viernes, 25 de diciembre de 2020

Reseña de Josefina Bianchi: ‘Enredadera rusa’. Ediciones Liliputienses. 2020

Dónde comprar Enredadera rusa, de Josefina Bianchi | Librerantes

Josefina Bianchi nació en Buenos Aires (1989) y es editora y traductora. En su haber están Cúmulus nimbus y la primera edición (2019) de Enredadera rusa en Argentina (Caleta Olivia). El libro consiste en pequeños fragmentos de una narración que sirve de punto de partida, de excusa para algo mucho más trascendente. De alguna forma hay una sombra de Auden. Cada fragmento está titulado en ruso y se corresponde un un número, sin embargo, no hay un orden en esta numeración, se sitúan al azar. El nexo tiene más que ver con la disposición melódica que con la lógica.

Conforman los fragmentos un fresco emocional en el que la autora va vagando entre el interior y el exterior de la subjetividad: “pregúntale a cualquiera / un corazón es solo tierra y el cuerpo / esperé tanto que por alguna razón / mi respiración se volvió parte / de las sillas de metal, / del aire que corre / entra las puertas que dividen / lo urgente de lo importante, que dividen / el silencio de los barcos que se hunden de a poco / y de los aviones que a lo lejos está cayendo” (15). Recurre a los recuerdos, como el de su abuelo: “Me explicó el tiempo de espera / para pasar de un lugar a otro, el frío en los extremos / y lo necesario de respetar los pasos” (19) o a los conocimientos aprendidos en la escuela: “Parece que es por la fuerza / pero la tijera cierra gracias a un mecanismo / conformado por dos partes que se unen” (21).

Uno de los pilares fundamentales es precisamente la memoria y su traslación a través del tiempo: “Escribimos un nombre / en el libro de actas de un barco / y ahora no sabemos / si tiene que ver con un viaje o / con el registro del pasado” (23); “Ya lo dijo el cielo, noviembre es un mes / de definiciones, la tierra no se parte de un día para otro” (5). Ese deambular a través del tiempo (y del espacio) va conformando la siguiente dimensión del paisaje descrito a veces con lirismo (“Como una máquina que hierve / cuando afuera todo es hielo / te pensaste construir de otro mundo / lista para recibir daños”, 4), con ironía (“¿tiene algún contenido sexual la espera?”, 11) o con sincera y fotográfica precisión (“Vos decís que solo / te interesa escribir de lo importante / el dinero, las becas, los precios, otra vez / el dinero. ¿Cómo confiar en la gente / que solo comparte historias de perros”, 6).

El aparente desorden es rizomático y se va desplegando de forma subterránea pasando de lo más íntimo (“Dibujo círculos concéntricos en tu espalda / para formar un remolino que nos lleve / a lo profundo o simplemente para sentir / una inercia estable e infinito”, 12) a la metáfora principal (“Mira esa foto, ¿cuál? / parecemos una enredadera rusa / ¿Qué? Un collage constructivista / de dimensión inesperada”, 9); “no es que las palabras nos exijan / el compromiso de una hoz / y martillo por la mañana”, 16)”.

El paisaje de las antiguas repúblicas socialistas ha sido descrito alguna vez como nuevos edificios que se derrumban, y es precisamente esa la sensación que aportan las referencias espaciales: “si hablo de melancolía / como edificios en demolición / es porque me gustan los restos / de pintura, identifican lo que había” (31). El paisaje emocional es más claro a medida que se avanza: “Últimamente estamos en eso: la observación / los procesos. Vi el puesto quemado” (13); “Durante los últimos once años / fui reacción y corte / me justifiqué en la honestidad / conmigo misma y el mundo /…/ Ahora pienso en otro / está al sur y eso es lejos / ahora es sin metáfora porque antes / hablábamos de nosotros entre ejemplos” (3). Es la primera persona la que articula la observación y la organización de imágenes: “… La alegoría más grande / era el humo sin bombas / una pipa como estandarte / de la concepción del lazo” (10); “Tan romántico y fatal como suena / pensé que podías / armar y desarmar / diptongos, utilizan unidades mínimas / con la ambición de aspirar a / un sistema de signos / tuyo y mío, claro /…/ Estas unidades de sentido / para el resto son mínimas, para nosotros / un pueblo” (Una descripción del hombre para llegar al sol). Más intensa es la conversación con la madre: “Quisiera decirte, no somos tan distintas / las dos pudimos criar y ser criadas” (4).

Ensaladera rusa es, en cierta forma, un juego de diccionario, una manera de partir de una idea alejada y exótica para poder aterrizar aleatoriamente en los lugares donde fijar el poema: “… El desorden / entra el mundo interior / exterior / que nos cuesta nombrar /…/ ¿cómo no nos dimos cuenta? / podríamos haberlo aprovechado / en estos días de sol” (25). Las referencias al maquinismo (soviético o no) permiten despegarse de unos sentimientos que engrasan las imágenes, los sentimientos, la propia esencia de la voz poética: “… Yo quería / ver el ritmo, mi corazón a una máquina / y todo lo que recibí / fue un papel, / un periodo geológico / lo extinguido y su reflejo / la manera más sencilla de viajar en el tiempo” (18). Es el trabajo lo que nos hace humanos, “La tierra es reflejo de estas manos / que moldean lo que pueda / lo que quiera y a veces solo / se hacen cargo” (20).

“Un deseo, un poema con lágrimas

bastante malo pero escrito

a la cumbre de una sierra

donde un doctor dice fríamente

que los deseos no matan / ni hieren” (14)

 

 

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