Comparto con César Rodríguez año
de nacimiento y profesión. El poeta pasó su infancia en Ávila y pasó por la Universidad
de Salamanca. Este, a pesar de ser su primer poemario publicado, es una obra de
madurez, tanto en oficio y como en emoción. Habla de la madurez emocional, de
los recuerdos de una infancia vivida y soñada y teme la certeza de las sombras
desde la serenidad que da el paso de los años. Madurez de oficio por un estilo
elegante, cuidado, exquisito, que se mueve con enorme familiaridad con los ritmos
y cadencias más clásicas.
El poemario se
divide en tres bloques. El primero se titula La del alba sería y en él sobresalen los recuerdos de la niñez, pensemos que con una mirada Nel mezzo del
cammin di nostra vita: “Mejor
es aprender, errante, peregrino, / a ser quien siempre ha sido, a espaldas de
los otros: / a mi sueño apostarme todo entero, / pues solo así la vida /
recobra su fulgor, como un diamante / que demasiado descansó en el cieno / y
vuelve, bajo el sol de mediodía / a irradiar la verdad de la belleza” (Alonso en el País de las Maravillas).
Se presentan
una conjunción de recuerdos (Un santo de
verdad) tanto como de los imaginarias vivencias de aquellos ya lejanos
tiempos, el carrusel, el primer reloj, las aventuras de los tebeos y el cine de
aventuras y cowboys (El Guerrero del
Antifaz, Tarzán). La mirada es un
poco desencantada: “Sin embargo, qué triste descubrir, / al cabo de los años, /
que no de la garganta / del apuesto Tarzán vino ese grito, / sino que lo
forjaron, / impasibles, mecánicos, / técnicos de sonido, en una factoría” (El regreso de Tarzán). Sin embargo, la
emoción contenida sabe valorar bien los motivos, escoger las imágenes y los
momentos esenciales para resaltar el acontecer cotidiano (“Torres como
plegarias que en estío / las cigüeñas coronan de blancura; / cohortes de
vencejos que, en la altura, / escoltan, vertical, su señorío, De santos y cantos). tanto como la profundidad,
el kairós: “El final de la infancia
coincidía / con el advenimiento del reloj” (Desahuciados
del alba); “Ahí hay un niño / que dice ay/…/ Y no se calla nunca. / En su
ataúd de piel adolescente, / sus gemidos florean como garras” (Adolescencia).
Belle dame sans merci es la segunda
sección, donde se da rienda suelta a un barroquismo conceptual de alto voltaje,
sin recurrir al remedo o al pastiche: “Mengua el sol su furor, y es más hermoso
/ el mar cuando las sombras ya se alarga / sobre la playa, y queda solo el eco
/ del estruendo diurno en sus arenas /…/ Ahora que comienza ya la noche, / bajo
su piel de ennegrecida plata, / vuelve el mar a su ser: sagrada bestia / que,
retenida, tercamente piafa, / aguardando la hora de arrastrarlos / –ya
extinguida la luz, ya concluido / el breve día que nos fue asignado– a su
sediento abismo de negrura” (Nocturno).
Hay momentos conmovedores como De
repente, la noche. En otras ocasiones puede templar lo antiguo, lo épico con una convicción alejada de
aspavientos: “gente indescifrable, / como nosotros mismos, / nacieron y
murieron a lo largo de los siglos / en este yermo que ahora el viento asola” (Ulaca).
Los temas,
como en el barroco se asientan en las ruinas, en la muerte –la gran presente
del poemario– y se puede condensar en un solo verso: “Una vez su vacío fue
promesa” (Desolación) o en un poema
extenso donde la narratividad se vuelve elegía, como Cascada de la Araña. Las descripciones de paisajes se acompañan de
referencias a poetas concretos, como Virgina Woolf, Pavese o Pizarnik, o al
escritor aventurero Emilio Salgari, que visitaron la muerte con premeditación: “Virginia
Woolf / no para regresar / anduvo su camino hacia el río” (Piedras en los bolsillos); “para qué un nombre sino para enterrar /
toda la vidamuerte sin rostros que insomne se remueve / toda la muertevida” (Alejandra Alejandra); “tenderme sobre el
lecho / y aguardar en silencio / a que en la oscuridad / empiecen a brillar los
ojos de la muerte” (Tendrá tus ojos);
“el tigre que, escapado de tus sueños de tinta, / puntual, ha acudido / a
traerte por fin / la deseada dicha del descanso” (El regreso del tigre).
Por último, La luz y la palabra, consiste en una
serie de homenajes a obras de arte (“Cincela la memoria / la oscura roca inerte
/ del pasado: /…/ Después, / el tiempo arrasará / cincel, figuras, escultura,
poemas”, Bajorrelieves), a artistas
de las más variadas disciplinas, desde Giorgione a Velázquez, el Greco (“Igual
que si enhebrase, / una vez reducido, gracias / a sus frecuentes dádivas al
clero, / a un tamaño apropiado, / un camello en el ojo de la aguja”, El entierro del conde de Orgaz)o el
cantante Al Green: “belleza que nos deja aún más desvalidos, / inermes y
deshechos en la noche extraviada” (Soul
Music).
Puede ser un
objeto, como Vieja fotografía (circa 1940):
“Sobre el frágil papel, / ese ahora es ya siempre”, dedicado in memoriam a
Mercedes Criado; pueden ser edificios, arquitecturas, o incluso personajes como
Ulises… Recrearse en los objetos, ahondar en el pasado, percibir el paso del
tiempo y la lejanía d elos artistas tiñe del mismo sentimiento elegíaco que
habíamos comprobado en la sección anterior: “lograr que nos extraviemos soñando
/ con la arrebatadora belleza de la muerte” (Hispaniarum Princeps); “¿Qué pueden legras muertas contra los
cuerpos vivos?” (Casiano de Imola).
“en estas frases toscamente
talladas a navaja
en un banco de un parque
suburbial
furiosamente gusta
lo humano
su hermosa
locura,
su afán de
perpetrar lo amado, su protesta
contra el tiempo asesino,
el deseo imposible
de que triunfe el amor sobre la
muerte” (Palabras de amor, palabras)
Sin embargo, César Rodríguez no
se deja arrastrar por la pena o lo sombrío, recupera a través del disfrute del
arte un arte de vivir, una vindicación de los sentidos y una pasión: “Máscaras
por las inacabables avenidas del deseo” (Del
volcán y de jungla). Esto es especialmente notable en el homenaje a Rubén Darío:
“porque ya no te es posible seguir siendo Rubén Darío” (Del volcán y de jungla) y también, cuando describe un desfile en
Nueva Orleans, que nos sirve de colofón y meta:
“Nace la
eternidad: todo es presente” (Second Line)
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