domingo, 3 de abril de 2022

Ideología y utopía, bicicletas y candados (contestación a Jesús Cotta)

No sé qué me ha descuadrado más en el artículo de mi admirado poeta Jesús Cotta. No es que carezca de razón en sus argumentos, sino que encuentro algunas contradicciones y otras elusiones llamativas. Por ejemplo, comienza señalando que las ideologías “dominiantes adolecen de pensamiento utópico”. Las dominantes y las no dominantes, la ideología por definición señala una realidad de la que eliminan los elementos que no cuadran con su “ideal”, se sitúan literalmente fuera de lugar. Por decirlo en palabras del gran sociólogo Karl Mannheim, “toda afirmación es ideológica, incluida esta”.

Las “ideologías dominantes” según Jesús Cotta son “Ecologismo, feminismo, nacionalismo, indigenismo, progresismo, marxismo, anarquismo, animalismo…”. Realmente me sorprende que el anarquismo, por ejemplo, sea una ideología “dominante”, o que el ecologismo y el animalismo sean hegemónicas en un mundo en el que el cambio climático está producido, en una parte sustanciosa, por los residuos de la cría de ganado para el consumo. Y que el ecologismo sea, como mucho, un barniz para vender más. También me asombra que al marxismo, que no se aplica ni siquiera en Cuba o Corea del Norte, pueda aplicársele el adjetivo “dominante”. Viendo los rasgos faciales de los líderes de Iberoamérica tampoco parece que el indigenismo esté ganando la partida. Pero, en fin, lo mismo es que estoy yo empecinado en ver que es el liberalismo la ideología hegemónica, que se cuela hasta en los currículos escolares bajo la capa de la cultura emprendedora.

También me gustaría saber en qué medida cualquiera de estas ideologías propugna el fin de la testosterona o que se engendren solo los sanos. La caricatura tiene su gracia, pero es difícil seguir un razonamiento. He de confesar que el final de las fronteras no me parece mala idea y que la propiedad privada nos está dando muchos disgustos. He de confesar también que no revuelva la conciencia de personas de buen corazón la discriminación que sufren las personas que en su propio país no pueden alcanzar cargos públicos.

Ya le hice notar a Jesús Cotta, que no había incluido el conservadurismo o el liberalismo como ideologías. Porque también suponen una manera particular de ver el mundo, una manera deformada. Para el conservador el hombre es malo por naturaleza, roba bicicletas, por ejemplo, y solo atenderá a un poder cruel que atemorice a los súbditos. El conservador suspira porque se mantengan unas costumbres  y unos valores en un mundo en constante cambio. Eso suena muy poco práctico. ¿Y qué decir del liberalismo? Identificar la propiedad privada con la naturaleza humana, y que la competencia entre los seres humanos sea la esencia de estos es mucho suponer. Soy consciente de que no voy a hacer cambiar de tendencia ideológica a nadie, pero creo que es bastante sensato aceptar que también son ideologías con alto grado de utopismo. Por ejemplo, los liberales piensan que todo se solucionará cuando el Estado deje de intervenir en economía y se libren los ciudadanos de los impuestos. Sabemos que hay muchos fallos en el mercado y que es necesaria la regulación en sectores clave. Ojalá no hicieran falta policías, dicen los liberales, porque así no tendríamos que pagar impuestos para sus sueldos.

La diferencia entre unas ideologías y otras, que pueden ser utópicas ambas en el mismo nivel, no reside en la practicidad de sus propuestas, sino en las limitaciones que tienen a la hora de definir la propia realidad y la propia practicidad. Para cada ideología, incluso para cada persona, las soluciones son factibles en la medida que recogen la naturaleza humana, pero mucho me temo que esta es difícilmente definible. Unos dirán que es consustancial en el hombre la búsqueda del conocimiento y otros apostarán por la búsqueda de la riqueza, la fama o el poder y cualquier intento de cambiar eso es una utopía ilusa.

Jesús Cotta pone un ejemplo elocuente: “El pensamiento práctico quiere, por ejemplo, ponerle un candado a la bici para que no la roben, y el utópico quiere que no haya ladrones y que todos tengan bicis y así ya no habrá necesidad de tener candados”. He de decir que me gustaría que no hubiera ladrones, que todos tuviéramos bicis en la medida que cada uno lo desease. Pero no es así, incluso se roban bicicletas con candados. De hecho se roba muchísimo, por muchas medidas “prácticas” se tomen. La única manera de evitar los robos es que la gente, es decir, cada persona no robe. Y no es una utopía. La mayor parte de las personas no robamos ni aunque los objetos carezcan de candados.

Los conservadores se lamentan de que se hayan perdido los tiempos en los que se dejaban las puertas abiertas y nadie robara. Me cuenta mi hija que en Noruega hay muchos barrios en los que las puertas no se cierran con llave. Todos hemos experimentado el alivio de olvidar un objeto y volver con todo el miedo de que alguien se lo hubiera llevado y llevarnos la sorpresa de que estaba allí, o que alguien lo estaba recogiendo esperando nuestra vuelta. Creo, además, que todos educamos a nuestros hijos y a nuestras hijas para que eso sea así. Queremos que sean honestos y no se aprovechen de los demás. No sé si eso me hace estar entre los prácticos o en los utópicos.

Luchar porque las injusticias del mundo se reduzcan cada vez más es una tarea encomiable. Lo que no es obstáculo para reconocer cuando las cosas van relativamente mejor o peor. Los que hemos pasado nuestra juventud estudiando historia sabemos que han existido épocas con mayor índice de criminalidad, otras más tranquilas y que los factores sociales y culturales influyen. Las soluciones a los problemas de una sociedad son siempre complejos y si alguien los simplifica no tiene que ver con las ideas en las que se maneja, sino en el tipo de persona que puede ser más intransigente o no. Uno puede pensar que no se es suficientemente religioso y terminar azotando a quienes no comparten la manera en que se debe vivir la relación con la divinidad. Y sabemos de religiones distintas que acaban de esta trágica manera. Llamando dios a su manera o advirtiendo que no tiene nombre. ¿Es culpa de la divinidad o de  quienes se erigen en sus defensores? ¿Son las ideas o los gobernantes? ¿Savonarola o Dios? ¿Jomeini o Alá?

Y, sí efectivamente, Mao culpó a los gorriones de las malas cosechas, quizás simplemente haya que utilizar plantas genéticamente modificadas o insecticidas capitalistas, pero la naturaleza humana no está definida a partir de la maternidad, el dimorfismo sexual o una “universal preferencia por la carne, la competitividad, los afectos familiares, el deseo de propiedad, la espiritualidad”. La carne no ha sido la preferencia de los humanos en todas las sociedades, como bien sabía Levi Strauss; ni todas las sociedades son competitivas, lo sabemos cuando comparamos las sociedades tradicionales con las capitalistas, que son, efectivamente, las que toman por naturales la competitividad o la propiedad. ¿Cuántos siglos han pasado sin que las personas se comporten como compradores compulsivos? Ni siquiera la espiritualidad es un universal humano, máxime cuando las maneras de entender la espiritualidad son tan, tan diferentes que hay quienes piensan que pueden entrar en contradicción con el consumo de carne, los afectos familiares, la competitividad o la propiedad. No hay que irse muy lejos, cualquier comunidad cartuja reza y trabaja sin afectos familiares, sin propiedades y sin competitividad. Y, durante la cuaresma, sin carne.

 

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