Poeta, investigadora y traductora. Lleva publicados El plan (2009), Hotel (2011 y 2013), Eléctricos de sombras (2016), El mar (primera edición de 2018) y Decir (2020). La poesía de Victoria Cóccaro tiene a partir de una experiencia sensible no necesariamente virtual sobre la que organizar la palabra poética. Dice al principio, “Escribir es intentar llegar a tiempo al montaje”. La dimensión experiencial corre pareja a la especificidad del tiempo y la memoria en el sentido de modificación, creación y borrado. En el largo poema El mar que inicia la serie encontramos esta reflexión: “El mar se mueve parecido a pensamiento /…/ Escribir es borrar /…/ Una vida duerme / y la experiencia de dolor / no es la de esa vida / que duerme / porque esa vida ya no tiene nombre para ti /…/ escribir es a lo sumo esperar / ver el parecido / entre un cerebro y la copa de un árbol /…/ los nombres como piedras los edificios /…/ El dolor es una capa gelatinosa que nos separa / de ese cuerpo / que duerme / despacio / ¿escuchas?”.
Comienza con un poema muy largo y complejo, con elementos un tanto oníricos para luego pasar a otras composiciones más ajustadas, de longitud variable en las que los equívocos del lenguaje contribuyen a acentuar el carácter descriptivo y reflexivo: “y si vas para ahí te hacen de agua / un metal refleja una forma / que todavía no existe / una esfinge de sal / en una fábrica por derrumbarse” (Esta es esta en este planeta en este momento). Puede aprovechar las posibilidades gráficas, como en los caligramas básicos de Muchas cerraduras viejas.
La capacidad visual arrastra la memoria tanto como ofrece opciones abiertas y radicales: “días atrás tenía / una imagen de lo que se venía / mitad amor / mitad caballo / una visión / de casa que miden igual a otras cosas” (Concéntrate en el presente). La comparación de dichas imágenes causa, más que desasosiego, la incertidumbre de la duda, elemento fundamental para la poesía de Victoria Cóccaro: “Marinero o equilibrista / el mismo gesto uno lanza / para arriba otro despliega / por abajo y permanece” (La red del pescador).
Otro de los elementos es el uso del juego, tanto los caprichos fonéticos de las palabras como las asociaciones elementales: “si entre la endogamia de goma / la goma endomingada / la doma engomada / de los conferencistas / hubiese habido agujeros / o millones de huevos / como túneles de topo / para escapar o al menos / una gruta o aunque sea / un puente que nos haga / recorrer la novedad / pero no hay” (Un campo); “acá Laura señala la contradicción / la luna a las siete de la tarde / por el vidrio del taxi hasta Aeroparque /…/ en el taxi de regreso / se escuchó la palabra cor / te y la palabra fa / ca la palabra aguje/ ro y la palabra alamabra / do” (Ayer en Aeroparque). Para describir el argumento del poema se recurre al catálogo de los sentidos, el sonido, la cualidad táctil, los olores, más que el recurso al razonamiento o a la narración: “pero plásticos / no sé si dejarán ese mismo olor a hierro / que es a sangre también” (Un lugar donde estar).
Es interesante también la atención que se dedica a la actividad poética, escritura y disfrute a la vez: “la pausa entre las estrofas / del que canta en la radio / por cadena nacional / detiene la mañana en mí” (La dificultad). También a la actividad cotidiana que esconde una vida interior como en un bosque del que solo conociéramos los árboles de su linde: “camuflados los paisajes / móviles del correntino / en verdad oficinista / voz grave deprimido / fardo surrealista / podrían camuflarse / verde negro llameante” (Paisaje móviles).
Hay un elemento de choque, de combate en alguno de los versos: “mujeres a la conducción de trenes / decía una pancarta /…/ adentro del vagón entraba / la manifestación entera / mujeres a la conducción de trenes mujeres / enteras en la manifestación” (Mujeres a la conducción de trenes). Y pesa una añoranza de pasados simples, de experiencias concretas sin dejar de mantener un espacio abierto al misterio: “Hay una carta de tarot sobre la playa / y agarrarla es elegirla de este gran mazo que es el mar” (El fin). La relación del pasado con la propia identidad siempre resulta problemática para quien pretende abrir con sinceridad su realidad: “muchas veces una tarda hasta llegar / hasta donde ya estaba hace tiempo / es un avión antes de despegar sin entrar / en la pantalla del radar ahí está /…/ El pasado es tu amigo de visita a las 5 de la tarde / después de haber estudiado en la cocina el espesor del aluminio” (El río).
“… En la foto,
detenida, no se sabe quién o qué
hace la fuerza. Cajas chinas
de escenografía y personajes: son tan dependientes uno al otro
es imposible que se mezclen en toda posición” (El río)
No hay comentarios:
Publicar un comentario