Aprovechando la nueva edición de Antolejía también en Liliputienses, no está de más detenerse en esta elegante plaquette en la que pasa revista a lo que serían sus instrucciones sobre el funeral: “no pude decidir en mi bautizo / ni en mi comunión / tampoco me casé / quiero controlar el cotarro / por una vez”. Palabras directas, exigencias serias, “no quiero a nadie entero”; “no quiero chistes o chascarrillos” conviven con un sentido del humor que deberíamos clasificar como negro, provocador: “quemadme pero antes / que alguien abra la tapa y se asegure / de que sigo bien muerta / que grite viva el Betis / siempre fui manquepierda / o me pellizque una teta / no sé / que me cante una de Enrique Iglesias / si no me levanto y le arreo un sopapo / pueden proceder a mi cremación”.
Cualquiera que piense un poco sabrá que la vida tras la muerte, como la utopía de los filósofos y las canciones, no es sino otra manera de contar la realidad, de mirar de frente al mundo y señalar y denunciar: “no me metáis en urnas ni agujeros / que yo vivo en uno y no / yo quiero tener aunque sea en la otra vida / un espacio infinito”.
Dolorosamente personal, intransferiblemente común a todos los que ya sabemos que pasaremos, “como si la oscuridad que acaba de tragarme / no continuase hambrienta”.
Dosis de lucidez y mucha poesía que, yo, al menos yo, necesito.
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