Estoy consternado, abrumado por la decapitación de un profesor, como yo, de geografía e historia; que daba clases de ciudadanía, como yo tantas veces; que quería discutir la libertad de expresión, como yo. Condenar sin paliativos el atentado es imperioso. Más allá de lo que unos digan u otros entiendan. Debemos recordar cuando teníamos que lamentar los zarpazos de ETA que se alimentaban de los “pero” de muchos que condenaban y apostillaban. Debería dejarlo aquí, pero me bullen muchas otras ideas. Espero que no sea como en la frase, “todo lo que viene antes del pero no sirve para nada”.
Ninguna
religión, ningún credo puede tomarse una venganza de este tipo. Ninguna, y por
mucho que luchemos contra la islamofobia, este es un crimen injustificable.
Tampoco se puede hacer valer la religión tradicional de tu terruño como ejemplo
de tolerancia, porque no lo ha sido. Hubo que obligar a la Iglesia Católica a
respetar los límites de lo público y lo íntimo. Y todavía muchos se obstinan en
atacar cualquier injuria que se pueda cometer contra su fe. No es la fe, es el
fanatismo de cualquier religión, de cualquier credo, de cualquier ideología.
Muchos católicos conservadores y xenófobos, en los casos de injurias o
blasfemias a la religión cristiana, rematan con un “a que no se atreven con
Mahoma”. Démosle le vuelta. ¿Qué pasó con el chico que superpuso su foto a la de
un Cristo? Denuncia por blasfemia, 400 € que no tenía. Juicio en estos días a
un grupo de feministas por la procesión del Coño Insumiso. Por supuesto que no
es lo mismo denunciar que asesinar salvajemente, pero la intransigencia es la
base del problema. No comprendo cómo la blasfemia puede resistir todavía como
delito, por eso no comprendo que Abogados Cristianos se preocupen más de un
pasacalles que de los sacerdotes pederastas, que hacen mucho más daño a su fe
que las procesiones de vaginas gigantescas. ¿De verdad estamos seguros que si
alguien sacara unas viñetas con El Gran Poder en lugar de Mahoma no íbamos a
encontrar ninguna respuesta violenta? Al bufón Leo Bassi le pusieron una bomba en el camerino en 2006 y le han amenazado en numerosas ocasiones por unos que reivindicaban a Cristo Rey.
No es la fe, ni el Islam, ni el Cristianismo propugnan la violencia. Dios es el Misericordioso, Dios es nuestro Padre, el que no da piedras cuando pide pan. Pero sabemos, hemos comprobado que dejar a las instituciones religiosas acaparar poder en el espacio público tiene consecuencias, y algunas muy dañinas. Miremos a Israel los problemas que están dando los ultraortodoxos en la relación con los palestinos o en la gestión de la pandemia.
En los tiempos en los que el terrorismo de ETA estaba “socializando el sufrimiento” muchos teníamos claro que condenar los actos era fundamental, especialmente por parte de los que compartían la ideología independentista de los asesinos. Un “así no” claro y rotundo. Muchos también nos negamos a, como se dice ahora, comprar el relato de los nacionalistas del otro bando. No pudo ser sano para una democracia la guerra sucia, ocultar las supuestas torturas. Si las hubo, que se investiguen. Y si no las hubo, tendríamos algo de lo que estar orgulloso. Tampoco había que aprovechar para sacar la bandera y engañar a la ciudadanía diciendo que sólo los de un partido eran víctimas. Hubo víctimas de todo el espectro político, y, sobre todo, víctimas que no tenían espectro político, fuerzas del orden, ciudadanos de a pie. Todos inocentes que sufrieron salvajes atentados. Hasta que la sociedad en su conjunto supo distinguir entre vasco y etarra, y supo comprender que defender una ideología se corrompe con actos de terror, todos los esfuerzos policiales iban a ser en vano.
Igual debería ocurrir con el terrorismo islamista, todos debemos entender que no es lo mismo que tu dios se nombre en árabe o en castellano que quieras aniquilar al otro. Ninguna fe ha demostrado tener la suficiente capacidad de control de sus correligionarios para evitar barbaridades. No hay nada más que ver las guerras recientes. Todos mataron en nombre de su fe. Es una de las razones por las que el Estado debe ser laico, debe desentenderse de doctrinas que solo atañen al interior de las personas. Hacerse cargo de defender penalmente la fe es un avance considerable frente al degüello, pero no deja de ser un contrasentido. Todas las instituciones sufren crítica. También deberían aguantar su vela los musulmanes, los cristianos o los judíos, como lo hacen comunistas, neoliberales o fascistas.
Es un error, a mi juicio, educar en la tolerancia a todos menos a los intolerantes. Precisamente a ellos es a los que hace más falta. Cuando se queman libros o películas porque injurian una fe, da igual que sea María, esposa de José o Mahoma, el profeta, es signo de que se necesita el punto de partida del respeto y la tolerancia. Respeto, no a las ideas, a las personas. Todas las ideas deberían estar sujetas a crítica, incluso esta. Pero, siempre, siempre, respetando la persona. No nos ha valido con el relativismo bienintencionado de todos somos iguales, todas las ideas son igualmente respetables. No lo son, la buena intención debería ir dirigida a evitar que los fanatismos sobrepasen la línea. Como tampoco es el problema ser bienintencionado.
Y podríamos hablar de fútbol, una fe que ha matado a más de uno y más de dos hinchas. Debemos educar a los que son incapaces de comprender que su compañero de trabajo no vio un penalti con la misma intensidad que enseñar que si no se ven los ángeles o las huríes no hay que despreciar, insultar o matar a nadie. No hay que sacar a los alumnos para que no se sientan ofendidos, precisamente a ellos es a los que hay que educar en manejar la ofensa por medios democráticos, para rebatirla. Por eso existen delitos de odio, cuando la fe de unos pocos está siendo atacada por los muchos que abusan de su posición de poder. No por blasfemia, sino por discriminación. Empezar por tolerancias hacia asuntos poco polémicos, después hacia temas abstractos, pero terminar con disputas que sí afecten en lo profundo de las personas.
No todas las fes son malas, no todas las vivencias de la fe son malas. Degollar a alguien que supuestamente está burlándose de tu fe, sí que es una brutalidad intolerable.
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