Carlos de la Villa hace el prólogo para este volumen de Lorena Larrañaga que cuenta, además con las ilustraciones de Ángela Gavilán Arribas (Río de Janeiro). La autora tiene formación en Trabajo social y ciencias económicas. En el plano literario cuenta con participación en antologías donde se acusa la influencia de Benedetti, Cristina Peri-Rossi o José Ángel Buesa. Se incluyen también poemas en valenciano.
Distribuido en tres actos, pasamos por las fases del amor. Partimos desde La piel donde la sensualidad es más evidente: “El tiempo se paraba en el mismo instante de su marcha. Pero era solo el mío el que se detenía. Los otros, ajenos a mi suspensión, seguían transcurriendo por sus vidas”. Son poemas del deseo, del ansia por verse, por tocarse, por sentirse: “No es el amor de la vida que no se vive, / ni los días que no se tocan” (Retorno); “de desnudarme sin prisa, / sin ti, / de ponerme a prueba, / de vengarme de recuerdos, / y de cerrar fuerte los ojos / para al final tenerte” (Buscarte). El contenido más erótico inunda los versos: “Desde la magnitud de tus ojos rodando perezoso, donde el abrazo a tu piel impide las prisas por bajas, /desciende una de tus pestañas. / Y pienso que soy yo / quien se columpia de tus lágrimas, / que abro la puerta de tus poros / y cabeza abajo rasgueo tu piel, / sin que apenas me sientas” (Dentro); “Vendrá el precipitado deseo / que ajustado a tus dedos / mezcle mi respiración / con la incierta temperatura de tu piel”· (Despertando).
Pero no solo se dedica esta sección a lo más sensorial, Lorena Larrañaga se introduce en los vericuetos sentimentales: “Y a mí me aterra / la mortalidad de tu risa” (Despertabas); “Dices que el amor suele a menudo disfrazarse. / Ayer lo hizo de risa” (Eco). Va oscilando, pues, entre la piel (“y cobrarme así, / algún día, / los orgasmos que me debes”) y la trascendencia, por ejemplo, del Poema de septiembre: “Y te confieso ahora que mi vientre extraña al hijo que no te he dado. / Porque este amor que me nace debería tener tus ojos / y no debería morir conmigo”.
El segundo acto, La espera, describe la etapa donde la pasión se desequilibra con la vida cotidiana: “Podría esperarte otra noche más, o todas menos esta”; “Y me enseñas que de cada adiós siempre vuelvo vestida de verano” (Llamarte amor). La protagonista todavía muestra el deseo agazapado: “Y esperaré a que llegue para dibujar mis labios con tu dedo una y mil veces. / Da igual cómo estén tus manos de llenas. / Mira las mías, pon sobre ellas las tuyas / y lléname ese hueco de sueños” (Cualquier noche, un sueño). Sobrevuela, sin embargo, la sospecha, la ambivalencia del amor: “Que por amar tu nombre se lo negué a mi boca” (Tú). La sensación de que mientras que una pretende “magullarme contigo” (Viento suspendido), advierte que “Ocupa el preciso espacio entre tus manos / el de un abrazo que no aprieta” (Enero). Sigue, pues, el amor, aunque incomprendido: “Lluvia. Imperceptiblemente limpia. / Por sorpresa moja. / En mi vida, en mi piel. / Como tú” (Lluvia).
La lluvia es precisamente el título de la última parte, donde son las lágrimas quienes pueblan los versos: “Leerte con los ojos inundados”. El corazón va sufriendo, “Me desvisto de palabras / descolgada del andamio de la razón” (Nube) dice la autora. Tratar de recomponerse es la misión que advertimos en los siguientes poemas: “Pero ahora solo pido que me roce el viento, / que me despeine el pelo, / y que se lleve de mi piel tu aliento, / para que si algún día muero, / sea perderme de nuevo” (Siete –mil– vida). El vaivén entre el recuerdo y el fracaso: “Si respiras no supusiera esperarte” (Madera de deriva); “Y mientras tanto, llega a ser tan dolorosa la distancia, / que a veces siento que no soy más que la ausencia de ti /…/ Quizás no te perderé, ni me perderás, / quizás esto nunca existió y quizás, / solo quizás, / tu certera huella deje de quemar mi cuello” (Lo que me quema de ti). Son poemas de desamor, como tantos otros desamores, donde la búsqueda de las palabras para definir las emociones es lo que nos tira hacia los versos: “En cualquier sitio que me busques / pueden encontrar mis torpes pasos por tu vida” (Habito).
A lo largo del libro asistimos al juego visual de las imágenes con el texto y no solo es visual por el apoyo gráfico, también por las referencias y las imágenes que Lorena Larrañaga utiliza: “Quién me iba a decir que ya no me reconocería / si no es reflejo en tus ojos” (Marzo). La conclusión de esta intensa colección de poemas es un cierre a la relación: “Quizás no te echo de menos, / pero si tomo aliento / el dolor me parte el costado, / y descubro que no me duele el aire, / sino tu ausencia” (Ausencia).
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