Benítez Ariza, además de poeta, narrador y especialista en cine y en Edgar A. Poe, es conocido por sus acuarelas y su diario. De ambos menesteres tenemos aquí una muestra. El diario se publica en forma de blog y está reunido después en varios volúmenes, uno de los cuales fue La novela de K, publicada por 2000 Locos. Un “diario abierto” que mantiene desde 2005 y que desde hace un par de años, Benítez Ariza ha decidido subir a la red cada entrada justo un año después de ser escritas, como los vestidos que la alta sociedad neoyorkina de La edad de la inocencia pedía a París y guardaba durante meses en los armarios para evitar el desprecio de los que presumen de estar a la moda. Al prescindir de la urgencia de la actualidad, el autor actúa sabiamente, la cotidianeidad es eterna.
De todo ese trabajo ha seleccionado las entradas en las que ha ido apareciendo K., su gata. Vemos un personaje que tiene un protagonismo intermitente, que aparece como secundario en múltiples ocasiones, acompañando los quehaceres entre el domicilio habitual y Benaocaz, en la sierra de Cádiz. Además del yo que escribe, tenemos la presencia de M.A. y C., según aclara, su mujer y su hija. El resto del elenco, modestamente, se refugia en sus iniciales (salvo los pintores, como José Antonio Martel, amigo y colaborador en algunos proyectos de Benítez Ariza, y del que me permito resaltar su enorme talento). El asunto puede trasladarse en la insistente impertinencia de K se obstina en imponer sus costumbres a los habitantes de la casa, mostrando un epicureísmo ejemplar aun cuando en la mayoría de las entradas sea solo un convidado, el actor secundario que roba el protagonismo a la estrella del film. Un personaje que cobra protagonismo, especialmente en la última parte. Hay que consignar que de 2015 a 2019 son “inéditos”, acaso presentes en la web.
Diversos textos sobre nada en particular, sobre un suspiro, lo cotidiano, lo corriente, sin intenciones trascendentes pero con la trascendencia que da la sabiduría y la observación. Hay que contar, además, con lo azaroso del procedimiento de selección. Como la poesía de Benítez Ariza, las entradas del diario planean serenas, sin altisonancias, como el transcurso de la vida. Sin el florido lenguaje que otros despliegan para disimular que escriben sobre nada, la nada cotidiana, con un estilo que emula al de Julio Camba o de Díaz Canedo en su intención. Casi podríamos decir que hay una unidad de espacio, hasta donde llegan las andanzas de K., aunque los escenarios tengan su cerrada elección, el hogar, el trabajo, los recuerdos… La elegancia, la sencillez, la contención, lejos del barroquismo –exquisito o no, según qué casos– de otros andaluces contemporáneos.
Entre estas líneas se cuela la amistad, el gusto de estar juntos, la afición al cine, a la literatura, a los paseos… y planeando sobre todas las anécdotas, la naturaleza del gato, cazadora, mimosa, zalamera y exquisita, fuerte frente a la domesticación, nunca mejor dicho, de la casa. El gato es símbolo del desdén, del filósofo del jardín, buscando el paso del tiempo el disfrute, la verdadera naturaleza del gato al sol. Pequeños acontecimientos, y también grandes secuencias de concisa escritura, de sutil ironía, de guasa en ocasiones. La emoción muy, muy contenido. Como en el cine clásico, donde la mano del autor procuraba siempre pasar desapercibida, aunque siempre estaba muy presente, desde la concepción a los más mínimos detalles. Los diarios de Benítez Ariza responden de una autenticidad de lo que no sorprende, narrados, descritos con precisión, sobriedad, paradoja, pero sin renuncia a la poesía. Un vitalismo sin estruendo. Porque la felicidad no siempre es júbilo y la tristeza, por muy profunda que alcance, no siempre drama.
Gracias a las andanzas de K. nos asomamos en una cuidadísima edición, acuarela incluida, a la trascendencia de lo intrascendente, de la mano de un poeta para el que la poesía debe tener, William Carlos Williams dixit, las cualidades de una buena prosa. Aquí la tenemos
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