Ha vuelto Eva Vaz para entregar un poemario duro, sello de la casa, y con la intención de hacer, precisamente, Limpieza general. Tres partes, Ruido de venenos, Pasar fractura y Mal olor. La primera y la última tienen más el foco en la propia voz con intervalos de denuncia, mientras que la intermedia gira la atención a un interlocutor al que interpela con dureza. No es, sin embargo, menos la dureza que la poeta trata su propia conciencia y su propio cuerpo: “Contar que tengo veneno en los ojos, / en los pulmones, en el pelo y las uñas /…/ ¿Cómo contesto a la gran pregunta, tú que eres tan impreciso en la mirada / y tan fino con los fármacos? /…/ ¿cómo vivir y morir al mismo tiempo, / con la misma poca disciplina de un bebe?” (La Oración).
La fragilidad del personaje, la crudeza de las experiencias, lo despiadado de la mirada son los elementos que vertebren la poesía confesional de este bloque: “Será la atracción de lo / frágil / junto a lo bestia: / yo misma” (Poética – autorretrato); “Oh, un señor pronuncia mi nombre, / las locas me miran / y yo corro como una novia hacia el altar / en su minuto de gloria / y un loco, a mi lado, me dice: / Tienes que irte. / Pues yo ya no me voy a ningún sitio. / Ahora he encontrado el sentido, / entre los míos: / la casa de los locos”. Sin autocompasión, se explaya: “Bienvenida, pequeñita mía, / ahora duerme. / Y sueñas que mañana no serás / como Eva Vaz” (Hormiga). Porque la rabia que se agazapa dentro otorga la lucidez de saber que “No quiero curarme” (Carne); que “La adicción no es peor / que la soledad entre tanta gente” (Momento conciencia plena); y que “Drogada no puedo correrme: / mi saliva no moja y mis dedos / ahora son espinas en mi entrepierna. / Mi coño ya no tiembla” (El orgasmo). Frente a este pasiaje desolador admite que “Me duelen las puntas de los pies / porque estoy andando. // Porque aún estoy viva” (La pediara). Y agradece los cuidados, bien sean incompletos o paradójicos: “Amo a mi psiquiatra porque me ha salvado la vida / más de cien años /…/ Mi madre murió en el limbo de la anestesia: / mi muerte preferida.” (Ruido de venenos).
La segunda parte, Pasar fractura, comienza con un poema dedicado a Piquero y Bárbara Grande. A partir de ahí siguen poemas despechados, con furia y con una cuidada estructura en la que todo alrededor se comprime entre los versos: “Y ahora voy a imprimir / todo esto / para dejar un hermoso poema” (Suave es la noche). Poemas llenos de anécdotas: “Se fue. Quiero olvidar a dónde / con quién, ni por qué. / El pasado es de otros. Un invento. / Un suceso en la vida de un excursionista” (El regreso); “Te pareceremos poca cosa. / Tú que aspiras tan alto / y nosotros que ya casi / ni aspiramos / aparte del polvo / de las estanterías” (Erasmus). Poemas en los que habla con ella misma (“No se quita, Eva, / la nicotina… / y me lloran los ojos / (Pero es el amoniaco, / que es muy cáustico)”, Nicotina) y con los interlocutores en un ajuste de cuentas: “¿Me convertí yo en la merma de tu vida? / No lo sé. Pero sí reconozco que siempre que intento cuadrar la merma / me acuerdo de ti” (Merma); “Me has vaciado / del amor hacia ti. / Me has dejado un gran agujero / en mi cuerpo pequeño. / Una carnicería es el cuerpo que amaste. // Por el agujero, ahora, transitan / insectos, benzodiacepinas, pájaro, antibióticos, vente, menstruaciones muertas, / el frío / mis manos” (El agujero). La fortaleza de la fragilidad siempre aparece:
“Estoy fuerte para vivir,
un día nuevo.
Siempre gano las batallas” (El centro de la cama)
Mal olor es el más heterogéneo de los capítulos, donde encontramos poemas-denuncia con la misma rabia e indignación que en los poemas más confesionales: “Nunca fueron tan hermosas / para los ojos del telespectador / que no tiene qué llevarse a la boca / de su conciencia” (El mar ya ha arrojado a las playas de Cádiz los cadáveres de 23 emigrantes); o Los hombres buenos sobre la prostitución infantil.
Eva Vaz es consciente y es cáustica en su poética. Igual nos dice: “Eres un hueso rancio, / entre tanto, el menos atractivo. / Eres un hueso defectuoso. / Nadie echaría en su comida” (Mercado de abastos); que agradece con ironía: “Gracias, industria farmacéutica / por darme la vida / y quitármela tras cada toma. / Sois un tubo de entrada de agua sucia / que se corta cuando quiere. / Mientras yo muero lentamente / en vuestras pastillas / para calmar caballos” (Farmacopea); “Pero viniste a mi jaula / y tus propios barrotes me parecieron tiernos. / Luego hiciste lo que todos / y me volviste a encerrar / llevándote las llaves” (Zoocosis). Se queja: “Pornopoesía llamas a mis letras. / ¿No podías decir Poesía Confesional?/…/ O, mejor regresa al jardín de infancia / que queda más lejos / de esta / pornopoeta”.
El poso con el que concluye con la conciencia de la cicatriz que endurece: “He pasado / fractura: / he decidido no amar” (Pasar factura); “Me estoy convirtiendo en un árbol. / Ya estoy masticando tierra / y respiro por los ojos” (Desescalada). Porque sabe que dichoso el árbol que es apenas sensitivo… Cierra el poemario con rabia que se enfoca hacia sí: “¿Cuándo te amaste por última vez, / pequeña hija de puta? / ¿La última vez que te masturbaste / pensando en ti sola? /…/ ¿Cuándo reconociste que necesitas que te amen / para no sufrir de forma inconcebible? /…/ ¿Cuándo será ahora? / Pobre mujer” (Amarse). Imposible salir indemne.
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