Proyecto de interiorismo es un debut sorprendente. Se ha alzado con el Premio Alegría 2021 del Ayuntamiento de Santander y el jurado ha destacado “la perfecta sincronía entre realidad e imaginación, a partir de la construcción de un discurso poético introspectivo, coherente y magníficamente estructurado, al servicio del desvelamiento de la intimidad del autor”. Su autor, José María Higuera es tallista ornamental, cordobés, y este es su primera obra publicada ya pasados los 50 años. La madurez se advierte no solo en el manejo técnico del verso, sino sobre todo en el enfoque, que parte de un concepto, ese proyecto de interiorismo, que ordena y da sentido a los poemas que, de esta forma, suman más que tomados de uno en uno.
Con la misma sensibilidad con la que talla, José María Higueras analiza y traslada los detalles al verso, goza, además, de un repertorio de referencias tan amplio que comienza con una cita de la película Her de Spike Jonze y, seguidamente otra de Rilke. Tampoco debe extrañarnos el cambio de actividad, que, por otra parte, es más habitual de lo que parece entre los poetas. Margarit era arquitecto, y José María Jurado, con quien comparte no pocos puntos en común, ingeniero de telecomunicaciones.
Consolidación de estructuras es el título de la primera parte y en ella encontramos poemas en los que se hace referencia a los elementos estructurales de un edificio bien tomados como símbolo de la vida y la existencia: “Una grieta se extiende sobre el muro, / nada te dice y todo lo insinúa. /…/ Divide la pared en dos mitades / una perfecta imperfección / que sublime dibuja su ruptura, / se nos muestra y nos quiere decir algo” (La grieta de Orive); “La puerta entreabierta / nos invitaba al óxido y al mundo. / Asirte por respeto a su derribo. / Me percibe muy cerca de ser hierro, /…/ Huelo lo que nos queda de esos año, / los restos que agarradas a la verja / reclaman en sus huesos / morir con elegancia” (La verja).
José María Higuera es de verso claro, de gran musicalidad y se aleja del barroquismo y el culteranismo de tradición. Hay poemas en los que la sencillez aporta una expresividad profunda: “Tráeme, si es posible, / la forma de sentir de las abejas, / repose en mi esqueleto su cordura / y repara mi casa con restos del panal. / Pon algo de miel, / solo por si acaso” (Las abejas). Hay momentos para el lirismo (“El universo entero conspira en los pupilas, / te inocula lo efímero y no creas / que seamos linaje de su estirpe”, Polvo de estrellas) y para la observación casi antropológica (“Me siento seducido por los límites, / los sitios donde empiezan y acaban las botellas, / donde se descomponen las ciudades la vida”, Principios y finales).
Una vez terminada la construcción llega la elección de colores, la Gama cromática. Los poemas que lo integran tienen como nexo un color, aunque, decididamente cada uno de ellos aborda una temática diferente, aunque el memento mori subyace en gran parte de ellos: “y seguirás brotando y yo habré muerto / en cada corte al bien, en cada poder. / Tal es tu facultad: / conoce que trasciendes a mis ojos, / y lo haces sin quererlo” (Bonsai, verde);“Todas las amapolas son la misma / todas las flores forman una sola / muriéndose de joven como yo” (El color de las amapolas). El poeta se transforma, un poco como Walt Whitman: “Aunque parece fácil ser un árbol, / ahora sé que no lo soy: / En secreto procuro los océanos” (Índigo). Y a veces llega a temáticas más comprometidas como en la denuncia de Rojo Mengele: “Jugar a ser Dios me vino impuesto. / Fue el tiempo quien seleccionó la raza / y enmendó sus errores”.
Los Espacios interiores hablan de momentos cotidianos y de alguna forma, de la identidad, de lo que uno aspira y desde donde parte: “Después esos extraños de charol / (como el día que se murió el abuelo) / robándole de golpe la inocencia” (Los zapatos); “Todos los hombres son y es uno solo: un preciso ser, pupilas llorando / un mar al mar adentro, / manchando el infinito de belleza” (El hombre agua). José María Higueras apunta con trazo firme las imágenes con la tristeza y la lucidez de quien mira la vida con distancia: “Si observamos los restos de la alquimia / que nada es el fondo de los ojos / como quien analiza en posos de café / la química ancestral del equilibrio, / podremos escribir un epitafio” (Los ojos del alquimista). Hay momentos de intensidad dramática: “Olía a recién hecho y a su madre: / solo ansiaba el abrazo / donde morir de joven o de eterno” (Método catárquico); “No serás tú. Podrás sentirte solo / deshaciéndote azúcar en el ego / –te estarán disolviendo el corazón–” (El mito y los espejos); “escribir un poema por tu vientre / –eso es lo que propongo–. / Sanar el mundo entero, por si acaso” (Arañazos y versos). Y hay momentos en los que el tono confesional se vuelve existencialista: “Seguro que la vida trata de eso: / de arder de vez en cuando, / que la muerte te arropa, al menos, a la sombra, / que la ceniza selle con dignidad de beso / cada labio con cada despedida” (Tocar el infierno con la lengua).
“Érase que era un dios.
Pecaba de demencia, quizás de inexistente,
de improvisar en toda partitura.
/…/
Y sigue ahí, jugando al universo,
usando de alimento para buitres
despojos del escroto de los ángeles.
Mientras mastica dudas,
recorren nuestras venas
su viva imagen y su semejante” (El sexo de los ángeles)
Sótanos, desvanes y trasteros es el último epígrafe, los momentos que describen lo que podría ser accesorio, las contingencias: “Descubrí la verdad de la mentira. / Desenredé los mapas de lo extinto. Asumí / que todo cálculo se desvanece” (La cruz de los contrarios). El poema se vuelve doliente: “Teníamos gastada la esperanza, las manos / atadas la lengua y olor a clozapina. / En la sala de espera del infierno estaba / el último lugar habitable. /…/ un ser que se parece en demasía a mí / descifrando las voces de un sin nombre / algo nocturno. Un dios desubicado” (La sola risa de los locos). Esta última sección se tiñe de oscuridad, de sentido de un final, de desarraigo vital. Hay algo propio del hombre en concreto y del ser humano en su esencia cuando dice que “En las últimas flores temblaba el universo” (Un mundo feliz). O en un homenaje a ese gran pensador sobre Dios que era el ateo Luis Buñuel: “Hay parte de verdad en cada sesgo / y una tristeza negra de epitafio / que recubre los retos del banquete / que se pudre y nos nombra” (Buñuelos de paleta). Y con lenguaje casi místico, remata el poemario:
“Te llamaré manzanas aunque tu nombre
se pronuncia Eva, Inés, Ana, Poema…
/…/
Resides más allá de cualquier cosa,
define lo infinito es tu postura,
sabes cómo jamás nos supo el paraíso” (Manzanas)
Un singular debut de gran altura lírica que nos hace esperar el siguiente título de José María Higuera, un poeta que sabe conjugar con maestría la tradición –religiosa y poética– con una mirada serena y profunda, introspectiva y atenta a la condición humana, de intensidad meditativa, bien construido y con poemas que bien valen su lectura independiente.
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