Con el prólogo de María Marín,
Alicia Párraga nos ofrece su primer poemario. Licenciada en Filología Clásica
no debe extrañarnos que, para dedicar un libro de poemas al momento
trascendental, utilice el concepto griego de kairós, vocablo sugerente por cuanto ha sido entendido de muy
diversas maneras, con todos los matices místicos y religiosos, como el momento
decisivo, como el segundo advenimiento, como lo que nos sobrepasa…
Alicia Párraga
nos acompaña en su viaje, como se suele decir, de los mitos griegos, al logos: “Me lancé desde el acantilado sin
tener / las alas de Ícaro / y sobreviví a la espuma / sin haber sido una de las
Nereidas” (Supervivencia). Aprovecha
las connotaciones y sugerencias de la cultura para apuntalar los poemas. No es,
sin embargo, un poemario atiborrado de cultismos, ni se deleita en citas de la
Antigüedad grecolatina, ni siquiera quiere camuflarse en los tonos de la poesía
latina. A lo que nos enfrentamos es a un conjunto de poemas articulados en
torno al concepto del instante, de cada momento significativo, ya sea cuando el
yo poético se desploma (“Desangrarte en la penumbra de estas letras / sin que
nadie suture tu soledad”, Un domingo
cualquiera), o cuando se transforma (“desearía ser tijera / y sesgar la
indignidad”, Piedra, papel, tijera).
Se amontonan
recuerdos, esperanzas, momentos presentes y pasados, el momento oportuno, el
momento decisivo, la cualidad del tiempo:
“Sí, me inquietan esos días es espesa bruma, / desnudos de sol y nubes.
/ Me turban porque ponen del revés / la fachada que enluce el aire, / dejando
al descubierto mi ser” (Vestido para un
día gris). La conciencia del tiempo conecta con el propio pasado y la carga
de la culpabilidad (“adoraría a cualquier bárbaro del lejano oriente / que me
enseñe a llorar lágrimas de oro / para suturar su barro / y zurcir mi culpa”, Kintsukuroi), de la misma forma que se
asoma al presente y condiciona un futuro incierto: “vivo en el borde de un
bache / haciendo malabares con el acto y la potencia, / con un presente ya
pretérito / y un futuro condicional” (Malabares).
En el fondo es el tiempo que trascurre: “El color muda con el tiempo, /
desvencijado, mate” (Colores).
En la segunda
parte ese tiempo condensado y trascendente se focaliza más el amor. Momento es
el del encuentro (“Te encontré allí donde rompen las olas, / cuando el fragor
de la espuma acallaba / la pugna entre el acto y la potencia”, Metafísica). Momento es también el
instante presente recordado (“En sus labios volví a saborear / la carne
prohibida de las cerezas, / no fue necesario ningún antídoto. // Solo una gota
separa / el remedio del veneno, / solo su alquimia conoce / mi dosis cabal”, Venenos). Momento es el instante fugaz: “Sin
más himno que un suspiro” (Mirada).
Las relaciones
humanas se entretejen de momentos (“de vez en cuando su ausencia y yo /
compartimos lecho”, Iceberg) y se
entretejen de los recuerdos que tanto tiñen el presente (“Cualquier gramática
indicaría que / el presente destiñe el abanico de pigmentos / de la primera
juventud / y desnuda la belleza primitiva / del hombre”, Belleza es la degradación de los pigmentos).
Alicia Párraga
despliega también una paleta de sensaciones que añade sensualidad y resta
doctrina filosófica: “Me declaro adicta a los granos de canela / que salpican
la geografía de su cuerpo. /Asumo mis vicios” (Adicciones); “Bares y bibliotecas son los templos / donde acuden
religiosamente / quienes apostatan de la cruda realidad” (Templos); “Ni siquiera una fugaz orquídea / brota en el suspiro del
aire” (Grito estéril). Y, sobre todo, en los afectos, en la conexión
y la desconexión, el encuentro y la despedida: “La incertidumbre de cómo y
cuándo / me devolverá el tiempo a la persona que, con su adiós, / se lleva una
pieza del puzle, / –cada vez más incompleta / que soy” (Despedida).
Se añaden algunos
retratos (Espejo de escarcha, Pedregosas cunas, Maga a la fuerza) con algo de crítica y de denuncia, mientras que
el yo sigue teniendo un papel central que no absoluto, es un yo como eje de las
relaciones, con el Otro, por ejemplo (“Los monstruos existen, viven entre tú y
yo”, Monstruos infiltrados). Pero
también, una dedicatoria emocionada a su padre, Las flaquezas del héroe: “Mi héroe / –mi padre–/ parece humano, /
su tiempo es impermeable a las aguas estigias”
La
introspección de algunos poemas gira también alrededor del concepto de tiempo
significativo. Hay una valoración del pasado como el momento de la
identidad: Nunca me entretuve / en cimentar castillos de arena. / Bastaba
un silbido del mar / para echarme en sus brazos / con la fe de un faquir” (Fe). Por otra parte, el futuro se
asienta sobre esa determinación identitaria, “Porque he soñado mi muerte muchas
veces / le he perdido el miedo. / Me aterra, en cambio, / cuando muda su raída
capa / por el uniforme de cartero / y deja funestos mensajes” (Siempre es enero); “Hay días en los que
el negro / vela al blanco / Días como un paréntesis cojo /…/ Hoy es uno de esos
días /…/ Hoy no hay nube que empañe / este río de nostalgia desbordado sobre la
caja de hojalata / que guarden instantes de felicidad a todo color” (Sine die). Es la propia valentía de
enfrentar al momento decisivo mientras que se insiste en la continuidad de la
memoria, la dificultad para el olvido, el recuerdo doloroso: “Dejaré de
recordarte cuando / inventen la prótesis / que se ajuste / al alma mutilada que
dejaste” (Quimera); “Hay despertares / en los que humedeces / la
esperanza / que escondo bajo los párpados / con el rocío de la almohada” (Madrugadas húmedas)
Como decimos,
es la permanencia del yo la que se enfrenta al Cronos: “Los cumpleaños son
pequeñas victorias / contra el letal manotazo del tiempo, / que venga su
derrota / labrando surcos en el rostro y cavando tumbas en el alma” (Cumpleaños). En varias ocasiones, la
autora desafía al porvenir y los deseos como una actualización mítica y
cotidiana: “conjugo sueños en optativo, / soy un animal imperfecto /
–inacabado– / que estira sus falanges devoradas / por la carcoma del tiempo /
para arrullar / al cachorro de nube / que llora en el cielo” (La forma del sueño). Alicia Párraga no se amedrenta, “Te escribo en el germen de
la pólvora / que incendiará el cielo yermo / si algún día vienes” (Pólvora)
“Me empeño en
desempeñar el espejo
con el único anhelo
de que hoy
no me
devuelva el reflejo del fantasma
que amarra
sus cadenas a mis pies
/…/
y, como la
sibilia de Cumas,
me susurran
al oído:
«La sábana que amortajan tus sueños
será el arrullo que abrigue
una realidad de carne y hueso»” (Fantasmas)
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