Con prólogo de José Daniel Espejo, Pedro Teruel dedica este libro al añorado David González, “Un día antes había nevado en el desierto del Sáhara”. Anteriormente había publicado Se me hace tarde (2017), Al principio fue el pero (2019, plaquette).
Verano es la primera parte que funciona como presentación y premonición: “La nieve se acerca. // Dos seres bailan en el salón / de casa. Afuera / donde el verano, / arden los últimos restos de la tarde. // El mundo va a acabarse”. Las distintas voces: “Ellos hablaban del azul. / Yo de lo ingobernable” (En el mar, por la tarde). El planteamiento se acerca a la placidez de cuando la vida es fácil, los peces saltan y el algodón crece: “solo calmada con la imagen / de tu cuerpo dormido y / la seguridad de que, / si existiera Dios, en ese instante / querría cambiarse el pellejo / conmigo sin otra condición / que quedarse allí, en silencio, / observando y observando / la viva imagen / del amor; la vida imagen / que solo se te permite / vivir / un par de veces / a lo largo de tu vida” (Lotería).
En un momento dado, porque es un momento decisivo, comienza el argumento: “Ven a casa, hoy, ahora, / y cuando rompamos la vajilla / –será por el frenazo del mundo / al quedarnos de frente–/ celebraremos a golpe / de escoba y recogedor / la única dicha que nos pertenece: / nos tenemos. // Nada que ver con la libertad, / pero, ay, amor: // cuánto se le parece” (12 de julio). Diferentes circunstancias se van acumulando (“La pobreza llama a la puerta / de los seres. También la pobreza / tiene forma de nieve”) hasta que “Toda una casa en ruinas / solo con sus labios y dientes. // Yo, planeando el beso / en la cocina, gozando / –como el primer día– / de su bola de demolición” (Centenarios).
La segunda parte incluye la perplejidad de encontrar Muertos en la nieve: “Antes de la orfandad, / uno de los seres / desprecien a su padre. // Días después de la muerte / en la nieve, la desea / el infierno, la ira, / la condena eterna. // Esas palabras serán / cristales de frío / en su boca / para siempre”. Los fantasmas habitan el mismo territorio que los vivos y marcan a menudo sus trayectorias y conforman sus deseos y casi su esencia: “Ni ellos preguntan sobre el hombre / ni yo respondo sobre el padre. // Me preguntan por mi parte y charlamos / como quien habla de los muertos” (La plática); “Mamá, quitaste. / Y en ese instante / habría dado toda mi existencia / -hijo destrozado, hijo en ruinas- / por haber sido capaz de / acurrucarte -madre niña- / con el amor que tus / labios gritaron / aquella nace / por última vez” (Madre).
“Me visitan los fantasmas
a los pies de mi cama.” (Yo soy Cole Sean)
Lo terrible es que ese sufrimiento no es único, hay sufrimiento que sirve como espejo y que produce una desolación que compartimos: “Ha muerto la madre de mi amiga / como murió la mía tiempo atrás / y son un desierto sus armarios” (Desierto). Frío es la sensación abrasadora resultado: “La mirada y las flores me habitan. No // pertenezco a los hombres y, sin embargo, / qué opacidad en la tarde; / qué brazo tan retorcido; / que carencia de existir” (19 de octubre).
La última sección es inevitable, el Invierno: “La nieve llega. // Todos los cuerpos acaban / sepultados por ello. // La nieve de la muerte, / de la pobreza, del silencio”. Donde la nieve, ahora es la constatación de que es inexorable la llegada del dolor: “Hay un dolor dispuesto a habitar la casa. / El dolor del querer «así». Visceral y maternal. / El dolor del amor. El frío que llega /…/ En ese momento la única lucidez / que está dispuesto a asumir / es que querer “así” era, en efecto / esperar la nieve” (Un día tendrá que nevar).
El símbolo de la casa resume lo íntimo: “Acuérdate de casa / cuando marches y dejes / tras de ti esta puerta nuestra /…/ Se quedan aquí los dramas / y reproches aún no expresados, / un lamer de heridas muy manido: / un loco del sexo con amor” (Casa). Frente a ella, la intemperie de los desechos: “Todo el amor ha quedado / al lado del container / convertido en basura, / poniendo fin a nuestra historia, /…/ Un montón de basura / que ya es un tesoro / para esos extraños” (Basura).
A pesar del dolor Pedro Teruel no se deja vencer, es consciente de la fragilidad de la vida, pero también de la circularidad del tiempo. El argumento se inicia con un hecho puntual, un punto esencial, pero, al final todos acabaremos en el mismo invierno. Sin embargo después del invierno viene el renacimiento: “No me asusta la espera. / Porque el frío un día quebrará / mi caparazón hostil, mis uñas / de cemento serán barro / y podré volver a mirar / al sol” (Lejos). Lo que hay que evitar es abandonar la lucha y la esperanza, pues las consecuencias pueden ser radicales: “El ser que se queda / a vivir en la nieve / será un monstruo / o será un dios”.
“Donde la nieve,
que me sigue y que me entierra;
que me abrasa y me deja apartado;
donde la nieve ahora,
un hombre solitario.
Apartado y atrapado.
Un hombre solitario, apartado
y atrapado”
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