Conforman los fragmentos un fresco emocional en el que la autora va vagando entre el interior y el exterior de la subjetividad: “pregúntale a cualquiera / un corazón es solo tierra y el cuerpo / esperé tanto que por alguna razón / mi respiración se volvió parte / de las sillas de metal, / del aire que corre / entra las puertas que dividen / lo urgente de lo importante, que dividen / el silencio de los barcos que se hunden de a poco / y de los aviones que a lo lejos está cayendo” (15). Recurre a los recuerdos, como el de su abuelo: “Me explicó el tiempo de espera / para pasar de un lugar a otro, el frío en los extremos / y lo necesario de respetar los pasos” (19) o a los conocimientos aprendidos en la escuela: “Parece que es por la fuerza / pero la tijera cierra gracias a un mecanismo / conformado por dos partes que se unen” (21).
Uno de los pilares fundamentales es precisamente la memoria y su traslación a través del tiempo: “Escribimos un nombre / en el libro de actas de un barco / y ahora no sabemos / si tiene que ver con un viaje o / con el registro del pasado” (23); “Ya lo dijo el cielo, noviembre es un mes / de definiciones, la tierra no se parte de un día para otro” (5). Ese deambular a través del tiempo (y del espacio) va conformando la siguiente dimensión del paisaje descrito a veces con lirismo (“Como una máquina que hierve / cuando afuera todo es hielo / te pensaste construir de otro mundo / lista para recibir daños”, 4), con ironía (“¿tiene algún contenido sexual la espera?”, 11) o con sincera y fotográfica precisión (“Vos decís que solo / te interesa escribir de lo importante / el dinero, las becas, los precios, otra vez / el dinero. ¿Cómo confiar en la gente / que solo comparte historias de perros”, 6).
El aparente desorden es rizomático y se va desplegando de forma subterránea pasando de lo más íntimo (“Dibujo círculos concéntricos en tu espalda / para formar un remolino que nos lleve / a lo profundo o simplemente para sentir / una inercia estable e infinito”, 12) a la metáfora principal (“Mira esa foto, ¿cuál? / parecemos una enredadera rusa / ¿Qué? Un collage constructivista / de dimensión inesperada”, 9); “no es que las palabras nos exijan / el compromiso de una hoz / y martillo por la mañana”, 16)”.
El paisaje de las antiguas repúblicas socialistas ha sido descrito alguna vez como nuevos edificios que se derrumban, y es precisamente esa la sensación que aportan las referencias espaciales: “si hablo de melancolía / como edificios en demolición / es porque me gustan los restos / de pintura, identifican lo que había” (31). El paisaje emocional es más claro a medida que se avanza: “Últimamente estamos en eso: la observación / los procesos. Vi el puesto quemado” (13); “Durante los últimos once años / fui reacción y corte / me justifiqué en la honestidad / conmigo misma y el mundo /…/ Ahora pienso en otro / está al sur y eso es lejos / ahora es sin metáfora porque antes / hablábamos de nosotros entre ejemplos” (3). Es la primera persona la que articula la observación y la organización de imágenes: “… La alegoría más grande / era el humo sin bombas / una pipa como estandarte / de la concepción del lazo” (10); “Tan romántico y fatal como suena / pensé que podías / armar y desarmar / diptongos, utilizan unidades mínimas / con la ambición de aspirar a / un sistema de signos / tuyo y mío, claro /…/ Estas unidades de sentido / para el resto son mínimas, para nosotros / un pueblo” (Una descripción del hombre para llegar al sol). Más intensa es la conversación con la madre: “Quisiera decirte, no somos tan distintas / las dos pudimos criar y ser criadas” (4).
Ensaladera rusa es, en cierta forma, un juego de diccionario, una manera de partir de una idea alejada y exótica para poder aterrizar aleatoriamente en los lugares donde fijar el poema: “… El desorden / entra el mundo interior / exterior / que nos cuesta nombrar /…/ ¿cómo no nos dimos cuenta? / podríamos haberlo aprovechado / en estos días de sol” (25). Las referencias al maquinismo (soviético o no) permiten despegarse de unos sentimientos que engrasan las imágenes, los sentimientos, la propia esencia de la voz poética: “… Yo quería / ver el ritmo, mi corazón a una máquina / y todo lo que recibí / fue un papel, / un periodo geológico / lo extinguido y su reflejo / la manera más sencilla de viajar en el tiempo” (18). Es el trabajo lo que nos hace humanos, “La tierra es reflejo de estas manos / que moldean lo que pueda / lo que quiera y a veces solo / se hacen cargo” (20).
“Un deseo, un poema con lágrimas
bastante malo pero escrito
a la cumbre de una sierra
donde un doctor dice fríamente
que los deseos no matan / ni hieren” (14)
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