Desde Guadalajara (México), Mónica Hernández, licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara, ha publicado textos en fanzines, revistas y nos advierte que “le gusta caminar sin rumbo y tomar fotos de naranjas en la calle para postearlas”. Hematoma es el intento de abordaje de la herida que no termina de sangrar, del daño infringido que, en cierta forma madura y se diluye. Un poemario donde la dureza se comparte de una manera secreta: “El mejor swing de mi vida / es un secreto compartido / con unas reses que se dirigen al matadero” (El terreno cercado). Los distintos personajes que se van incorporando pueden provenir del universo particular que alcanza la cotidianeidad (“Tom se acerca a la ventana / y es contento /…/ No conoce lo que significa una zona de burdel sentimental, / ni que su madre vende vómito / para quedarse más vacía”, Tom se acerca a la ventana y es feliz) y, con la misma fuerza, los que habitan las páginas de autores de cabecera: “La vida es / como los cuentos de Raymond Carver / me dijiste // amarillos // como la pareja que / vi cruzando Chapultepec” (Y las rosas se quedarán frías).
Mónica Hernández incluye, de diferentes formas pequeños collages de distintas tipologías textuales, fotografías, definiciones, enumeraciones… en un continuo poético sacudido por la emoción que se expresan entre las páginas: “Soy el silencio / Entre las larvas de la risa” (El mundo.r.e.l.u.c.i.e.n.t.e, resiste); “Sin embargo, / tengo 1) The love song of J. Alfred Prufock en Youtube / 2) Vídeos modo karaoke / 3) una película triste / y chicle rosa en mis oxford / hierba como hormigas”. La radical contemporaneidad tiene que emerger de los objetos y lo que éstos simbolizan: “Mientras tanto, me pregunto / qué hace un cuello de botella / rodando por la calle. // rompiéndose con el tráfico” (Bye Mamá); “Hay barbies que caminan / Rechinan sus coyunturas / Van al tren / Sobre tacones rosas / como en la esquina / Lleva sus vientres relucientes / Deseables por intocables”. Juega con las citas, a veces de manera explícita, otras de manera algo más subrepticia, de autores anglosajones como T.S Eliot o Gertrude Stein: “No quiero crear algo. // Dejar en escombros / algo hermoso / como la ilusión de una novia / al escoger su vestido blando // deshilachar dos besos al aire / cuando tomo el tren/…/ Se crean tantas cosas bellas a diario / que yo solo quiero destruir algo hermoso. // Matarlo” (I feel like destroying somethin beautiful). Incluso adopta el estilo de esta última en algún momento, como en Untitled.
Se incorporan experiencias novísimas –en sentido que el historiador y archivista Romero Tallafigo le da al término referido a los soportes que requieren de dispositivos electrónicos–: “Es una pantalla, tontos. Ni siquiera existen / Pruebas por la puerta. // No quiero estar ahí. // Sigo scrolleando. / Hay películas reproduciéndose / en las ventanas. / Aumentan exponencialmente / y ya no me hacen llorar” [Scrolling (V2)]. Mientras, se contraponen los acostumbrados modos de interacción con la naturaleza y los objetos igual un árbol físico o la arcaica quiromancia: “Los hombres débiles crean tiempos inmensurables / entre el segundo atónico de un / espectacular visto / sobre la copa de un árbol” [La vida no es las líneas de mi mano (VII)].
En una serie de poemas se embarca en lo onírico como una expedición a la búsqueda de respuestas mientras se hace frente a la vida y sus desafíos: “Una raya de coca sobre las cajas cristal / desempacadas. / Y déjame masticar el / chicle gel / de tu pelo” (Tierra de azulejos). Dentro de la niebla del sueño cabe la perplejidad ante lo cotidiano, todo se va fundiendo en un magma carente de significado explícito que interpela e incomoda: “Nunca he entendido el mecanismo / con el que crear las uñas /…/ No creo que alguna vez observe el momento exacto / en el que una cana germina en mi cabeza / y llena de pigmento una baldosa” (Estación Mezquitán); “Colecciono olores / y recuerdos de recuerdos de recuerdos / con una leve / variación /…/ No importa, / la grieta se ensancha / todavía rosa de chicle” (Chicle rosa, hierba y hormigas); “Soñé // alguien más tiene que limpiar mi // secreto. / Mi corazón / late con mierda / mierda en las venas / mierda creciendo como las uñas” (Secreciones). Todas estas sensaciones transmiten una sensación de irrealidad e incomprensión contra la que clama la voz poética explícita en los poemas. Si por un lado, refleja la conciencia de extrañeza frente al comportamiento de los demás (“Seré la única de mis amigas / que querrá ir a la reunión / de generación / en el colegio”), es mucho más dolorosa la constatación de que es ignorada en su herida: Tengo una infección en el ombligo / desde los 11 años / y nadie me cree. / Una vez fui al doctor. / Es el agua estancada /…/ En ese mar / de piel, hay una grieta”.
“naciste de mis ácidos
de mi muerte
de mi sepultura vaporosa entre las sábanas
con olor a luz primera
Yo solo quiero dormir
como las gotas que se deslizan
en la ventana
y mutilan el amanecer
en un mayate verde” (Una mañana tranqui)
En Hematoma se coquetea con la utilización del cuerpo como metáfora, sin llegar a la violenta representación que el cine de Cronenberg, pero con la misma intensidad lírica: “Desde aquí tus órganos son soles que brillan de calor / como testículos pendiendo del tallo: / flor que se dora con la psicodelia nocturna” (El anillo del Capitán Beto). Esa es quizás la razón de ser de este artefacto poético. Una serie de experiencias difícilmente asumibles desde la razón pero enraizadas, corporeizadas, encarnadas como parte de la biología interna, siempre más elocuente que el logos cerebral.
“Casi todos los perros callejeros caminen firmes y veloces,
sobre una línea sin rumbo.
No comprendo
y me imagino que su barullo cerebral tiene forma de esfera
y es brillante, como el musgo” (Medio)
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