Vivimos tiempos inciertos. Y polarizados, muy polarizados. Es difícil pasearse por la opinión pública sobre cualquier tema sin que aparezcan bandos irreconciliables, con muy malos modos y con acusaciones mutuas muy feas. Es ya un tópico, un lugar común, una muletilla en esta España que nos ha tocado sufrir.
La metáfora polar podemos decir que se ha desbordado. En cada tema aparecen, al menos tres extremos, y un polo solo admite dos, el norte y el sur, el positivo y el negativo. A favor, en contra y ambos los dos inclusive. Han aparecido en nuestra fauna de opinión un espécimen también controvertido, el equidistante. Y suscita tantos odios como los anteriores. Ya se veía en La vida de Brian, la fábula más lúcida sobre la división de la izquierda, cuando los militantes del Frente Popular de Judea se enfrentaban al Frente del Pueblo Judaico y todos contra la Unión Popular de Judea. A los tibios os expulsaré de mi boca, dice la Palabra de Dios –y Espinosa de los Monteros–.
Cuando un personaje, como Andrés Trapiello, defiende que durante la Guerra Civil no hubo dos Españas, la republicana y la nacional, sino que había una tercera que no comulgaba con ninguna, se convierte en un equidistante. Cuando un ciudadano de Euskadi abomina de ETA y no está de acuerdo con la brutalidad policial, se convierte en un equidistante. Cuando un cineasta dice que todos los políticos, izquierda y derecha, son iguales, es un equidistante. Y siempre llueven las críticas.
Hay que ser, en los tiempos que corren, muy iluso o muy cerril para pensar que unos (u otros) tienen toda la razón. Nadie tiene toda la razón por mucho que sean justas sus pretensiones o su historial de compromiso haya sido intachable. Pero con lo que no puedo comulgar es con que todas las partes de razón sean iguales y que la solución sea estar en el punto medio. No, lo siento. Creo que entre el machismo y el feminismo no se puede estar en el punto medio. Las feministas, o algunas feministas, pueden pedir o reivindicar quizás asuntos descabellados, pongo por caso, pero es de justicia estar de su lado más que del machismo. No se puede tolerar el machismo aunque podamos criticar las declaraciones de cierta histórica del Partido Feminista. Hay que posicionarse de su lado sin ahorrar la crítica, con cuidado también de no dar argumentos a algo tan despreciable como considerar que las mujeres no pueden desarrollar los mismos papeles sociales que un varón.
Entre la violencia de ETA y la violencia del Estado, uno puede condenar ambas, pero jamás puede estar del lado de los etarras, aunque alguno tuviera razón al denunciar malos tratos. El Estado de derecho debería juzgar las torturas si las ha habido, pero nunca debemos justificar la violencia de ETA por ellas. No hay equidistancia. Podemos estar de un lado, pero no significa que todos los que estemos del mismo lado seamos santos, ni tengamos la razón en todo, ni que tengamos que ser ciegos ante las barbaridades que los “nuestros” puedan hacer en un momento dado.
Si somos de los que comprendimos que durante la Transición hubo que tragar sapos y hacer la vista gorda para conseguir una democracia deberíamos comprender que para el fin de ETA hay que hacer concesiones. No debió parecernos buena idea santificar como héroes a los protagonistas de la Transición si nos parece que no deberíamos blanquear a los exetarras que ahora condenan su violencia. O practicamos la realpolitik en ambos casos o ponemos la justicia moral en los dos momentos. No es equidistancia, es una posición que no se encuentra en la mitad de los extremos.
En esta teoría geométrica de la moral hay varias dimensiones, hay varios extremos, no es una línea recta. Ni aunque la hubiera. La justicia no está en dividir salomónicamente las pretensiones de unos y de otros. A veces estaremos casi en un extremo, otras prácticamente en el centro. Incluso hay momentos en los que tenemos que renunciar a ese debate porque está viciado.
Curiosamente, los que acaban diciendo que todos los políticos son iguales suelen tener un perfil similar. Atacan a unos, por ejemplo, de Podemos, porque han mentido en no sé qué, o han recibido dinero de Venezuela o Pablo Iglesias estuvo de cacería. Cuando se les muestra que los jueces han desestimado las acusaciones o que la foto está trucada o que no existen esas declaraciones, acaban persistiendo en su idea de que son horribles. Y si se les muestran casos de otros partidos, sentencian, todos son iguales. Y no, no todos son iguales. Hay quienes se aprovechan de su cargo y quienes no, hay ministros infumables en muchos partidos, pero no todos los ministros han sido terribles. Hay partidos que arrastran muchísimos casos de corrupción y otros que no. Podrán coincidir con tus ideales, podrás perdonarle sus declaraciones intempestivas, pero no todos serán iguales. Ni en tu partido.
Corremos el riesgo de convertir las opiniones, por ejemplo políticas, en un caso de hooligans. Uno nace del Betis, manque pierda. Uno defiende que es una plandemia manque pierda. Uno es de Unión del Pueblo Navarro aunque se alíe con el diablo mismo. No solo se está perdiendo el espacio público de discusión, sino que se establecen de partida las posiciones inamovibles: un lado, el otro, equidistante. Cuando estás en una de ellas, ya no puedes cambiar, ni siquiera necesitas escuchar los argumentos de los demás, solo son ejemplos de lo que tienes que combatir en los debates.
Las ideas deberían ser fluctuantes y quitarles parte de razón a unos no es dársela a otros, pueden estar ambos equivocados. O, lo más probable, unos más equivocados que otros. Nadie tiene toda la razón, repito, pero hay quienes están totalmente equivocados.
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