Justo Braga es periodista, especialmente en el ámbito radiofónico. Columnista de prensa diaria, ha trabajado en El País, la SER, Antena 3, RNE, Diario de León, Información de Alicante y La Voz de Asturias. Actualmente trabaja como director de contenidos de RPA, la radio autonómica asturiana y ha dirigido más de cincuenta documentales para TVE y la RTPA. Bien se cuentan los especiales dedicados a Carlos Bousoño, Ángel González. De su labor poética se destacan una docena de poemarios: Poemas del apacible interior, La fábula del viento, De todo lo que fue… Según resume con acierto la contraportada: “Estos poemas son tragos largos de los días de vino y rosas (…). El poeta se ríe de sí mismo y vive lo que no ha sido, e incluso muere de lo que aún no es (…). Son versos cotidianos, domésticos y, sobre todo, urgentes. Son poemas de amor y guerra. Son poemas de despedida”.
La nostalgia suele acompañar los sentimientos de una tierna belleza y así Justo Braga se recrea: “Tengo un millar de versos para darte / y que ya no están en venta. / Los vengo guardando desde agosto / y no sé si cambiarán nuestras vidas” (Resfriado); “Sí, sí, éramos felices. / Hoy lo sé, lo vi, lo tuve / entre los dedos, / tocando suavemente tus labios, / manchados de azufre y de calma” (Tres en punto de la tarde). La otra cara de la moneda, por supuesto, es la constatación del final, de la ausencia y el dolor: “A veces el amor, como la muerte, acontece / de un modo repentino, sin contar con él” (Siempre que amas).
En estos versos se encuentra la tormenta y el deseo, las ruinas y la desolación: “El amor estaba desbaratado, / vencido y en ruinas” (Amor desbaratado). Esos sentimientos que acompañan al hombre y lo hacen representante para todos los que leemos y hemos vivido: “Toda la humanidad, desde que existe, / está en tus ojos. / Mientras tanto, / la ciudad arde / y la vida surge con toda su arrogancia” (La humanidad). En estos versos el hombre se enfrenta al infinito de los sentimientos:
“Si yo fuera dios y tuviera,
como él,
todas las respuestas,
buscaría en ti las esquinas del alma
/…/
Su fuéramos dioses,
estaríamos ocultos bajo el sol
sin luz, la llama viva, los labios rojos
y la gran mentira de nuestra apariencia.
Si fueras Dios,
yo sería tu sombra entre el paisaje.
Sería la noche velada
y un trajín de hormigas negras extraviadas,
confundidas,
devorándose las unas a las otras.
Eso es amor,
si ni nadie lo detiene” (Hormigas rojas)
Son estos los valores del Romanticismo con mayúsculas, la patria del corazón del hombre, de los afectos más profundos, del desafío a la sociedad, a lo convencional en nombre de los sentimientos: “El amor, desbaratado, si estaba en lo urgente, / en lo escondido” (Es urgente). La dolorosa conciencia de que todo acaba, de que la muerte está presente en cada momento de la vida: “Y así, sin darnos cuenta, / solo queda morirnos, / mansamente” (Creces). Es la razón la que se muestra incapaz de dar la salida: “La tarde no era más que un laberinto. / Sin embargo, / todo tenía cierto orden” (El laberinto). Tampoco parece que nos pueda salvar: “Mientras tanto, / se anuncia otra pandemia / que amenaza con morirnos un año más / y para siempre” (Olor a ti).
Justo Braga se interna en una reflexión sobre la existencia y la vida: “El invierno muerde / en carne viva. /…/ Son versos mordidos y sin vida, / aparentemente” (Versos mordidos); “Defiendo el aire que respiro / y esta dulzura incesante / de la tarde” (El aire); “La vida nos trató dignamente, / pero nos convirtió a todos en cadáveres / sin habernos muerto del todo” (La estadística); “La vida, casi siempre, se vuelve loca / y tonta. Se encierra entre los pliegues de tu cuerpo / y, vencidos el dolor y la fatiga, / todo vuelve a su sitio: la paz y la quietud constantes” (La vida). Es el momento de hacer balance de la tragedia del covid y el confinamiento: “Esos días de canciones y balcones, / descubrimos que, dentro de nosotros, / había siempre otros hombres, otras mujeres /y que ni siquiera sabíamos que existieran” (Azote).
Admitamos la fragilidad de la vida como un valor, como un destino: “Este era el secreto: / haber vivido / demasiado poco / todavía” (Tu voz). El cobijo está en los afectos, en la relación, en la mirada: “Yo era tú, / en todas mis miradas” (Casi nada). Por eso es tan devastador el final del amor: “Hoy he visto que soy de hielo / y que nada me conmueve” (El corazón). Sea el amor de madre (“Vengo de ti, / de todo lo que fuiste, / madre tan hermosa y blanca. / Madre amantísimas”, Imperfecta) o el de la pareja: “Será el primer aliento vivo, / el último minuto tras el sexo” (Un minuto); “No basta la fuente que atravesamos. // No hay lugar para la queja que pretendes” (La noche). Insiste en el último tramo del poemario en la necesidad del amor (“haz tuyo todo el territorio / del amor y de la vida”, Comer) y la transformación a través de la escritura (con cierta ironía, “Este es mi nuevo hallazgo: hablar constantemente en verso, / por si acaso”, Hablar en verso).
La geometría de la vida, según Justo Braga, está en lo que no perdura: “Lo efímero siempre pasa / y siempre resulta la nada” (Efímero); “finalmente, dibujada, / siempre con trazos muy finos. / Siempre camino a la vida” (Falsa geometría). Amor y muerte de la mano, suscribo el deseo final:
“Si me muero hoy,
que sea en los desdenes,
desiertos de piélagos y arena.
Que me muera confuso y vencido,
trepando las ramas de tu pelo” (Si me muero)
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