Laura Rodríguez Díaz nació en Sevilla 1998. Edita la revista Caracol nocturno. Ha participado en la antología Cuando deje de llover. 50 poéticas recién cortadas (2021)y cuenta con una plaquette bilingüe Insularidad/insularitia (2021). San Lázaro, publicada por la editorial cordobesa Cántico, es su estreno en el gran formato. Este es un libro complejo, lleno de arriesgadas decisiones expresivas, para tratar el tema de la enfermedad y su curación: “tiene que ser humana esta sorpresa / ante la putrefacción de las tripas /…/ pero me contradigo por miedo” (I). Laura Rodríguez recurre a frases inconexas, ausencia de signos de puntuación, juegos con la ortografía (“henferma”), notas a pie de página, intertextualidad, aprovechando las posibilidades textuales que la página en blanco permite: “a veces no termino las frases” (II).
Los poemas, sin título, van recorriendo el camino de la enfermedad: “en mi infancia el corticoide del hogar / mesalazina adulescente/ tal vez en el futuro el 75% porque tarde o temprano” (II); “tres bolsas frías cada dos meses / viajes lentos y continuos / de sustancias medicamentosas / intravenosamente llegan las yemas / libres de patógenos / hasta los intestinos” (III). El sufrimiento y el dolor, tanto como los tratamientos y medicinas llevan a un extrañamiento cierto del propio cuerpo: “Si la suma de ausencias / es una fuga / cómo nombrar el error palpitante / metro tras metro / de la extensión compacta de existencias / solo es posible a través del poema / sinónimo del fracaso” (IV). Es la parte más expresiva de este valiente propuesta: “Dr. Fedriani quiero la pureza encarnada / en sangre + barro+ otras viscosidades / sobre el epitelio afuera / dentro”.
Va reflexionando sobre la enfermedad y la resurrección, y de la dificultad para verbalizarla, para uno mismo y para comunicar el dolor y las sensaciones que la acompañan: “con la boca espesa / de pura im im imposilidad”; “La resignificación es la única forma / de significación / hablar o incomunicar Paul Grice / siempre decir otra cosa” (VI); “antes de las ceremonias absurdas del lino / la corporalidad sexual como agua / o el deseo de hundir el cuchillo / en el estómago / no se celebra el discurso / pero se agitan los movimientos prelingüísticos”. Los estómagos de Luna Miguel puede ser un antecedente válido en este sentido.
Otra de las aristas que presenta Laura Rodríguez es la exigencia, digámoslo así, de resistir de manera sobrehumana: “mesiánicos han venido a decirme / Lázaro levántate ya / con la moral heroizante como pan”. Una injerencia en el sujeto que se convierte en objeto de la ciencia médica y que cede la voluntad a los profesionales. Por eso clama: “este cuerpo solo este cuerpo / rompiéndose / soy yo”; “es decir y quiero decir y no sé decir / y / quisieron cantar / ladrando / (XIX). La voz que se alza es la voz poética: “y será cuerpo manifestándose / y diremos poemas” (XX); “la carne puebla el dolor / inventándolo” (XXII); “ya sé nada pasa nada está pasando / y lo nombramos” (XXIII).
Los poemas de la segunda mitad del libro siguen indagando en los actos médicos: “para que todo abdomen se abra en / dos orillas de amapolas / rojo satén al sol / y se entregue lentamente vertiginoso / no un almo // lo repetimos callados / sin memoria / amor amor amor” (XXV); “nacer / 13. tr. abrir lugar ausente / y / caer / adónde / desde la tierra” (XXVIII). Frente al cuerpo como objeto se contrapone la necesidad de decir como sujeto, con todos los riesgos: “si me escribo me dinamito / en tantos como ojos / materia carne / materia lengua” (XXIX); “ya soy un perro / en llamas” (XXXIII). Una sensación de falta de control tal como los niños ante un mundo que apenas comprenden: “en tierra / infantilmente / señalan el asombro / en silencio / cómo / si no // la palabra en el folio / la palabra palabra” (XXXI); “rabiosa de fe siempre vuelvo / a colgar las tripas sobre / la puerta de mi casa / nunca he cambiado de opinión / vamos entrando / solo he compartido solamente / todos los que soy en lucha” (XXXV).
Por último están las referencias a lo trascendente: “en esta ciudad todos / los hospitales tienen / el nombre de dios” (XXXVI); “vacío imaginado por los henfermos / que esperan a su puerta / la existencia de dios” (XXXVIII). Aunque se tengan otros referentes culturales: “La casa de Sant Lazaro / fue una torre militar andalusí” (XXXIX).
“al igual que el poema oculta para revelar
la enfermedad cubre determinadas zonas del cuerpo
/…/
para hacernos afirmar febriles
llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir
porque solo soy carne porque sorprendentemente soy carne
el alma es la conciencia del cuerpo propio” (XL)
Este es un libro muy arriesgado desde el punto de vista formal y desde el compromiso personal, bordeando lo que sería una poesía confesional en sentido más convencional. El que se recurra al personaje bíblico va más allá de las consideraciones religiosas, es el símbolo sobre el que se articulan las diferentes caras de este poemario: “Lázaro ven fuera / mira esta sorpresa humana ante la vida” (XL).
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