Edición en España del último poemario publicado en vida del mexicano Ángel Ortuño. Natural de Guadalajara, México, poeta, ensayista, profesor de escritura creativa, falleció el pasado año. Entre sus obras están Las bodas químicas (1994), Siam (2001), Aleta dorsal (2003), Minoica (2008), Boa (2009), Mecanismos discretos (2011), Perlesía (2012), 1331 (2013), Seamos buenos animales (2014), El amor a los santos (2015), Turbogirl (2015), Cola goza de Cancún. Combate el frío (2016), Muñecos infernales (2016), Tu conducta infantil ya comienza a cansarnos (2017), Gas lacrimógeno y otras cosas que no son poemas (2018). La edad de oro se publicó inicialmente en2020 y acaba de salir el póstumo Circo de tres pistas (Cartonera del Escorpión Azul y La Rueda Cartonera, 2022).
Podremos encontrar en este volumen apuntes líricos, observaciones, viñetas porque “Según los vientos de la traducción y la fortuna favorecieran al poema” (La edad de oro). Asumimos las palabras del autor: “El proyecto consiste en tomar nota / de todos los letreros / que el autor pueda ver en puestos de comida o tiendas de abarrotes. / Luego, los usará como título para breves / composiciones vagamente melódicas /…/ El dinero obtenido se empleará en el sostenimiento de un asilo para frases célebres” (Las maldiciones en este negocio son bendiciones). Jugando, ignorando, sobrellevando las reglas tradicionales del verso porque “Eso es métrica, tonto, y no poesía, ¿sabes? / Responde un niño, me muerde y se / va” (Cuando el camión se pasa un tope sin siquiera frenar y todos somos vapuleados, mi voz se alza dentro del concierto del sentir nacional). En los primeros poemas ya tenemos una declaración de intenciones, casi un manifiesto: “Yo hago / garabatos horribles. Pero como nunca / supe dibujar // los escribo” (Hay otras cosas). Los temas, pues, “Es domingo. Mi gato / mira al sol” (Para no hacer promoción a nada de lo muy torpemente afirmado en este poema pondremos en su lugar imágenes de gatitos). La vida en estos versos.
Juega Ángel Ortuño con una ironía y lo lúdico sirve como catarsis mientras nos recuperamos de la primera parte del poema: “Tengo el firme propósito de escribir un poema / con todas esas frases que suenan a vecino / teniendo la razón porque sabe / cómo funciona el mundo / (aunque no, por lo visto, / el control del volumen de su radio)” (Lo más característico del lenguaje humano es la posibilidad de contar historias). La libertad absoluta a la hora de plantear los argumentos, una especie de fábula casi cortaziana (“Para desobedecer / a sus mayores // se convirtió en araña. // Vive en una pecera de agua turbia / donde nunca la ves / porque está a tus espaldas”, Fabulilla); o consejos valiosos para la vida (“Algo de fotogenia había / también, / que no es que ayude / a redimir el mundo pero hace / menos aburrido el camino”, La verdadera vida de la persona que más admiras; “Si dejas de llorar, tal vez escuches / que aquí estamos pensando / que cambió de opinión respecto a ti”, El señor es sutil, pero no es malo).
La mirada escéptica se cuela cuando se enfoca en las personas: “Son tantas las personas que se encuentran / en poemas de amor / que uno supone: ah! Cuando ya están / desnudas / corren a la papelería / a comprar sus libretas. / Luego escriben / todito / para que les dé envidia a quienes leen” (Amor condusse noi ad una norte). También la utiliza a modo de metapoesía: “Usó / la brevedad / para vestir a la poesía / confesional / de / epigrama” (A primera vista poco simpático, hipocondríaco, acomplejado y narcisista); “¿Ves eso / que está ahí? / Es / el lirismo. / Lo vistieron de azul pero se puso malo. / Luego algunas personas / sin entrañas / le dieron jarabe con un tenedor / lo sacaron / a paseo! // Pero, ya lo verás, quedará como nuevo: todo es cuestión de, ay, / quemar unos huesitos / y volver al / decoro” (Un ejemplo de la nueva poesía transatlántica); “La fecha / en los poemas / es / de caducidad” (Se resuelven misterios a domicilio); “Cuando digo que hago / versos / me refiero / a que leo hasta que algo / me hace / reír / mucho / y luego lo voy cortando en pedacitos. /…/ Hay quienes hacen mucho por el arte y por la humanidad. / Los veo / mientras lloro de alegría. No entiendo / sus versos pero creo / que si pudiera entrar a sus casas / me simpatizarían profundamente” (Un cúmulo de objetos que en su torpe literalidad pretenden ser metáforas). La inspiración, la espiritualidad en el arte son objeto de esa mirada juguetona y desencantada: “La superioridad del arte / ahora / es que uno puede ser / un tipo / despreciable y el arte / malo” (No hemos perdido nada).
De hecho, es uno de los elementos clave en este poemario, la forma en la que Ángel Ortuño desmonta la poesía: “Este no es / un poema en clave” (Los peces de colores); “Ten cuidado si el poema te / tutea. /…/ Esas confianzas no / son de poemas educadas” (Gas lacrimógeno); “Este poema / está lleno de referencias sutiles que solo son / obvios / para la gente maleducada que cree / estarse luciendo / al contacto como si fuera cartas de la lotería” (Tengo mucho cuidado); “Vicio es el hábito de hacer mal / algo. /…/ Y, además, me divierte. / Por eso se llama / contumacia / (obstinación orgullosa) / y será materia de futuras confesiones” (Examen de conciencia).
Pone distancia frente a Dios (“Dios se cuela en los poemas por torpeza del autor”, Este verso es verdad pero el siguiente es una sucia mentira; “Lo primero será / dominar el mundo. / Matar a dios es fácil / es como ese invento para ver a través de las paredes” Las mismas pestañas postizas que usan para los ojos, las doblan y / colocan en los orificios nasales; “El plan 9 del espacio exterior / era curiosamente similar / a una promesa del cristianismo: la / resurrección de los muertos”, Antecedentes). O contra uno mismo: “para pensar / qué bueno / soy, / dios mío, / cuánto estoy sufriendo y tendré / todo el tiempo del mundo para seguir así” (La inmortalidad es para gatitos); “Soy el chango estúpido que incluso dejaría / que se apagara el fuego, / literal y simbólico,/ del cuento” (Sombreros); “Pero ahora que vuelvo / a la gran poesía, / me dejaron afuera” (Un poema a la altura del mundo). Y, seguidamente derramar toda la poesía y la ternura: “Era como cuando termina / de llover / y tienes siete años” (La música de las plantas).
El autor
utiliza la diversión como forma de análisis: “«Me robó el corazón / –afirma el
agraviado–, / las ganas / de vivir»// Eso se soluciona fácilmente –responde un
policía, / al tiempo que lo tunde a chingadazos” (Dolor de amor); “Camina, /
elegante, / en dirección contraria a donde está. // A nadie les gusta ser /
imaginario” (Técnica infalible para
acercarse a esa persona especial); “Recuerdo,
claramente, mi decepción / cuando aprendí ese idioma / solo para saber / que
mis canciones favoritas / decían estupideces sobre fiestas y autos” (La edad de la inocencia). Llega incluso
a momentos más duros en el humor, con más rabia: “Aquí, o hay amor / o vamos a
tener que reventar hocicos” (Yo soy un
hombre pacífico); “Son las putas estrellas queriendo dar lecciones! /
Malditos puntos muertos” (Glitch); “Las
matemáticas son el lenguaje del mundo / y este mar se describe / mediante el
conteo de unidad de heces fecales / por milímetro. // Exactitud. / Belleza” (¿Dónde está la poesía ahí?). Poesía de la inexperiencia, la llama,
quizás aprovechando el equívoco: “Ahora, bien, / la idea de que el oro sea el
mejor ejemplo / para la poesía y no / un pedazo de tela o una corteza de, /
digamos por ejemplo, / un arrayán, / también está / por verse. // El plomo sí
nos agrada para referir al poeta, / por supuesto. Cuando no directamente
onírico: “Como un ejercicio / contra la miopía / (sí, lo reconozco, caigo / en
esas bobas trampas)/ miro a través del ojo de una aguja. // De acuerdo con las
instrucciones debo / suspenderlo y cerrar / los ojos/ cuando ves camellos que
vienen hacia mí” (Milagros de la
perspectiva). ¿Por qué iba si no a tomar el título surrealista de Buñuel para este libro?
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