miércoles, 28 de diciembre de 2022

Reseña de Alicia Choin: ‘Marian, mi pequeño volcán’. Esdrújula Ediciones. Colección Sístole. 2019

MARIAN, MI PEQUEÑO VOLCAN | ALICIA CHOIN | Casa del Libro

 

Alicia Choin tiene la formación en Traducción e Interpretación y cursó su último año en la Universidad de Miami donde participó en talleres literarios. Esa intensa participación ha continuado en granada colaborando en encuentros literarios, tertulias, festivales así como en revistas como Lumbre, Wadi-as, Diario de Medios y razones… En su haber podemos contar Versos desabrochados (Dauro, 2012), La otra casa en la que te espero (Esdrújula, 2018) y lLa luz de las trincheras (Esdrújula, 2022). También tiene el libro de relatos Se hipotecan sueños, Esdrújula, 2016). Está incluida en las antologías Todo es poesía en Granada (Esdrújula, 2015), Granada no se calla (Esdrújula, 2018, que coordinó junto con Javier Gilabert), Versos al amor de la lumbre (Lumbre, 2020) y Dafne (2021, coordinadora). Ha sido finalista del Premio Internacional de Poesía Dama de Baza (2021). Premio 8M por el Ayuntamiento de La Zubia en la Categoría de Cultura (2021).

Marian, Mi pequeño volcán está a medio camino entre una novela y la autobiografía. No es lo que precisamente lo que se llama ahora autoficción, aunque se avise de que algunos de los acontecimientos narrados han sido transformados literariamente. Es un libro de memorias en las que la protagonista es su hermana pequeña, Marian. Una mujer vital y lleno de proyectos a la que diagnostican un cáncer. Esta novela consigue emocionar no solo por la crudeza del sufrimiento que se relata, sino por cómo están intrincados los elementos de la memoria personal. Alicia Choin va desgranando su memoria personal mientras que alterna el pasado y el presente continuo, en el que se va desarrollando la enfermedad, las curas, las treguas…

La fuerza vital de las protagonistas ponen en juego a toda la familia. Van desfilando sigilosamente los vecinos, los tíos, y, sobre todo, la familia más cercana, como un texto en el que es imposible leer si no incorporamos todos los caracteres. La perplejidad de la niña Alicia se complementa con la perplejidad de la adulta que vive con sufrimiento el purgatorio por el que va pasando Marian.

Hacía muchos años que no escuchaba aquella música. Cerré los ojos para poder volver a verlas a las dos en frente del espejo del piso de la Carretera de la Sierra, mientras mi madre cantaba con la voz más dulce y maternal: Marian, mi pequeño volcán.

Este es un libro muy duro, en el que nos topamos de frente con la posibilidad de la muerte, con el dolor físico y emocional, con la manera en la que el pasado nos condiciona y nos ayuda, nos explica a nosotros mismos. No hay sentimentalismo barato, no hay pornografía del dolor, lo que sí encontramos es ternura, incluso sentido del humor, voluntad de superación, valor y rabia.

En seguida empezaron a aparecer ángeles en el camino. En todo prceso doloroso en la vida también hay cabida para la belleza y el amor. Y una de las cosas más bonitas que nos ha traído este tiempo de miedo y de sufrimiento ha sido sentir el apoyo y el cariño de tanta y tanta gente, y que incluso no nos conocían.

Las historias personales se complementan. Asistimos perplejos al paso de la infancia a la adolescencia, la juventud y la madurez. Las pequeñas anécdotas, tan significativas de una época y de una personalidad fascinante se van trufando mientras vamos sabiendo del avance de la enfermedad, de las vicisitudes de la cura, de la vida que transcurre al margen de la enfermedad. Porque alguien que sufre de cáncer es mucho más que el cáncer. Esa es una de las grandes lecciones que vemos en Marian, mi pequeño volcán. No podemos reducir al enfermo a su enfermedad. La vida es mucho más amplia, mucho más rica, puede consistir en el amor de los tuyos, en un viaje estrafalario, en conocer chicos guapos y pasar frío en Moscú.

Lo primero que nos llamó la atención fue la vida nocturna, tan concurrida y lo guapísimos que eran los hombres y las mujeres. Nunca había visto tanta gente guapa junta. (…) A los pocos minutos ya sabíamos que Letonia era el país a donde acudían las agencias de modelos en busca de nuevas promesas.

Alicia Choin ha debido transformar su dolor en una obra literaria. No es un testimonio de un talk show destinado a remover en los asientos del sofá a los televidentes con los detalles más escabrosos del sufrimiento. Esta es una novela y debe ser valorada en los términos de la literatura. Admirando su estilo, comprobando cómo están seleccionadas las anécdotas que definen los personajes, cómo se distribuye el tiempo y cómo consigue emocionar sin recurrir a lo más obvio.

Entrañables recuerdos y esperanza son los elementos que tejen este relato en el que cada personaje tiene nombre propio, cada escenario tiene su dirección concreta, cada anécdota tiene su verdad dentro y fuera de las páginas. Un relato generacional que combina con sabiduría el humor y la descripción detallada. Una experiencia intensa de la que es difícil salir indemne.

 

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