablando de un planteamiento completamente distinto. La libertad como hacer lo que uno quiera puede necesitar del concurso de los demás. Si quiero escribir he necesitado la tecnología y las fábricas, los vendedores y transportistas que han hecho posible que el ordenador esté en mi mesa –esa que no he fabricado yo, solo la pinté hace años–. La ampliación de posibilidades es una decisión social por naturaleza. Es la vida en común la que nos permite volar, la que nos trae novedades o nos previene.
                La sociedad es también una de las mayores tiranas, tanto para el plano individual como para la locura colectiva. Eso lo hemos tenido claro, sobre todo los que tenemos serias dificultades para lidiar con las relaciones humanas. El grupo puede ser una turba que linche, puede ser la uniformidad fascista, el grupo puede ser la eterna vigilancia y el escrutinio descalificador. El grupo puede ser el infierno.
                Sin embargo, como decía John Donne, ningún hombre es una isla (traducción de Antonio Rivero Taravillo)
Es la lección más importante que podemos aprender de esta crisis terrible. La interconexión de todos. Uno, por mucho que lo intente, no puede aislarse completamente. La cantidad de nódulos de conexión llegan a ser incalculables. La producción de bienes está tan diversificada que podemos contagiarnos a través de múltiples pasos. Luego están las conexiones entre las personas. Es un mundo pequeño en este sentido, mucho más pequeño que aquellos famosos seis grados de separación. Porque una vez que se contagia un país, el siguiente tiene dos fuentes de contagio y así de manera exponencial.
                Y también hemos comprobado el aspecto positivo de la interconexión. Necesitamos a muchísima gente para nuestra vida diaria. Muchas más de lo que podíamos pensar. Además de las evidentes dependencias, como son los sanitarios, o los transportistas… hay muchas más profesiones que nos hacen la vida, no más fácil, nos hacen la vida posible. Así que, como planteábamos en un principio, la libertad como posibilidad depende de los demás. Como grupo humano, como sociedad, somos capaces de ampliarnos las capacidades. Volamos en sentido literal gracias a los demás. Nos conectamos a los demás, o nos aislamos gracias a los demás. Mientras que no seamos capaces de construir con nuestras manos las cuatro paredes y el techo, mientras no nos cedan una parcela en el bosque, para ser libres necesitamos a los demás si queremos tener alguna posibilidad. Negarlo es suicida. No nos salvaremos solos aunque tengamos que permanecer solos.