No es la primera vez que la poeta Ana Pérez Cañamares se entrega a los aforismos, recordamos con admiración Ley de conservación del momento (Isla de Siltolá, 2016). Los siete pareceres, además, coincide en las librerías con un libro singular a medio camino entre la novela y el testimonio, La mujer singular (La moderna, 2022). En este caso la autora ha querido reunir los aforismos en varios vectores de acuerdo a distintas fases de la vida. La primera, El bebé, tiene como subtítulo, La inocencia. Son numerosos los que tienen como objeto los animales, símbolo muy claro de este subtítulo: “Para qué inventamos a los ángeles, si ya teníamos a los perros”; “Soy la mascota amaestrada de mis gatos”; “Los humanos enjaulan a los pájaros por envidia de alas”. Además, se incluyen otros llenos de lirismo: “El tiempo acaricia las mejillas de las piedras”; “La primavera se muestra en tráilers antes de estallar en cinemascope”.
La segunda fase, la que simboliza el idealismo es El colegial. Son sentencias en las que comenzamos a observar al mundo con la tempestuosa mirada de la adolescencia que descubre las emociones: “La tristeza a veces es una forma de ser presuntuoso”; “El amor quiere examinarse de anatomía”… Y uno de los que más me ha emocionado: “Mi obra favorita de Nietzsche es la lágrima que derramó por el caballo maltratado”.
El siguiente es el apartado de la pasión, que no debemos reducir solo al sexo, al contrario, es el momento de la poesía tal como la entiende Ana Pérez Cañamares, el compromiso a pie de calle: “Ser poeta es un cargo público y revocable”; “Poetas, recitad vuestros poemas como si fueran vuestra defensa frente a un consejo de guerra”; “La poesía debiera ser más conversación que discurso”. No es el discurso ingenuo o idealista, sabemos que “La poesía no consigue derrocar al emperador; pero puede recordarnos que está desnudo. En ese caso el poema es una revolución que triunfa en nuestra conciencia”. Entre las líneas vemos la tremenda lucidez de quien desconfía de uno mismo: “Los aforismos, tomados de uno en uno, pueden parecer universales. De ciento en ciento, delatan la ideología de su autor”.
El soldado es la sección donde se aborda más claramente el motivo de la Lucha: “Dadme un columpio y moveré el mundo”; “Las críticas, hacia arriba. Las burlas, al espejo. Hacia abajo, solidaridad”; “España es una suma de los clubs de fútbol en lo universal”. Inteligencia e ironía siempre están presentes en cualquiera de los géneros que cultiva Ana Pérez Cañamares: “De las cárceles invisibles también se sale. Pero cuesta más encontrar la puerta”. El juez explica la necesidad de templanza imprescindible para esta sabiduría de la que hablamos: “De dos formas llega la sabiduría: con el lento discurrir de la nube con el fogonazo del relámpago”; “La mayoría de los juicios que emitimos sobre los demás se basan en el error de confundir los despistes con afrentan”. Una mirada entre la filosofía y la sociología, de profundo conocimiento del ser humano: “Los derechos que no se comparten son privilegios”; “Vacación: libertad condicional de los inocentes”.
La sabiduría, sin embargo, la autora la sitúa bajo el título de El viejo, el paso del tiempo bien aprovechado: “El cansancio es una marquesina de autobús plateada en medio de una calle sin salida”; “Hay enfermedades que vienen a salvarnos del delirio de la omnipotencia”. Como aprendimos de Hegel, el vuelo de la lechuza siempre es al atardecer. Termina esta extraordinaria colección de aforismos con una equidistancia entre la vida y la muerte: “La vida: breve recreo en medio de la aburrida celda que es la eternidad”. Es imprescindible retorcer los sentidos para advertir lo que realmente subyace, seres, estares y pareceres, siempre con la lucidez que contiene lo cotidiano: “La eternidad cae toda en domingo por la tarde”.
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