La memoria colectiva es un concepto frágil, incómodo. Le pasa un poco como a lo de la opinión pública, que acaba significando un consenso más o menos conseguido entre los articulistas, tertulianos y editoriales de los principales medios de comunicación. Solemos referirnos a la memoria colectiva como una especie de marca sentimental sobre ciertos acontecimientos bien traumáticos, bien festivos que marcan, de alguna forma, el corazón de los conciudadanos, al menos de bastantes de los que conozcamos.
Maurice Halbwachs lanzó un concepto novedoso de memoria colectiva dentro de una reflexión sociológica sobre lo que él denominó marcos sociales de la memoria. Cada recuerdo particular está integrado, ¿qué duda cabe?, en un momento sociohistórico que puede vincularse a él o no, pero que siempre condiciona el valor que pueda tener al margen de la significación personal e intransferible del recuerdo en sí. Tenemos que reconocer que una foto de la niñez de nuestros abuelos pertenece a un imaginario especial que puede ser encuadrado precisamente por las convenciones –sociales y técnicas– de la fotografía. El posado ha evolucionado de manera muy evidente y un espectador entrenado puede deducir el momento de una instantánea por la postura corporal de sus personajes.
La fotografía por sí misma tiene ya un volumen denso de estudios sociológicos, desde los clásicos trabajos de Freund, Bourdieu o Susan Sontag. Todos ellos dirigen su análisis enriqueciendo la lectura de las imágenes, su contexto y su significado, tanto o más que la impresión que nos suscita la visión. Walter Benjamin acuñó el controvertido concepto de aura, el prestigio de la lejanía, que, coincidiendo con los augurios de Adorno, acabarían durante la producción industrial de los productos en general, y de la fotografía en particular. Esta advertencia debe tomarse con precaución pues hemos comprobado que los objetos fabricados en serie pueden ser también dotados de aura, no solo porque Warhol tomara un bote de detergente para hacer de él un objet d’art, sino porque las marcas en sí mismas se han esforzado en fabricar un aura con el mismo empeño que en la fabricación del producto en sí. Para muchos mitómanos la portada original de un disco ya posee un aura, a pesar de que se vendieran cientos de miles de copias. Es el paso consecuente de las tiradas de grabados en las que cada una de las hojas se considera un original.
Uno de los aspectos fundamentales en el estudio sociológico de la fotografía debe abarcar su distribución y consumo. Se pueden diferenciar, indudablemente, los soportes puesto que ellos determinan la manera en la que pueden ser observadas y disfrutadas. Los soportes digitales aportan una inmediatez entre el disparo y la visión mientras que los soportes basados en el papel fotográficos solían tener un tiempo de espera relacionado con el revelado, normalmente, también, encargado a un agente externo. La inmediatez para compartir archivos digitales a través de servicios de mensajería y las redes sociales permite el consumo de imágenes a escala masiva. Instagram se basa casi exclusivamente en las imágenes. Hasta hace no mucho, la publicación de imágenes comportaba unos gastos, no solo económicos. Además del desembolso a la hora de comprar la publicación, implica una infraestructura específica, exposiciones, libros, revistas… Esta fase de la distribución, consumo y almacenamiento ha cambiado radicalmente. Simplemente con un teléfono móvil con conexión a internet pueden recopilarse millones de fotos, en el dispositivo, en la cámara o en las redes sociales. Listas para ser consumidas y valoradas.
La nostalgia en las redes sociales se concreta en muchísimas publicaciones relacionadas con objetos y recuerdos y se organizan grupos para compartir fotografías antiguas de las distintas localidades. La labor de sus administradores y de sus integrantes es encomiable. Están sacando a la luz una cantidad ingente de material que podría perderse si siguieran en manos particulares. La digitalización de estos materiales se está haciendo de manera individual y altruista, sin protección pública. Es cierto que a veces se hace de manera poco profesional, sin acreditar y con poca calidad. Aun así tenemos a nuestra disposición un archivo enorme.
La recuperación de estas imágenes ayuda a la conservación de un patrimonio y a poner en común una memoria colectiva. La significación de estas fotografías está evidenciada en los comentarios, que, por su parte, ayudan identificando los personajes y las fechas. Es una labor masiva de individuos concretos que bucean en estos fondos para sacar a la luz un pasado particular que se convierte en un marco general para la memoria colectiva.
Cuando se descubrió la célebre maleta de negativos de Robert Capa que se creía perdida después de la Guerra Civil, todos pudimos asistir a la revelación de un secreto, a la ceremonia de una fuente histórica de primer orden que, además, estaba dotada de una sensibilidad estética y un compromiso que pesaban tanto como los documentos en sí. Poco a poco todos estos administradores de grupos, todos los colaboradores y todos los que comparten y comentan ayudan a que maletas de negativos desconocidos se vayan perdiendo.
Gracias a estas colecciones se tiene material para documentar los cambios urbanísticos. Las costumbres. Hay fotografías temáticas de futbolistas, maestros, de paisajes, monumentos. Hay documentos gráficos muy valiosos en sí mismos porque ofrecen vistas de procesos de cambios urbanísticos justo en el momento en el que se produjeron. Ayudan a poner caras a los rostros que tenemos asociados a una infancia que quizás no fuera la nuestra, sino la de nuestros ancestros.
A veces estos fondos documentales gráficos sirven para una publicación en papel. Una publicación convencional que luego tiene que ser puesta a disposición del público por los canales habituales y que exigen un desembolso de los particulares y, normalmente, de algún tipo de institución, como los ayuntamientos o las extintas Cajas de Ahorros. Mientras tanto, agradezcamos la labor de subir a las redes las fotografías de un tiempo pasado, ese que conforma la memoria y la identidad, en el que nos sentimos a la vez, cómodos y extraños, dentro y fuera, curiosos y protagonistas.
Son materiales históricos, antropológicos dignos de un celo mayor por parte de las autoridades. Tampoco conviene olvidar que todos esos materiales pertenecen a las redes que usamos para compartirlos. Y que, además, todo lo que subamos ahora de nuestra realidad cotidiana no contará con esos celosos guardianes que rebuscan en cajas de lata, escanean y comparten. Todo estará ahí arriba, en los novísimos soportes que dependen de la tecnología para ser contemplados. Para la fotografía convencional en papel un poco de luz era suficiente. El cierre de la popular aplicación Tuenti hace unos años supuso un pequeño terremoto para las memorias de muchos adolescentes y jóvenes, ahora no tanto, que perdieron sus recuerdos por el descuido de no almacenarlos en otros soportes. Quizá sean los archiveros quienes son más conscientes de la dificultad para conservar unos documentos que dependen tanto de la tecnología, efímera cada vez más, incompatible entre equipos, demasiado popular como para ser tenida en consideración seria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario