Mis alumnos acostumbran a decir que una monarquía es donde hay un rey. No sé si
son conscientes de que están describiendo Mallorca en verano o un tablero de
ajedrez, así que les procuro enseñar que una monarquía es un sistema político
en el que el jefe de Estado es un rey. Tengo que tener cuidado porque en la
mayoría de los manuales insisten en el carácter hereditario del cargo, y, por
ejemplo, los visigodos sufrían una monarquía electiva (y según se acostumbra a
decir, ese fue su talón de Aquiles). El sistema monárquico no dice nada de los
poderes concretos que el rey pueda tener. Incluye desde el absolutismo, en el
que no había separación de poderes y todo el sistema lo designaba el rey, hasta
las monarquías parlamentarias en las que el cargo es casi honorífico.
De las muchas
críticas que se suelen hacer a la monarquía es la de cobrar sin hacer nada. No
creo que eso sea cierto. Al menos en la española, la jefatura del Estado
arrastra una serie de responsabilidades que merecen remuneración. Otra cosa
distinta es discutir si la remuneración es la adecuada o cómo hay que rendir
cuentas de ella. O si alguno de los gastos son sufragados por otros
ministerios, como el de Defensa, Interior o Exteriores. Se podría limitar el
número de beneficiarios de la Casa Real, por ejemplo, a la hora de la seguridad
y los guardaespaldas. A menudo se escudan los monárquicos en que Felipe de
Borbón es un hombre muy preparado para el cargo. Y tanto. Hemos sido los
españoles los que hemos sufragado los gastos de sus estudios, dentro y fuera de
España. Uno podrá criticar a Rajoy todo lo que quiera, pero sus estudios de
Derecho y su preparación como registrador de propiedad se los pagó su familia.
Es curioso que nos indigne que existan pagas vitalicias para expresidentes y,
sin embargo, nos parezca los más adecuado correr con los gastos de educación de
un futuro rey, cuando está visto que puede salirnos Froilán o peor.
El problema no
es que se cobre más o menos, el problema es que damos por sentado que una
familia ya se va a ocupar del cargo. No solo se vulnera el principio
constitucional y justo de igualdad ante la ley, es que, por su naturaleza, es
inviolable, inimputable, inmune por el solo hecho de ser el primogénito
(masculino) de una familia a la que ni siquiera se le hacen pruebas de
paternidad. A esto responden muchos señalando la incapacidad de nuestros
gobernantes, dependiendo de las fobias, se apunta con el dedo a Iglesias, a
Abascal, a Pedro Sánchez o a Casado (¿por qué no a Toni Cantó?). Ya aquí pierdo
los papeles. En una democracia esa es la presunción básica, que los ciudadanos
somos capaces, y por eso tenemos el derecho y la obligación, de elegir a
nuestros representantes y nuestros gobernantes. Si no te crees que seamos
capaces, no te puedes llamar demócrata. Eres, además de un cortesano (por no
utilizar un apelativo más despectivo), un creído. Te crees que solo tú tienes
criterio para elegir y los demás somos idiotas (en el sentido originario de la
palabra). Como mucho defenderás una especie de despotismo ilustrado en el que
tú, por supuesto, estarás como asesor de las masas.
El PSOE ha
encontrado la fórmula feliz para poder criticar al emérito y apoyar a la
monarquía a la vez. Sus pensadores han explicado, “se juzga a las personas, no
a las instituciones”. Y es lógico, porque en su historial, como en el del
Partido Popular, o en el de CiU, etc.., hay tanta corrupción que podrían ser
considerados banda de delincuentes. Dejando aparte lo favorable que pueda ser
la fórmula, hay una objeción grande. En un gobierno hay muchos cargos y han
pasado por él muchos personajes, que alguno caiga en la tentación de utilizar
su cargo para beneficio propio es estadísticamente muy probable. Por eso
precisamente debe existir un control riguroso de la actividad de cada uno de
los miembros de la administración pública –y de las privadas, también, por
supuesto–. Sin embargo, en el caso de la monarquía, si un rey se descubre como
corrupto, está corrupta toda la institución, el 100% de sus miembros. Es,
cuantitativamente, más grave.
Además hay
otra cuestión. La monarquía se basa en la presunción de que una familia tiene
una predisposición hereditaria a desempeñar un cargo por el hecho de que sus
antepasados ya lo hicieron. Luchamos durante mucho tiempo contra esa plaga de
clientelismo. Según la teoría monárquica debe haber algo intrínseco en la
persona del rey para desempeñar esa función, como mínimo, de representar a la
nación entera. Es una teoría esencialista, como se advierte en los intentos por
enraizar un linaje ex novo. Amadeo de
Saboya fue un caso clave, pero los Borbones no lo fueron menos. Se necesitó una
guerra que todavía colea en el imaginario independentista catalán.
Esa esencia
trascendente hace de una persona algo más, un líder nato, la única que puede
hacerlo sin caer en el desorden (véase El
rey león para comprobar los destrozos de variar la línea sucesoria). Esa
persona representa la magnificencia y la lealtad, sin tacha… por eso es
necesario recalcar en las leyes su inmunidad y su inimputabilidad. No es
posible que cometa delito, por lo que cualquier acusación es siempre un fraude
de ley, un intento de desestabilizar el régimen. Pero, ¿qué sucede si el
monarca no demuestra una actuación ejemplar?
Estoy más que
de acuerdo en que son unos desalmados que arrebataron el dinero destinado a
quienes lo necesitaban de urgencia. Pero me gustaría recordar que los
implicados fueron llevados a juicio, con condenas severas que si bien es cierto
que podían haber incluido la devolución de robado, han implicado cárcel y el
final de la carrera política de alguno. Que se sepa el emérito no se ha quedado
con dinero que no fuera suyo, son "regalos" o comisiones. Pero no las
declaró, ni públicamente ni en Hacienda, eso también afecta a las arcas
públicas. Todo esto es "presuntamente" porque no se puede o no se
atreven a juzgarlo. No se puede estar orgulloso de la inocencia de quien no
puede ser juzgado. La institución monárquica se basa en la asunción de unas
cualidades morales y técnicas de una familia concreta por encima de las demás.
Si falla un rey falla toda la institución. Además, teniendo en cuenta que la
autoridad moral del jefe de Estado se basa en la cualidad personal, ya que no
puede ser removido del cargo. No puede siquiera ni ser juzgado. No es de recibo
que argumenten que no ha sido acusado de nada, porque legalmente no está
reglado.
La estrategia
de estos monárquicos se basa en “si alguien ha cometido algún delito muy grave,
no se me puede echar en cara ningún delito leve”. Esto es una atrocidad,
significa que dejarían de juzgarse todos los delitos por debajo del más grave.
Del rey abajo, ninguno. Tampoco sirve la excusa de haber sido el artífice de la
Transición[1], porque a
nadie se le permite un delito después de haber sido heroico en un momento del
pasado.
Es una pena
que en España no haya una derecha republicana, como la hay en Estados Unidos,
Francia, Alemania o Italia. Da la impresión de que la república es cosa progres nostálgicos (valga el oxímoron)
y de izquierdistas. Los hombres y mujeres
de orden defenderán el orden establecido, por encima de las injusticias
y las evidencias. Por algo será.
Los verdaderos
monárquicos, sea como fueren, deberían esperar de su rey que tuviera arrestos
para quedarse y demostrar su inocencia. Y si tuvo devaneos en el pasado
(conquistas extramatrimoniales, movimientos bancarios no ejemplares, aceptación
de regalos inadecuados…), aceptar el castigo correspondiente y no refugiarse en
artilugios legales para evitar un juicio o tomar las de Villadiego a casa de
sus amigos en el extranjero, que es totalmente indigno.
Majestad, a lo
hecho, pecho.
[1] La inmaculada transición, como la llamó una
vez Gabriel Albiac, que pasó del Franquismo a la Democracia sin romperlo ni
mancharlo.
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